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Álvaro Vargas Llosa: "Tenía el sueño de ser futbolista y quise hacer el servicio militar"

“¿Cuáles eran las probabilidades de que en 1936, en Arequipa, en una familia venida a menos, un muchacho pudiera hacer una obra que lo llevara a ganar el Nobel? Las probabilidades eran casi cero. Eso tiene que significar algo”, dice el ensayista y periodista.

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Fecha Actualización
Se adelantaron varios días con la esperanza de estar por Lima en secreto. Tarea imposible. Álvaro Vargas Llosa y su padre llegaron el domingo 14 de julio, 8 de la mañana, al Centro de Lima. En cinco minutos ya estaban rodeados por curiosos, seguidores y detractores. “Por tu culpa Fujimori está preso. Por tu culpa se ha jodido la política peruana”, recuerda entre risas Álvaro sobre las palabras que apuntaban a Mario Vargas Llosa. “Lárguense a España”, también le tocó al hijo del ganador del Premio Nobel de Literatura. Él contó dos insultos y todo lo demás fueron elogios. “Fue parte del show”, me dice porque estaban documentando el filme donde recorren la vida del autor de Conversación en La Catedral. Un documental en el que dialogan al compás de la nostalgia.
Ese domingo venían a recuperar los pasos que su padre dejó en el diario La Crónica, Radio Panamericana, la Biblioteca de Club Nacional, en los mítines de la plaza San Martín cuando fue candidato presidencial. También pasaron por La Perla, Magdalena e ingresaron al colegio Leoncio Prado, donde trataron de leer lo que hoy dicen las paredes que fueron el escenario vital de La ciudad y los perros. Esta visita tenía como telón de fondo la Feria Internacional del Libro de Lima, que culmina mañana y donde se rinde homenaje al universo vargasllosiano.
Álvaro, al igual que su padre, empezó muy joven en el periodismo. Alrededor de los 15 años. “A esa edad era rebelde y aventurero”, se define el ensayista y periodista que radica en Washington, el hijo que se rebeló contra la autoridad de sus padres, pero nada que la lectura no lo solucione.
-¿Es cierto que tu padre te obligaba a leer dos horas diarias?
No lo hacía de una manera autoritaria, pero sí con severidad. Te hacía sentir que si no hacías eso, ibas a estar jodido en la vida.
-¿En medio de qué circunstancia decretó eso?
Recuerdo que al principio nos sobornaba con una propina o llevándonos al fútbol. Pero como yo era muy rebelde –tenía 12 años– decretó que la lectura fuera en su escritorio, al lado de él. Mientras leía, él escribía. No me imponía libros. Me decía: “No se te ocurra leer los míos, no vas entender, son complejos”. Como no podía escaparme, ponía revistas pornográficas en los libros. Se suponía que lo que leía era muy grave y serio, pero yo me mataba de la risa.
-¿Te descubrió?
No sé. Pero descubrió que algo ponía. Había libros que no debía leer porque eran complejos, como Vallejo y Arguedas. Entonces, yo me rebelaba y agarraba esos libros, que me costaban mucho. Un par de años después, leí El Quijote y me atrapó. Pensé: lo verdaderamente divertido está acá. Tiré la revista y me puse a leer. Desde entonces, siempre en mi mesa de noche hay un libro. Me quedé para siempre.
-¿Contra qué más te rebelaste?
Estuve en el Franco Peruano, pero los últimos dos años los hice en Inglaterra; entonces, me presenté a la Universidad de Princeton un año antes de lo normal porque me había sacado buenas notas. Aguanté unos meses y me fugué. Era menor de edad y aterricé en Lima.
-¿Cómo te fugaz siendo un adolescente?
Tenía con las justas para el pasaje. Llamé por teléfono a mis padres y mi padre me mandó al diablo, lógicamente. Me fui a buscar a Elsa Arana Freyre, una amiga periodista muy conocida en su época, que ya falleció. Y me metió en el extinto diario La Prensa, que funcionaba por la cuadra siete del Jirón de la Unión. Y me dio chamba. Me alquilé un cuarto para estar cerca.
-¿Cuándo vuelves a la universidad para estudiar Historia?
Sí, unos años después. Antes quebramos La Prensa, porque le dieron la responsabilidad de manejar el periódico a toda una generación de chiquillos. Pasé a Oiga, donde hicimos historias muy divertidas. Una de ellas fue buscar por todo Lima a las antiguas vedetes que estaban de capa caída, como Betty di Roma, quien estaba en la ruina.
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-Volvamos a las horas de lectura. ¿Qué escribía Mario mientras leías?
Recuerdo clarito que estaba escribiendo ¿Quién mató a Palomino Molero? Y recuerdo que tenía la máquina de escribir, pero los primeros borradores los hacía a mano. Espiaba mucho lo que él hacía. Tenía fichas donde anotaba personajes, situaciones, embriones de historias que luego iba a desarrollar. Recuerdo haber entrado varias veces al escritorio cuando él no estaba y trataba de abrir cajones y ver qué diablos había en esas fichas.
-¿Alguna vez encontraste algo particular?
En algún descuido leí anotaciones sobre La guerra del fin del mundo, pese a que él dejaba todo con llave. Me impresionó mucho el nombre Jurema, que después descubrí que era un personaje: la esposa del guía que va hacia Canudos, donde ocurre la guerra. Pero también es el nombre de una flor de Brasil. Me fascinó siempre ese nombre. Mi perrita hoy se llama Jurema (sonríe).
-¿A esa edad eras consciente del padre escritor?
No. Era consciente de que él era un tipo raro. En el colegio tener un padre escritor era una cosa anormal. Había algunos hijos de intelectuales del velasquismo. No eran novelistas. Cuando me preguntaban “¿qué hace tu papá?”, no sabía qué diablos decir. Me acomplejaba un poco. Uno tiene padre médico, abogado, deportista, pero nadie decía que tenía un padre que escribía novelas. Me costó mucho entender eso. Cuando leí El Quijote, le dije en una cena: creo que ahora entiendo a qué te dedicas. Otro problema era que los chicos del colegio, seguramente porque lo habían oído de sus padres o el profesor, le atribuían a él cosas y barbaridades qué decían sus personajes. Dos compañeras se me acercaron y me dijeron: “tu papá es un maldito con las mujeres”. Yo me quedaba desconcertado. Luego descubrí que un autor no es lo mismo que un personaje inventado por el autor.
-¿Y en esa época jugabas con la posibilidad de algún día ser escritor?
Años después, a los 16, escribí algunos cuentos. Pero nunca con pasión. Mi acercamiento a la palabra escrita a través del periodismo fue porque yo había visto la película La guerra del fuego. Cuando la dieron en Lima, le quitaron una escena clave: sexo entre monos que se va convirtiendo en una escena humana. Yo estaba indignado. Mandé una cartita a Oiga que la dirigía Paco Igartua. Un día me llamaron para decirme que se había publicado. Paco lo había convertido en una gran polémica, había armado una historia, con opiniones sobre la censura. Siendo un chiquillo de 15 años, ver tu nombre en ese escándalo... me quedé fascinado.
-La literatura muchas veces está más iluminada y al periodismo lo pintan como un arte menor.
Pero luego descubres la calidad de periodistas que han hecho del periodismo algo sumamente creativo. De menor no tiene nada.
-El periodismo hasta parece devaluado.
Sí, parece. Conocí bien el Perú, al menos en parte, gracias al fútbol y al periodismo.
-¿Qué relación existió con el fútbol?
Yo tenía un equipo. Se llamó Melitón Porras y nos reuníamos en el parque del mismo nombre. Como no había suficiente gente, traíamos gente de otros barrios. Jugábamos más o menos. Yo lo hacía en la delantera, pero medio retrasado.
-Un Cuevita.
Por ahí. No era muy fuerte ni grande como para ser centro delantero. Nos inscribimos en un montón de campeonatos y ligas, dimos la vuelta a todo Lima y el Perú. Logramos jugar contra el equipo de calichines de Alianza. Nos ganaron 7-1. Mi hermano tapaba. El boxeador Mauro Mina entrenaba a los chiquillos de Alianza y se acercó y quiso contratar a mi hermano para Alianza. Si no habría sido por él, nos metían quince (sonríe).
-¿Ser futbolista fue tu sueño?
Sí. Tenía un gran sueño de ser futbolista, pero tenía pies planos. Quise hacer el servicio militar y no me permitieron por los pies planos también.
-¿Por qué el servicio militar?
Supongo que porque había oído historias del Leoncio Prado de mi padre, por un tema imitación. No sé muy bien por qué.
¿Qué más quisiste ser?
Me acerqué a la política, pero nunca di el paso final.
-La experiencia de tu padre capaz.
Puede ser. Siempre que ha habido en el Perú una situación extrema, estuviera donde estuviera, me he sentido impelido a meterme y participar. Ahí hay un resorte. Pero nunca termino de dar el siguiente paso. Hasta el día de hoy me buscan para refundar un partido liberal. Quizá la experiencia de mi padre me frena subconscientemente.
-¿Cuándo fue la primera vez que leíste a Mario Vargas Llosa con la consciencia de un lector?
Creo que lo primero que traté de leer fue La tía Julia y el escribidor, pero tuve dificultad. Entonces, él recomendaba que leyera Los jefes y eso hice. Yo le decía “tus libros me aburren mucho” y al final, cuando ya había crecido un poco más, me dijo: “lee Pantaleón, te vas a reír”. Yo tendría unos 16. Lo leí. Y luego Los cachorros, que es un libro más difícil de lo que parece, porque es sofisticado en su estructura. Con La ciudad y los perros intenté varias veces, pero debo haberlo leído bien a los 18 años, y creo que lo aprecié.
-¿Qué representa Mario para el Perú?
Como hijo es difícil decirlo. Tiene que decirlo el tiempo. Dentro de 30 o 40 años no sabemos si será recordado o no; y si lo es, por qué aspectos será recordado. Pero ¿cuáles eran las probabilidades de que en 1936, en Arequipa, en una familia venida a menos, un muchacho nacido en la periferia del mundo pudiera hacer una obra que sea reconocida en el mundo y lo llevara a ganar el Premio Nobel? Las probabilidades eran casi cero. Eso tiene que significar algo para su país. Si la probabilidad era esa, tiene que haber alguna significación, tiene que haber algo en la capacidad creadora a través de esa obra, en la disciplina con la fue escrita, en la capacidad para convertir las aspiraciones en realidades. En lo político, hay gente que lo respeta y que lo detesta. Él recoge una serie de ideas hace más de 30 años, que en el Perú eran menos que marginales, hace un descomunal esfuerzo por darle a esas ideas un auditorio, fracasa por alcanzar el poder, pero deja un germen en el ambiente, porque 30 años después, hay cuestiones que no se discuten sino que forman parte casi del paisaje natural de las cosas. En esa transformación de la mentalidad peruana creo que sería injusto no reconocer que ha significado algo.
-¿Y qué ha significado para ti?
Una referencia cultural. Me ha enseñado dos cosas muy importantes: la cultura y la libertad. A mi hijo e hija intento inculcarles la importancia de ambas cosas, porque entiendo el valor de ambas en gran parte por mi padre y mi madre. Y hay otras cosas, como la disciplina; todo el mundo sabe que es un militar en eso.
-¿Qué representa el Perú para un Vargas Llosa?
Raíces y frustración. Hace 20 años yo era uno de los peruanos que teníamos la ilusión de que se vendría abajo la dictadura y empezaría la apasionante tarea de reconstruir las instituciones del Perú de una manera muy distinta. Y 20 años después, tenemos instituciones que están podridas. Es frustración, pero no significa desesperanza.
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AUTOFICHA:

-“Soy Álvaro Vargas Llosa, pero en la partida de nacimiento dice Álvaro Augusto Mario. Nací en Lima, en el año 66. Estudié en el colegio Franco Peruano y los dos últimos años en Inglaterra. Luego en London School of Economics hice Historia. Tiempo después estudié una maestría en temas de finanzas”.

-“Mi primer libro fue El diablo en campaña, una crónica desde adentro de la campaña. Y el último es sobre la inmigración. Defiendo la idea de la inmigración. Otro libro es El estallido del populismo, donde soy el editor y tengo un capítulo. En total he participado en unos 17 libros”.

-“Estoy metido en la fundación liberal que dirijo, a la que dedico mucho tiempo. Desde el divorcio de mis padres, me ocupo de temas familiares. Tengo columnas en EE.UU., España, América Latina, doy muchas conferencias. Ya no puedo jugar al fútbol, pero lo veo mucho; soy hincha de Alianza y del Barcelona”.