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Carlos Guerra o Tío Lenguado: “Se puede cocinar con poca plata, sin saber y cocinar alegre, feliz”

Carlos Guerra es el Tío Lenguado, que en un año se ha convertido en una figura peruana de YouTube. Tiene 62 años y se acaba de jubilar. Pero ya cocina la posibilidad de abrir un restaurante bajo el nombre que lo ha hecho popular. Perú21 lo entrevistó.

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¿Cómo le digo: señor, Carlos o Tío Lenguado? Es lo primero que le pregunto. “Llámame Tío Lenguado, señor, tío, como quieras; hermano, ya estoy acostumbrado”, me responde y ríe. A Carlos Guerra lo llaman ‘Lenguado’ desde los 14 años, cuando se salvó de que lo llamen ‘Cara de cuchillo’. Según él, por su cara larga.
Tiene 62 años y se acaba de jubilar. Nunca se paró frente a una cámara de video, pero hace un año grabó su primer video para YouTube, plataforma que ha conquistado, en parte, gracias a lo que llamamos carisma, entre otros talentos. El video donde cocina un lomo saltado con 15 soles ya sobrepasó el millón de visualizaciones. De cerca, sobre las 900 mil, le sigue el cebiche de 6 soles. “Te cuento que, antes de todo esto, de la fama de youtuber, era raro si alguien me decía lenguado en la calle. Pero hoy todos me dicen así, hasta los policías”, agrega y ríe, esta vez a carcajadas.
Estudió ingeniería un par de años, pero cambió a Administración. Ambas carreras en la Universidad de Lima. En el noveno ciclo dejó la facultad porque se dedicó a trabajar y comenzó a ganar dinero. Vivió 40 años en Lima y en el año 99 migró al norte. Contabiliza 13 años en Sullana y ya son 8 años en Piura, desde donde produce los programas para YouTube junto a su hijo Lorenzo o Descocaos, quien además es el responsable detrás de esta aventura en video.
Está sentado frente a la cámara. Detrás camina, por ratos, Lorenzo. Mientras me da esta entrevista, el Tío Lenguado sancocha zanahorias y vainitas para un próximo video dirigido a quienes no saben cocinar y quieren preparar algo rápido, un plato para que los niños coman verduras. Su casa está a cinco minutos del centro. No tiene vecinos cerca; solo se escucha el canto de las vacas, chanchos y burros, y la presencia de perros. A 50 metros, fluye un brazo del río Piura. “A Lima ya no regreso para nada”, me dice y estira la sonrisa.
-¿Por qué dejó Lima?
Porque no me gusta la ciudad. Me gusta el campo, la vida al aire libre. No me gusta vivir en una propiedad chiquita, sino con terreno para mis animales, carro y moto. No puedo estar encerrado entre cuatro paredes, imposible.
-Normalmente en el Perú la migración ha sido del campo a la ciudad.
Sí. No tenía una casa propia en Lima. Pagaba alquiler, que subía cada seis meses. El restaurante que tenía lo quise comprar con un préstamo del banco, el dueño no me lo quiso vender y entonces opté por comprar una propiedad acá. Y me vine con toda mi familia. Creo que ha sido una buena decisión porque la vida acá es más sana, mis hijos han crecido con costumbres más sencillas, no con la etiqueta que hay en Lima. Siempre hemos estado rodeados de gente humilde, que se sorprende cuando ve que unos ‘coloraos’, como nosotros, los tratamos de igual a igual.
-¿Por qué cree que se sorprenden? ¿Qué esperarían de un ‘colorao’?
Los ‘coloraos’ miran a la gente humilde sobre el hombro, se creen mejores que ellos. Tienen mejor ropa, tienen mejor carro, pero no meten la mano; nosotros agarramos una lampa, un pico, andamos sin zapatos. La gente cuando ve eso se sorprende, por eso nos tratan bien. Por ejemplo, vamos a un lugar y vemos a la señora del restaurante que entra con su bolsa o sacos, y nosotros la ayudamos y llevamos el saco hasta la cocina. Entonces, saco de cuadro a la señora. Desde chicos les he enseñado a mis hijos a hacer eso, porque a mí me nace. Y lo que trato de transmitir es que entre peruanos hay que ayudarnos, no mirarnos sobre el hombro, no ser racistas.
-Y, lamentablemente, estamos acostumbrados a lo contrario.
Otra cosa que me ha pasado toda mi vida es que la gente cree que siempre he tenido plata, que soy pituco, de buena familia. Pero, hermano, mi papá a veces no tenía un mango. En mi familia nunca hemos tenido dinero.
-Pero se dice que usted fue el rey de las langostas.
Entre el 93 y 98, renuncié a mi trabajo y me vine acá con mi familia, me puse a comprar langostas y llegó un momento que yo compraba todas las langostas que salían desde Zorritos hasta Talara. Todos los días, 4 de la mañana, salía a dejar a los pescadores y los recogía a las 7 de la mañana, y todas las langostas las enviaba a Lima. En esa época el restaurante Costa Verde era el mejor de Sudamérica y era mi principal cliente, así como los mejores hoteles de Lima. Una época bonita, se ganaba plata. Pero Fujimori despidió a todos los empleados públicos y el que menos se metió al comercio de productos hidrobiológicos; comenzaron a matar el mercado. Entonces, puse una pescadería en Monterrico, Lima. Las tías pitucas iban en la mañana y los tíos pitucos en la tarde-noche. Entre 10 de la mañana y 6 de la tarde no hacía nada; una señora me dijo que haga cebiche y era lo único que sabía hacer. Y fue un boom, la gente comía parada. Me pedían arroz, chicharrón. Como era proveedor de buenos restaurantes y hoteles, a los cocineros de esos lugares les pedía que me enseñen a cocinar en sus días libres y les pagaba. Se llamaba pescadería Don Antonio.
-¿Por qué Don Antonio?
Por mi hijo Antonio. Falleció a los seis años de edad, cuando la pescadería era proyecto. Eso me bajoneó. Ya tenía el préstamo del banco aprobado, me llamaban y yo nada. Estuve como casi ocho meses sin saber nada, estaba decaído. Hasta que de un momento a otro dije que tenía que salir adelante y puse la pescadería. Me fue tan bien que la traspasé. Y a unas tres cuadras, le alquilé el jardín a una señora e hice el restaurante Don Antonio.
-¿Su hijo falleció por causas naturales o accidente?
Un accidente en un centro comercial. Había una maqueta de distribución del centro comercial, se trepó y se le vino encima. Horrible. Hay veces que se me vienen flashes de él y me golpea.
-¿Y qué pasó con el restaurante Don Antonio?
Lo traspasé a un buen precio. Me lo compró un árabe, que era mi cliente. Con ese dinero compré una propiedad en Sullana, de 10 mil metros cuadrados, con piscina, una casa bien bonita. Y puse el restaurante campestre Don Antonio, con caballos, cancha de fulbito. Pero invadieron frente a mi casa, se prendieron de mi línea de luz y de agua, y de un momento a otro empezaron a asaltar en la puerta del restaurante y el negocio bajó. Rematé la propiedad. Justo mi cuñado me llamó porque necesitaba un jefe de recursos humanos en una mina en Paita y me fui. Estuve 10 años en Paita. Comenzamos desde cero y ahora es una tremenda empresa, pero hace un año y medio que salí.
-Entonces, también es el rey de las reinvenciones.
(Risas). Increíble, ¿no? Y ahorita estamos en un proyecto de un restaurante.
-¿Se llamará Don Antonio?
Se llamará Tío Lenguado (risas). Pero mi hijo estará presente en una foto. Tenemos que aprovechar los cinco minutos de fama. Lorenzo tiene su canal hace cinco años. Cuando comenzaba me consultó y me dijo que él iba ser youtuber, que trabajaría en eso. Le dije que no, que estaba loco. Y hubo una discusión un poquito caliente. Ahora me tengo que comer mis palabras, tengo que esconder el rabo entre las piernas y no escupir al cielo, porque me cayó en el ojo. Nunca me ha gustado tener jefes y ahora él es mi jefe. Imagínate. El mérito es de él, una persona muy inteligente, muy emprendedora. Y esto ahora es una empresa, que tiene auspiciadores, no muchos, porque no me gusta tener muchos auspiciadores porque no somos metalizados, lo nuestro no es ser mercantilistas. Nos llaman un montón y digo no. Lo que me interesa es apoyar al peruano y sin son empresas peruanas, tienen más porcentaje que les diga que sí.
-Usted siempre reflexiona sobre las bondades del Perú. ¿Qué siente hoy por el país?
Si hubiéramos tenido gobernantes adecuados no estaríamos sufriendo con las vacunas ni habría tantos muertos. Es cuestión de decisión, falta decisión. Estoy desilusionado con la política en el Perú. Hasta ahora no tenemos a alguien que verdaderamente haga algo por nuestro país.
-¿No le han ofrecido entrar a la política?
Sí. Pero la política es sucia, cochina. No va conmigo. Nos han llamado para esta elección y he dicho que no. Me han querido pagar para que haga spots, pero no, imposible. Desde este pequeño canal que tenemos pongo mi granito de arena y hago que quieras a tu país, que no botes basura y que a tus hijos les enseñes valores.
-“Si no me muero, me vuelvo loco” es su frase que corona un platillo cuando toca degustarlo. ¿Qué lo vuelve loco?
Correr tabla y el campo. Es la mejor terapia. Cuando cumpla 65 años, quiero tener mi casita en la playa, poner un restaurante y que Lorenzo me mande las regalías (ríe a carcajadas).
-Después de todo lo vivido, si su hijo Antonio se aparece en este momento, ¿qué le diría?
‘Asu mare’ (se quiebra). Gracias. Le diría gracias. Y Dios sabe por qué hace las cosas, Dios sabe por qué no terminé la carrera, Dios sabe por qué renuncié a los trabajos y creo que ahorita estoy ayudando a mucha gente, aunque todavía no me la creo. Pero sí se puede cocinar con poca plata, se puede cocinar sin saber y puedes cocinar alegre, feliz.
AUTOFICHA:
- “Me llamo Carlos Antonio Guerra Verrando. Mi apellido materno es italiano. Mi abuelo vino de Italia por la Segunda Guerra Mundial y se quedó acá, un poco el genio que tengo es por él. Nací en Lima, el 12 de marzo del 59. Estudié en el colegio María Reina, en San Isidro”.
- “Mi madre era ama de casa, pero le gustaba mucho tejer. Hacía chompas de lana. Y mi padre estuvo en la FAP, pero lo botaron porque hacía sonseras con los aviones. Se pasó a trabajar a Faucett, pero lo dejó y se dedicó a ser numismático, creo que era el mejor en el Perú”.
- “Con Lorenzo vamos a comenzar a viajar en moto, iremos por la sierra de Piura y después queremos viajar por el Perú, ir a Cajamarca, Huaraz, Cusco. Mostrar al Perú de otra forma. El Perú es tan bonito que cualquier lugar tiene su encanto, la cosa es verlo y darte cuenta del encanto que tiene el lugar donde estás”.
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