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Decimoséptimo capítulo de Ella, la novela de Pablo Cermeño

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Fecha Actualización
ELLA
Pablo Cermeño
Soluciones Tecnológicas Rospigliosi se mudó al edificio más nuevo del Centro Empresarial de San Isidro. Los ojos de todos estaban sobre la gran Carla. Ahora tenía un socio con una gran cantidad de recursos y contactos. Lo había conseguido; sin embargo, no lograba disfrutar de su éxito. Su pensamiento se había quedado varado junto al cuerpo sin vida de Jorge Sánchez y a la casi inequívoca posibilidad de que el asesinato haya ocurrido a consecuencia de su llamada. Este miedo estaba envenenando su alma y convirtiéndola en otra persona.
En lo que respecta a su hogar con Luciano, sus ojos estaban cegados a la realidad. Se resistía a aceptar que su matrimonio había sido herido de muerte. En vez de eso, compró un hermoso departamento de trescientos metros cuadrados, en el exclusivo barrio de Chacarilla, frente al Pentagonito. Y, llena de ilusión, sorprendió a su esposo con la noticia. Él no supo cómo reaccionar. En el estado que se encontraba su relación, le parecía una locura. Casi sintió pena por ella, pero, luego de felicitarla, la dejó allí y fue en busca de Carolina.
Cuando supe que Luciano había pasado la noche con otra mujer, el día de la muerte de su esposa, de inmediato pensé en la pelirroja. Incluso creí que las drogas que encontraron en su cuerpo se las había suministrado ella.
Carla murió en ese apartamento que había comprado para pasar el resto de su vida con Luciano. Cuando dejó este mundo, tenía enemigos y se había metido con personas muy peligrosas. Era seguro que la muerte la encontraría en cualquier momento. Sin embargo, Carla también se había convertido en una estrella para el mundo empresarial. Y su éxito, en una promesa para todos los emprendedores. Es así que llegó a su vida Sara Bustamante, una hermosa contadora de cabellos dorados, cinco años menor que ella. Cuando Carla la conoció, durante la entrevista de trabajo, quedó impresionada por sus logros académicos y su trayectoria. No solo era lo que había estado buscando, sino que era la persona que necesitaba a su costado.
–Mucho gusto –dijo Carla al estrecharle la mano.
Inmediatamente, se sintió atraída por lo bonita que era. Carla no tenía inclinación por las mujeres, pero era imposible no sentir algo al ver a Sara. La perfección de sus rasgos y sus labios carnosos pintados de rojo eran tan seductores como la blusa blanca y la falda que parecían pintadas sobre las curvas de su cuerpo. Sara quedó viendo a los ojos de Carla como si hubiera cumplido un sueño al conocerla. Y luego de algunos segundos sin soltarle la mano, entró en razón.
–El gusto es todo mío. Disculpa que me haya quedado así. Me impresionó verte.
Carla soltó una breve carcajada. Todavía le parecía irreal que algunas personas hicieran tanto alboroto por conocerla.
–No te estoy mintiendo. Eres una inspiración para todas las mujeres que estamos en el mundo de los negocios. De hecho, te pediría que te tomes una fotografía conmigo, si supiera que es la única vez que te voy a ver en persona.
Todo esto era tan nuevo para la empresaria que se dejó llevar por los halagos.
–No te preocupes –dijo Carla, sin poder dejar de sonreír, ni de verla a los ojos–. Eso no va a ser necesario.
De inmediato la contrató y la puso al tanto de todo. Estaba fascinada con ella, hablaban el mismo idioma. Una vez que los temas de la empresa quedaron claros y ya no era necesario continuar con la reunión, Carla sintió algo muy parecido a un vacío emocional. Se había sentido tan bien con Sara, que su deseo era seguir conversando con ella. La contadora se dio cuenta. Y, sabiendo que apenas eran las seis y media de la tarde y que las personas como Carla no dejaban la oficina antes de las ocho de la noche, se arriesgó a invitarla a ir por un vino. Para suerte de Sara, Carla se encontraba en una etapa en la que ya no daba más. Necesitaba un respiro y alguien con quién hablar. No dudó en dejar todo para ir con ella.
Un estafador no lo habría planificado mejor: el bar adonde fueron tenían un piano de cola, en el que –ya cuando iban por la segunda botella– Sara sorprendió a su nueva jefa, tocando de memoria algunas piezas de música clásica. Carla siempre quiso aprender a tocar piano, pero nunca se había dado tiempo de hacerlo. No supo qué sentir, era la primera vez que tenía tanta admiración por una mujer. No podía quitarle la vista de encima. La invadieron unas ganas locas de besarla, pero se contuvo. Sara siguió tocando, con su bella sonrisa y los ojos puestos en Carla.
Ya a las once de la noche, luego de unas botellas más, Carla la invitó a conocer su nuevo apartamento. Tomaron un taxi y llegaron sin problemas. Mientras Carla buscaba las llaves de la puerta, no dejaron de reír, ni de bromear. Y ya cuando la empresaria estuvo a punto de introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Era Luciano, que –al escuchar el escándalo– salió apurado, solo en ropa interior. Sara quedó boquiabierta, sin poder quitarle la vista de encima. Luciano se dio cuenta, él también quedó viéndola. Le sonrió y las hizo pasar.
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