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El próximo año, a la misma hora

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Cuando el dramaturgo estadounidense Bernard Slade escribió el guion de El próximo año, a la misma hora, no imaginó que su obra terminaría presentándose en Broadway por cuatro años seguidos, en un total de 1,453 veces durante una primera temporada. Tampoco que sería uno de los montajes de dos personajes más reproducidos de todos los tiempos. Ni que sería replicado en distintos lugares, desde Budapest hasta Londres, incluso Lima.
Era de esperarse pues que Hollywood ponga los ojos en su guion. Así llegaría Robert Mulligan, que la trasladaría al cine en 1978 en una versión que de inmediato la convirtió en un clásico de la comedia romántica.
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La premisa es tan simple como peculiar. Dos desconocidos se encuentran y pasan una noche casual en un hotel. Al amanecer y, a pesar de que se confiesan casados, con hijos y con vidas distantes, deciden hacer un pacto: encontrarse cada año en el mismo lugar y en el mismo día. Y así ocurre. Cumplen religiosamente su promesa en los siguientes años.
“Doris, ¿crees que dos perfectos desconocidos pueden mirarse a través de una habitación llena de gente y de repente querer poseerse el uno al otro de todas las formas imaginables posibles?”, le pregunta George a Doris en una de las escenas más intensas de la primera parte. La ficción nos lleva a ingresar a la historia de esta pareja, que de inmediato siente el impulso de amarse a pesar de sus vidas hechas. Y no es que lleven consigo vidas pesadas, no. Menos resignaciones o entornos sombríos. Cada uno posee una gran familia y parejas que, en menor o mayor medida, resultan de ensueño. La felicidad puede llevar varios empaques y ellos consideran que son felices. Lo excepcional, es pues, el empuje que los lleva a tomar ese acuerdo de amantes. Un pacto que a primera impresión podría resultar solo un capricho pasional, un cuento breve de adulterio fugaz, pero en la historia de George y Doris la ficción parece retirarse para dar paso a sensaciones más reales.
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Encontrarse una vez al año con alguien a quien se ama puede resultar tan divertido como dramático. Durante cada encuentro entre Doris y George ocurren nacimientos, muertes, derrotas, victorias, problemas matrimoniales como consolidaciones. Nunca nadie es el mismo cada año. Y todo bajo el contexto histórico de los acalorados años de la segunda parte del siglo pasado. Y la pareja de amantes va cayendo en la cuenta de que la aventura nunca fue una aventura. Que sobre ellos pesa un deseo irrefrenable de partirse en dos.
“Sentí que estaba escribiendo una fantasía. Luego comencé a recibir cartas de personas que habían tenido este tipo de relación...”, dijo el director Slade ensayando razones para explicar el éxito de su obra. No lo dudamos.
EN EL MARSANO
Tanto Sergio Galliani como Connie Chaparro coinciden en que la puesta en escena de esta obra de teatro les ha llegado en un momento especial, con la madurez emocional y actoral para protagonizar esta comedia que se sirve de la risa para cuestionar al público sobre las distintas formas de amar. “Me llegaron dos propuestas, pero esta la leí de un tirón. Supe de inmediato que la tenía que hacer”, dice Galliani en su camerino en el Teatro Marsano, a solo minutos de salir a escena. Es la primera vez que actúa en una obra de teatro junto a su esposa. “Es algo que nos faltaba hacer en la vida”, replica Connie, mientras se ajusta su vestido conservador y sesentero de su primer acto.
“Estamos hablando de un amor verdadero. Lo primero que hace la pareja al encontrarse cada año es contarse cómo les ha ido”, destaca Galliani para luego rematar. “Es amor. Esos encuentros los mantienen vivos”, sentencia mirando enamorado a su pareja ficcional y real.
Empieza la función y cualquier tipo de prejuicio queda fuera. Inician también las risas tímidas del público. Las impresiones y los cuestionamientos sobre las fronteras del amor y las relaciones de pareja. ¿Hasta qué punto es ficción? El teatro, el arte, nuevamente es un espejo.
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