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Aldo Salvini, cineasta: “Antes veías una película peruana cada cinco años”
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Tuvo una enfermedad rara, de nombre poco común, de la que solo recuerda que es una variante de Guillain-Barré. Lo paralizó, luego de que una bacteria ingresó a su organismo. Una enfermedad que de cien personas, uno cae: él. Su lengua quedó como una servilleta y veía doble. No es un próximo guion; es lo que le ha tocado vivir a Aldo Salvini producto del estrés tras el rodaje de Django, en el nombre del hijo, la tercera parte de la historia del asaltante del cine peruano. Cinta que se estrena el 28 de noviembre y que sus productores aseguran que será la última de la saga.
El rodaje incluyó a 40 actores en 40 locaciones, durante cinco semanas. Hubo escenas que se grabaron en el Callao, donde la realidad supera a la ficción. “De pronto, aparece alguien en moto que te dice: del penal ya saben que están grabando. Y en ese momento solo piensas: ‘¡Vámonos!’, pese a que estábamos chalequeados”, me dice el director de cine y televisión nacido en Colombia desde la calma de un café en San Isidro.
Tenía 10 meses de edad y estaba en brazos de su madre frente a la pantalla de cine. Ella asegura que presenció cómo su hijo veía con atención El llanero solitario. Pero él recuerda como sus primeras cintas a Godzilla, La pasión de Juana de Arco, Iván El Terrible, que las vio en los cines Colón y Le Paris, cuando su madre peruana regresó a Lima tras el fallecimiento del padre italiano en Medellín. “De repente si no hubiera tenido el arte, estaría en una moto de sicario”, apunta y bebe un sorbo de café.
Señalas que Django es una marca. ¿Qué implica eso?
Es una marca que acuñaron Gustavo Sánchez y Giovanni Ciccia cuando hicieron el primer Django. Creo que el tiempo es el que ha marcado la pauta. Cuando se hizo la segunda parte, que yo la dirigí y ya había un guion, ya estaban marcadas esas características de Django: el humor callejero, medio criollo, el erotismo, la violencia. Eso se tiene que respetar. Aunque yo he tratado de entrar en una cosa más humana y reflexiva –aunque es una palabra ostentosa– con respecto a cometer actos que después crean una planta podrida. Y lo que le pasa a Django es eso: el pata sembró y al final cosechó podredumbre.
Sin embargo, una lectura de Django es que puede ser alegoría a la delincuencia.
Para nada. Al final es un delincuente ‘plantao’. Sale rehabilitado de la cárcel y el pasado lo condena porque no le permite alejarse de ese mundo que lo jala como si fuera un agujero negro. Django, en realidad, es una historia del fracaso.
El Perú vive tiempos violentos, de película: con escenas de gente descuartizada.
El nivel de violencia al que se ha llegado es cotidiano. Pero si arriba los de corbata cometen actos delictivos, ¿por qué acá abajo no se van a cometer?
¿El cine tiene alguna responsabilidad en esa realidad?
Si ves Guasón, no es apología de salir a matar a los ricos. La sociedad está más enferma que el propio Guasón. No creo que el cine vaya a cambiar nada, pero sí creo que es una herramienta que le permite a la gente reflexionar.
¿El cine peruano es otro?
Lo es. Este año se van a estrenar un total de 37 películas, creo. Antes veías una película peruana cada cinco años: una de Pancho Lombardi y otra de Chicho Durant (risas). Hoy hay tantas que no ves todas. La tecnología permite que se haga más cine y está bien, pero también trae basura.
¿Y cómo se filtra eso?
Es parte de la industria. Pero está el “dale nomás, esto les gusta”. En la televisión ves eso. Yo no creo que sea así. Yo creo que la gente no es idiota. Obviamente, la gente quiere ir al cine a disiparse, pero también saben ver una película y pueden reflexionar sobre ella.
Existe el Salvini de las telenovelas y el Salvini de las películas de autor. ¿Hay un conflicto interno?
No. Me gusta dirigir y escribir. Tengo claro que, cuando haces una novela, te están pagando para tratar de hacer lo mejor. Es un negocio. Guasón es un negocio. Las películas de Truffaut son negocio. Lo que pasa es que acá la cultura no se ve de esa manera.
¿Cómo vemos la cultura?
O no importa, o “yo hago solo cine para festivales”.
¿Django también ha evolucionado en este tiempo?
Yo creo que sí. El cine en general ha cambiado bastante. Yo trato de revisar películas como Érase una vez en América, que me encanta, pero llega un momento en que dices “asu, qué larga esta vaina”. Y el cine es más rápido.
¿Eso está bien o mal?
Es parte de la evolución. Pero no soy muy fan del cine contemplativo. Ese cine argentino que se puso de moda, de planos de 40 minutos viendo a alguien cruzar el plano y ante el que todos los críticos se arrodillan, esa vaina no va conmigo. Me gusta el cine vivo. Ese cine es de muertos, hecho por muertos y para muertos. No va con mi carácter. El estilo, la puesta en escena tiene que ver mucho con el sistema nervioso.
¿Y tu sistema nervioso cómo es?
Nervioso (ríe).
¿Perder a tu padre a temprana edad influyó?
Definitivamente. Yo tenía 7 años cuando él falleció. Tuvo cáncer al colon. No por las puras tengo trabajos de gente que ha perdido un hijo, incluido Django.
¿Cuánto de ti hay en tu cine?
Mucho. No a nivel biográfico, pero sí a nivel sentimental.
¿Eres extraño y extremo?
Soy tranquilo, pero me gustan las cosas raras a nivel de arte. Me gusta David Lynch, Cronenberg. También el realismo. Pero lo paja es cuando ves una película, sea del género que sea, que logra entrar en el ser humano.
¿Qué le dirías a tu padre?
¿Por qué no me metió a estudiar violín?
No habrías sido cineasta.
Pero estaría en Viena tocando violín (risas).
AUTOFICHA:
-“Soy Aldo Martín Salvini Freyre. Tengo 57 años. Nací en Bogotá, Colombia, pero soy peruano. Llegué a Perú a los siete años. Estudié Comunicaciones en la Universidad de Lima. Luego no llevé nada de cine, todo lo aprendí en la universidad y en la misma chamba”.
-“He hecho 15 novelas. Con Django y una película que publicaré con la Universidad de Lima son cinco filmes: Bala perdida, Caudillo Pardo, los dos Django y El corazón de la Luna; imagino que esta se estrena el próximo año. Y he realizado unos seis o siete cortometrajes”.
-“Consumo más música que cine. Estoy escuchando el último disco de la banda Tool: Fear Inoculum, que me encanta, es un discazo. Desde niño escucho bastante rock progresivo y también metal y jazz, sobre todo el jazz clásico. Me gusta la música que aporte, cuando existe una elaboración”.
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