Por: Alejandra Cisneros
Si me concentro y cierro los ojos, aún puedo escuchar tu voz, a veces también puedo sentir tu abrazo y, si tengo suerte, hasta tu olor.
Han pasado doce años y algunas cosas han cambiado con tu ausencia presente. Por ejemplo, si te cuento de tus nietos, los mellizos Lucas y Sol terminaron su carrera; Rodrigo, Maciel y Lía ya son universitarios, y nacieron Alejandro y Leonardo. A estos dos últimos nietos no los conoces, ellos son mis hijos, y me atrevería a decir que ellos a ti sí. Te nombramos mínimo una vez a la semana, piden sushi y dim sums como si tú mismo les hubieras enseñado tus gustos.
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Cuando tengo algún encuentro con amigos tuyos, hablamos de ti como si estuvieras vivo, es que para ellos es difícil creer que la vida ha pasado así de rápido.
Doce años que han transformado mi amor por ti, papá. La muerte es curiosa. Algunas veces, me hace pensar que ya no te necesito y otras veces tus recuerdos aparecen para decirme, no solamente que te necesito, sino también que nunca te olvide.
Felizmente, me queda también la tranquilidad de que te seguiremos recordando en los libros escolares, en las lecturas universitarias, en los crucigramas, en los paseos por el malecón y, sobre todo, en tu poesía.
Doce años han pasado y te mantengo vivo al estar con mis hermanos Diego y Soledad, al disfrutar a mi mamá y al ver a mis hijos crecer. Solo han pasado doce años, y nos quedan algunos más…
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