"Aprender a perder hace que uno viva más ligero, con menos miedo". (Foto: Difusión)
"Aprender a perder hace que uno viva más ligero, con menos miedo". (Foto: Difusión)

Aprender a perder es tan importante que debería haber un curso sobre ello en kindergarten.Hace un tiempo escuché a Jaime Bayly contar que un tío suyo le había explicado que la vida era un gran juego, y que el que ganaba era el que más fichas tenía. Las fichas siendo dinero por supuesto. Conozco a mucha gente que está ‘chipeada’ desde la infancia para competir y ganar. Ponen a sus hijos en colegios que tienen la misma filosofía; hay que competir desde temprano porque la vida es una gran competición. Entonces, la competencia enfermiza —porque no estoy hablando de la sana competencia— empieza desde abajo y, sin darse cuenta, empiezan también a poner en riesgo lo que es verdaderamente importante: las relaciones interpersonales de calidad, la amistad y la solidaridad. La competencia envenena los vínculos. Se ve claramente en el deporte; por ejemplo, están los niños que disfrutan lo que hacen, compiten sanamente, con pasión y todo, pero por encima está la amistad. Y luego están los otros, que es como si asociaran perder con morir y ganar con sobrevivir. Luego, en la adultez, se transfiere al juego de las fichas, o del poder. Y en el fondo sigue siendo el mismo problema desde la infancia hasta la vejez: un problema serio de autoestima. Se cae en la codicia, en la vida superflua, en la adicción del supuesto ‘winner’, porque creen que así obtendrán el aprecio de los demás. Pero es un mito; a lo más, obtienen admiración y adulación (cuando no envidia y rechazo) porque se creyeron la leyenda de que la vida es un juego y que, al final, los espera un arco del triunfo. En realidad, este nunca llega, porque la vida no es un juego. Es algo serio donde uno viene a buscar sentido, a aprender a perder, a ayudar a los demás. Lo que verdaderamente sube la autoestima humana es atreverse a salir de la zona de confort, y para eso uno tiene que arriesgar, saber perder, y eso hace que uno viva más ligero, con menos miedo.

Desde que nacemos ganamos y perdemos. Vemos la luz al salir del vientre de nuestra madre, pero, al mismo tiempo, perdemos la placidez de estar ahí adentro. Luego perdemos la niñez, la adolescencia, la juventud y finalmente la vida. La vida misma es una especie de proceso de aprendizaje a la pérdida. Y no es un drama. Es liberador. (Aprovecho para saludar a todas las madres por su día. Gracias por su inmenso amor y labor).

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