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“Last Film Show”: La oda al cinema hindú del Festival Al Este [RESEÑA]
La película representa la hermosa fusión entre la espontaneidad de la niñez y la magia del cine.
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Para celebrar el fin del Festival Al Este, la mayor aglomeración de cine internacional independiente que se celebra en nuestro país; hubo, aparte de la premiación, la visualización de una las películas más aclamadas de India en los últimos años, “Last Film Show” (”La Última Película” siendo su título dado en nuestro idioma).
La trama trata de Samay (Bhavin Rabari), un niño que vive en la región remota de la India, con su humilde familia. Su padre mantiene a la familia vendiendo té en la parada de un tren. A pesar de que su padre se opone, el pequeño Samay llega a obsesionarse con el mundo del cine cuando llega a ver una película por primera vez. Incurre frecuentemente al cine más cercano de su hogar, aunque el pueblo le quede lejos. Se hace amigo del proyeccionista de la sala, Fazal (Bhavesh Shrimali); que le deja entrar con la condición de que el niño le comparta las deliciosas comidas que su madre le prepara. Cuanto más películas ve, más determinado se vuelve el pequeño Samay, interesado en querer entender cómo funciona el arte de crear películas. Junto a sus amigos, encontrará las tácticas más plausibles para hacer sus propias películas, entiendo poco a poco el concepto de la luz y la filmografía.
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Inspirado en las experiencias propias del director (Pan Nalin), “La Última Película” tantea el mundo de la cinefilia con el encanto que se llega a vivir frecuentemente en la niñez. Este es un patrón interesante de ver en las películas, ya que tanto la nacional independiente Willaq Pirqa como la americana Hollywoodense Los Fableman presentan esta historia en común. A pesar de las diferencias culturas, algunas experiencias y verdades se encuentran en todas las sociedades. El mundo parece más simple, más mágico, cuando eres un niño. Y cuando llegas a descubrir las artes, parece que el mundo se amplió más a tus ojos: la posibilidad de poder plasmar tus fantasías y tu manera de ver el mundo en algo concreto, y no dejarlo a que se convierta en telarañas de la mente; hay pasión en ello.
Tal vez es porque la película proviene de un origen increíblemente personal, pero la cinta consigue, gracias a su ritmo atmosférico, poder retratar los elementos triviales de la vida de manera que parezcan elementos extraordinarios. Una humilde ama de casa cocina una simple lonchera para su hijo, con los cortes de cámara adecuados, se vuelve en una explosión de satisfacción y colores. Pronto, empezamos a ver el mundo como lo hace Samay, con más vida y color de lo que esperábamos.
Cabe destacar entre el elenco al mismo niño (Rabari) y a su padre (Dipen Raval), que aunque cargan consigo una trama que hemos visto anteriormente (niño que persigue sus sueños y padre no aprueba); los actores llegan a aportar bastante humor y naturalidad que fácilmente puedes creerlos como si fueran parientes de verdad. Rabari en especial se debe felicitar, puesto aunque sea unos de sus primeros papeles, llega a colmar a su personaje con bastante carisma, llegando que la audiencia se encariña rápidamente con su audacia.
Tal vez la trama llegue a ser algo sencilla, pero recalca el encanto de la película justamente en ese aspecto, en poder representar los elementos más emblemáticos de la infancia; cómo, a los ojos de un niño, elementos del día a día que subestimamos tienen mucha mayor importancia desde otro punto de vista.
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