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Bernstein o el miedo a estar solo
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Existe una escena fundamental en Maestro. Hay muchas realmente, pero es preciso iniciar por una en particular. Una en la que vemos cómo el maestro Leonard Bernstein —ya convertido en una insólita estrella musical debido a una oportunidad para la cual siempre estuvo preparado— sostiene una conversación con tres jóvenes de su equipo mientras está sentado en el inodoro del baño. La puerta que separa ambos cuartos está totalmente abierta. No hay reservas. La conversación continúa sin privaciones, como si todos estuviesen bajo un mismo salón, en la normalidad de una reunión cualquiera.
Esta escena termina de explicarse minutos después. Mientras un periodista entrevista a un Bernstein ya mayor, el compositor ensaya una explicación sobre su abundante amor por la música y la gente. “Me es difícil estar solo. Es parte de mis dificultades como compositor”, dice, mientras golpea el cigarro con sus dedos.
-Sí, eres la única persona que no cierra el baño con tal de no estar solo –responde el entrevistador, muy observador.
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Es imposible no detenerse en lo que hay detrás de Maestro. Tendríamos que iniciar por Bradley Cooper como productor y director, pero incluso sobre sus espaldas aparecen dos pesos pesados: Martin Scorsese y Steven Spielberg, ambos como primeros candidatos a dirigir el largometraje recién estrenado en Netflix. Pero Cooper se sintió tan preparado que les dijo a ambos cineastas que lo mejor era que él mismo sea el director y protagonista. El detrás de cámaras señala que Spielberg se convenció de que Cooper era la mejor elección al verlo interpretar la canción “Shallow” en la recordada A Star is Born hace algunos años. “Vas a dirigirla tú, maestro”, fueron sus palabras hacia Bradley.
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Acertada decisión. Maestro es un retrato atrevido de la vida de uno de los seres intocables de la industria musical en Estados Unidos en el siglo XX. Esta vez no se busca desenredar el proceso creativo del afamado director de la Filarmónica de Nueva York, ni tampoco conocer el origen de su talento o de sus obras más importantes, como Candide y West Side Story. Esta vez la narrativa se adentra en la relación de más de 30 años entre Leonard y su esposa Felicia Montealegre, interpretada brillantemente por Carey Mulligan. Se nos presenta un romance en blanco y negro que comienza en un encuentro peculiar en 1946 entre sonrisas y admiración. Evoluciona con el pasar de los años hasta convertirse en un tormentoso manual sobre el desencantamiento, la paciencia y el amor.
En la ficción y la realidad, Felicia ama profundamente a Bernstein. El maestro también y es tan consciente de ese sentimiento que siempre equipara su admiración por Felicia con su gusto por la música. Sin embargo, el problema llega justamente por la necesidad del músico de explorar nuevos rumbos personales. Llevar una doble vida se convirtió en su forma de seguir vivo y de demostrar amor. Felicia, en silencio, miraba y protegía ese “maldito desastre”. En su mirada no había más que la esperanza de que Bernstein cambiaría pronto de rumbo y se volviera a su familia. El siglo XX permitía escándalos; siempre y cuando sean silenciosos.
“Es agotador amar y aceptar a alguien que no se ama ni se acepta a sí mismo. Y esa es la única verdad que sé de ti”, le llega a decir en Maestro.
Pronto vemos que los romances homosexuales clandestinos del afamado director se iban haciendo más evidentes. El control de sus pasos y creaciones sobrepasaba cualquier acción familiar. Bernstein, que odiaba estar solo, había aceptado un universo donde se nutría del dilema de lo prohibido. Es que la figura y los anhelos del músico resultaban categóricamente amplios, buscando abarcar terrenos insospechados. ¿Es posible ser un director de orquesta clásico de talla mundial y al mismo tiempo un compositor de Hollywood?, ¿es probable construir un nombre cuando se tiene justamente un apellido judío?, ¿es posible amar solo a una mujer y no a otros hombres?, ¿hasta dónde la felicidad va de la mano con la idea de familia?
Entendemos pues que la melancolía del compositor, director de orquesta, divulgador, activista político, nunca fue solo un capricho. Estar siempre acompañado, así sea en el baño, era una de las formas más plenas de intentar vivir o querer abarcarlo todo.
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