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Allen Ginsberg: el gran poeta beatnik que llegó al Perú y lo recorrió en bus

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Fecha Actualización
Era de Nueva Jersey, Estados Unidos, y desde que nació el 3 de junio de 1926, en medio de una familia judía de ascendencia rusa, creció con un estigma que sobrellevó con entereza e imaginación. Allen Ginsberg fue un hombre de muchos amigos por el mundo. El Perú no fue la excepción. Por eso cuando llegó al Perú por el Cusco y luego arribó a Lima, en mayo de 1960, su presencia fue saludada por la comunidad literaria de esos años.
Penetró en el Perú por la parte sur del territorio nacional. Tenía 33 años y su mente volaba en medio de esa “poesía-jazz” que lograron escuchar sus seguidores en sus inolvidables recitales. Ginsberg aún andaba leyendo para todos los poemas de “Howl” (“Aullidos”), un poemario de 1956.
Venía especialmente a conocer y vivir la experiencia de estar en medio de Machu Picchu. Allí se quedó a dormir varios días, pero no un cómodo hotel, sino en la casa de los guardianes de la ciudadela inca. Llegó a las antiguas tierras incas el 21 de abril de 1960, y se quedó 15 días: cinco días en la ciudad y 10 días más en el escenario fantástico de la ciudadela prehispánica. “El hotel es solo para los ricos”, dijo en Lima.
EL POETA BEAT EN LIMA
El jueves 5 de mayo tomó un bus para ir a Lima. Se negó a subir a un avión para pasar de un lugar a otro del país. Lo suyo era caminar, explorar, descubrir la calidez de la gente sencilla, la ternura de una sonrisa, el cariño de un abrazo. La noticia de su aparición limeña se publicó el viernes 6 de mayo en la portada de El Comercio, en la que se destacaba su libro “Howl”, traducido al español, alemán y francés.
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Se le vio barbudo, miope, con el pelo algo ralo y una gran mochila sobre sus hombros. En la capital se reunió con intelectuales peruanos, coetáneos suyos como el poeta y crítico de arte Sebastián Salazar Bondy (a quien conoció en Chile), el narrador Carlos Eduardo Zavaleta y el crítico literario José Miguel Oviedo.
Ese mismo viernes conoció a alguien que admiraba y andaba de paso por Lima: el poeta español Rafael Alberti. Lo hizo en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), donde había dado un recital poético. Salazar Bondy comentó en su columna de El Comercio que Ginsberg se caracterizaba por una “imaginación muy brillante, colmada de intuiciones agudas obre la existencia y la poesía”, y destacó su libro “Howl”, que le había valido un lugar destacado “en las letras de su idioma”.
La verdad es que, por aquellos días, el poeta beatnik de Nueva Jersey había olvidado “Howl”, el libro de su mejor momento, y estaba metido con todo en una tarea poética de gran aliento. Y ya tenía título en mente: “Kaddish”, una expresión hebrea que significa “ceremonia funeraria” o “lamento funeral” en una sinagoga. “Kaddish” se publicaría en 1961 y reveló una hermosa oración de difuntos, un poema narrativo que Ginsberg dedicó a la muerte de su madre, Naomi, quien con graves problemas mentales inspiró esos largos y sonoros versículos. Hubo en esos versos pura memoria, imágenes y dolor.
RECITÓ Y CONOCIÓ A MARTÍN ADÁN
El jueves 12 de mayo de 1960, la voz de Ginsberg se escuchó en el Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), donde leyó sus poemas y el de otros poetas norteamericanos de su generación. La traducción inmediata estuvo a cargo de José Miguel Oviedo y Carlos E. Zavaleta. Fue el único recital que dio en Lima.
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En esos días, cuentan que se dio un tiempo especial para juntarse varias veces con el poeta peruano Martín Adán. Se vieron en el bar Cordano, en el Centro de Lima. Al comienzo, Adán lo trató mal, pero después, con varias copas encima, entendió seguramente las ansias poéticas del norteamericano. Ginsberg escribió, además de los dos libros citados, “Sandwiches de realidad” (1963), “Las cartas de la ayahuasca” (1963) -con William Burroughs; así como “Noticias del planeta” (1968) y “Hadda Be Playing on the Jukebox” (1975), entre otros.
En Nueva York, Estados Unidos, el 5 de abril de 1997, a los 70 años –cuando en el Perú se cumplían los cinco años del autogolpe del presidente Fujimori–, murió este viejo poeta, querido y admirado. Su muerte, debido a un cáncer hepático, privó al mundo de una figura emblemática de la contracultura norteamericana de los años 50. Y es que la generación de Allen Ginsberg había sido la que mejor expresó, descarnadamente, el dolor, la angustia y la furia de esos tiempos de mediados del siglo XX.
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