“Infancia es destino”. Parece una premisa confeccionada para la cumbia, por su carácter familiar y de barrio, y porque, finalmente, siempre volvemos a ella. Como sonidos omnipresentes, banda sonora de nuestras infancias.
Cita que se lee en “Sonido Gallo Negro: la transformación mística, mexica y sideral de la cumbia”, texto de Juan Carlos Hidalgo y Jaime Acosta, uno de los artículos reunidos en Cumbia somos, libro que efectúa viajes por las geografías de la cumbia continental: sus íconos, panoramas, figuras y transformaciones; surcando la movida sonidera mexicana, el origen desconocido y esencial de la cumbia de Panamá, las cumbias venezolana y ecuatoriana, la chicha y psicodelia peruana, el sonido ancestral colombiano, la cumbia villera argentina, la nueva cumbia chilena; en suma, el arraigo de este popular género en sus diversas formas, desde sus inicios hasta su actualidad.
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EL SONIDERO
“La cumbia en México es un sonido que está ahí, una especie de banda sonora en los barrios, siempre hay una cumbia sonando”, me dice Enrique Blanc, periodista y escritor mexicano, uno de los coordinadores —junto a Humphrey Inzillo— de Cumbia somos, obra que ha sido publicada en el Perú por Editorial UPC, de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, trabajo colaborativo con la Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica.
La cumbia tradicional tiene un espacio reconocido y notorio en las vitrinas de América Latina. Pero este género ha penetrado con sabiduría otras músicas. Blanc, en “Excentricidades y rarezas de la cumbia azteca”, recuerda fenómenos cumbre como “La negra Tomasa” en manos de Caifanes, allá por 1988; o veinte años después, Julieta Venegas con “Sin documentos”, de Los Rodríguez, en el disco Limón y sal.
CHICHA Y PSICODELIA
Enrique Blanc también pone en relieve la presencia de Son Rompe Pera, fenómeno contemporáneo que interpreta la cumbia con impronta y actitud punk, rockera, grupo mexicano que, entre otras, se nutre de la cumbia peruana.
En ese sentido, el combo Sonido Gallo Negro también declara el influjo de la chicha. Hidalgo y Acosta escriben: “Fue la chicha peruana la música que impulsó una propuesta como no había otra en el panorama mexicano y la que también les permitió a los músicos reinventarse”.
El libro contiene dos artículos vinculados directamente con la cumbia peruana: “La psicodélica exuberancia de la cumbia amazónica peruana”, por Raúl Cachay A. y “Rossy War, la pionera de la tecnocumbia en Perú”, de Zoila Antonio Benito.
“(La peruana) es una cumbia reconocida, ya podemos hablar de la internacionalización de Los Mirlos, que tocan por todo el mundo”, agrega Blanc.
CUMBIA DEL CANAL
Un texto revelador es “La cumbia de Panamá, una gran desconocida de Latinoamérica”. Nodier Casanova pregunta con ironía: ¿Cumbia en Panamá? Y vaya que sí, incluso desde los orígenes del género. Afirma que la cumbia es un árbol con dos ramas principales: la panameña y la colombiana.
Detalla fechas, canciones y presencias. De ellas, un dato del siglo XIX: “El investigador colombiano Egberto Bermúdez menciona una fuente vinculada con Panamá de 1887, que contiene por primera vez la palabra cumbia en un documento”.
¿Sabíamos que la cumbia panameña tiene alrededor de diecisiete variantes tradicionales? ¿Nos hemos enterado de que “Tírense con la escoba” es parte del set list panameño y que fue grabada por Los Mirlos en 1976?
“La publicación de este libro nos deja muy clara la idea de que la cumbia ha sido una especie de moneda de intercambio cultural a lo largo del continente”, apunta Blanc.
En el prólogo, Mario Galeano Toro, músico colombiano del Frente Cumbiero, subraya con acierto (y sabor) la plasticidad de la cumbia: “Es la hija más extravagante, curiosa, experimental y mutante del mestizaje musical americano”.
En nombre de esa plasticidad y de una sólida tradición, el futuro de la cumbia es prometedor. “Tiene un territorio abonado. Está viva. Se modifica. Y se puede llevar hasta extremos impensados”, sentencia Enrique Blanc. Es su majestad, la cumbia. ¿Bailamos?
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