Pese a la catástrofe que su incremento significa para nuestro planeta, la cantidad de residuos sólidos urbanos (RSU) que genera la humanidad crece año a año. En marzo pasado, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lanzó una cifra de terror: entre 2.100 millones y 2.300 millones de toneladas es la cifra que alcanzan los desechos a nivel mundial. Desde envases hasta equipos electrónicos y gran cantidad de alimentos son desperdiciados sin freno ni culpa.
Estimaciones de la ONU Medio Ambiente y ONU-Hábitat han dado una voz de alerta que ya no puede dejar de escucharse. Si todo sigue igual, para el 2050 los residuos sólidos urbanos alcanzarán los 3.800 millones de toneladas anuales. En este contexto, el plástico, uno de los grandes enemigos del medio ambiente, juega un rol relevante. Cada año la humanidad produce alrededor de 430 millones de toneladas de plástico, de ellos las dos terceras partes son productos de vida corta que se transforman en basura casi inmediatamente. Más aún, el alto costo de esta inacción para la salud humana, la economía y el medio ambiente podría superar los USD 600.000 millones de dólares anuales en ese mismo año.
Tragedia alimentaria
Mientras 800 millones de personas padecen hambre y un tercio de la humanidad atraviesa una situación de inseguridad alimentaria, en 2022 se desperdiciaron el equivalente a más de 1.000 millones de comidas por día. Una tragedia que perjudica la economía mundial, a la naturaleza y favorece la contaminación.
De otro lado, el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 del PNUMA calcula en 132 kilogramos por persona estos desperdicios, lo que equivale a una quinta parte de todos los alimentos disponibles para el consumo humano. De ellos, el 60% se desechó desde los hogares, el 28% correspondió a los proveedores de servicios alimentarios y el 12% al comercio minorista.
Preocupa en demasía que hasta el 2022, apenas 21 de los 195 países del globo hayan incluido la pérdida de alimentos y/o la reducción de desechos en sus planes climáticos nacionales.
Buscando soluciones
Frente a este problema global, la economía circular -que busca reducir los residuos al mínimo- se ha convertido en una alternativa mayúscula. La idea es cambiar el predominante modelo económico que extrae, produce y desperdicia por uno basado en la gestión sostenible de recursos. Lo que se busca es compartir, reparar, convertir y reutilizar aquello que se suele desechar y crear nuevas formas de consumo.
La realidad, sin embargo, expone otro gran dilema. Los servicios de gestión de residuos en todo el mundo están mal equipados. Basta saber que 2.700 millones de personas carecen de acceso a la recolección de residuos sólidos y poco más del 60% de ellos se gestionan en instalaciones controladas.
¿Qué hacer entonces? Es claro que se necesita una drástica reducción de la generación de residuos para garantizar un futuro habitable. Un cambio cultural en este aspecto resulta vital. Para empezar, es primordial el liderazgo del Estado, la adopción de prácticas empresariales sostenibles y esfuerzos colectivos para dar soluciones audaces y transformadoras que puedan revertir los impactos adversos de la actual gestión de residuos. El involucramiento de los ciudadanos para el cambio de su comportamiento de consumo es otra arista por trabajar.
Al respecto, un informe de la organización Circle Economy revela que solo un 7,2% de la economía mundial es circular. Y aunque queda mucho por hacer existen grandes ejemplos de sostenibilidad que pueden replicarse. Uno de ellos es lo hecho por una empresa nigeriana que diseñó una solución de refrigeración con energía solar. Sus unidades de almacenamiento de un metro cuadrado conservan los alimentos frescos hasta 21 días y además de reducir el desperdicio de alimentos también disminuye las emisiones de CO2. La movilidad eléctrica en el transporte público instaurada en la ciudad de Shenzhen (China) es otra muestra del rediseño urbano que necesita el mundo a favor de la mejora de la calidad del aire y la descontaminación acústica.
DATO
- 2.7 billones de personas, aproximadamente, son las que carecen del servicio de recojo de basura, según la ONU.
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