Esta entrevista se postergó dos veces. Primero porque falleció nuestro premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa y luego por la partida del papa Francisco. Avatares periodísticos que Ernesto Jiménez conoce desde la década del 70, primero como reportero gráfico y luego como periodista; y hasta hoy, en ambas posiciones.
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Así también es autor de libros. El más reciente es Wata Yupana: Calendario Inka. Un rescate arqueológico y propuesta para discusión actual frente a la crisis de identidad e ideología. Obra impresa en Moldavia, al norte de Ucrania, y que a la vez se puede adquirir vía Amazon.
Nos recibió en su casa, en Huaycán, que también es una zona arqueológica.
Si empezó estudiando periodismo, ¿cómo llegó a la fotografía?
Mientras estaba estudiando, continué con la radio. Entré como practicante a Radio Central, la emisora más popular. Entré a hacer la redacción. Al año y medio pasé a televisión. Luego entré al periódico Expreso, pero ese año hubo varios cambios de director. La línea pasó de rojo a azul; ya no sabía cuál era la ‘verdad’. Y entonces, pensé hacer algo que no sea redacción, que no sea discutible, y elegí la fotografía. Entré al diario La Prensa. Me compré una cámara de uno de los trabajadores y la pagué a plazos. Una Pentax, que es el Volkswagen de la fotografía.
¿Y en qué momento migra a lo documental?
Ingresé al Ministerio de Educación, a un centro especialista en audiovisuales. Me hice cargo de una colección de diapositivas de temas educativos: historia, geografía, sociedad. Seguí un curso de documentalista. Pero ese tiempo también hacía sindicalismo y pasé al semanario Amauta. Y una vez más me quedé sin chamba y comencé a buscar por aquí, por allá: AFP, El Comercio, La República, Marka, Sí...
¿Alguna vez estuvo en riesgo su integridad física en aquellos años de elevada tensión política?
Un montón de veces. Para el desfile del 28 de julio, el Sutep anunció que iba a hacer una marcha dentro del desfile de la avenida Brasil. El gobierno militar puso un policía cada metro. Pero los del Sutep rompieron el cordón policial. La Policía comenzó a tirar gases lacrimógenos. Pero los profesores devolvían las bombas a los policías. Y los policías comenzaron a tirar piedras, y los fotografié. Un policía me miró y vino corriendo hacia mí, y me empezó a pegar con su palo en la cara. Vino otro policía y me pegó en el cuerpo. No había escape, pues eran como seis, siete encima de mí. Agarraron los rollos y los velaron. Me llevaron preso, a El Sexto. Estuve dos semanas. No había Constitución, no había Parlamento, no había Colegio de Periodistas, no había círculo de periodistas, no había nadie que saque cara por mí. Pero llegué a proteger mi cámara e hice meter rollos fotográficos con la comida, y le hice fotos a todos los que estaban presos ahí; cuando salí, las publiqué en Amauta.
¿Y en qué momento empieza a deslumbrarse por trabajos de investigación como el que ha desarrollado para Wata Yupana: Calendario Inka?
Cuando estaba en el diario Marka yo solo era colaborador y, entonces, me iba con mis propios medios a la selva y a la sierra. Y después vendía esas fotos, pero me pedían que en un papelito escriba información de esas imágenes. Entonces, dije mejor yo mismo hago la redacción. Y así iban publicando mis cosas.
¿Había fotógrafos que hacían lo mismo: tomar fotos y escribir?
No, eran poquísimos. Y otra cosa, empecé a mandar fotografías para afuera, hasta que conseguí una agencia alternativa: Impact Visuals, en Norteamérica. Mientras la economía del Perú se iba a pique, mi economía crecía porque yo enviaba esas fotografías. Esa paradoja me sostuvo. Hasta que dejaron de enviarme mis pagos. Logré comunicarme. “Han dejado de trabajar desde el 11 de septiembre del 2001”, me dijeron. Resulta que su oficina estaba en el piso 80 del World Trade Center, Nueva York. Todos mis archivos se fueron al cuerno en el atentado de las torres gemelas. Se supone que los que me contrataron murieron ahí. Toda esa nota me hizo reaccionar y recapacitar. Vi la forma de cambiar de chip y comencé con la cultura.
¿Y a propósito de qué llega este libro?
La investigación me tardó más de 10 años. El calendario es el organizador de toda la cultura andina. Te permite organizar todo: la comida, el trabajo, la agricultura, la parte civil. Me di cuenta de que hace falta que se conozca todo ese conjunto. También estuve estudiando Ciencias Sociales en la Universidad Católica, después de periodismo. Entonces, ya tenía una base metodológica.
Coincidentemente, usted vive en una zona arqueológica.
La huaca de Huaycán se preservó porque en los 80 estaba Sendero acá; entonces, el ejército tomó la huaca, donde establecieron el cuartel. Nadie se atrevió a invadir ahí. Y cuando se fueron ya estaba todo más lotizado.
¿Se atreve a hacer un balance de vida y obra, Ernesto?
Como me ves, no puedo caminar. Estoy en tratamiento por una neuropatía periférica: las órdenes que manda el cerebro a los pies y a las manos no llegan. Entonces, entré a terapias. Y ahora de lo que puedo vivir es de mi archivo fotográfico, que menos mal no se ha perdido. He calculado que tengo unas 50,000 fotos en blanco y negro, unas 10,000 a 20,000 fotos en negativos a color y unas 2,000 a 3,000 diapositivas a color. Si le agrego otros archivos de terceros que me han dado, deben ser como 100,000 imágenes. Eso me permite estar en pie.
Autoficha:
-“Soy Jorge Ernesto Jiménez Ortiz. Nací en Lima, tengo 75 años de edad. No acabé de estudiar Ciencias Sociales porque ya me dediqué a la revolución, a la fotografía, al periodismo y a todo lo demás. Luego ya estudié fotografía profesional y especializada”.
-“Soy periodista egresado de la Universidad Católica, la promoción de 1971. Mi vocación por el periodismo fue tan intensa, que antes de ingresar a la universidad yo estaba ya haciendo periodismo radial en Huancayo. Y ya en el 69 vine a Lima y seguí el curso de periodismo”.
-“Sobre César Vallejo alisto un libro que traerá un verso y una imagen. Son más de 80 versos, más de 80 fotos. Todo eso en blanco y negro. Tengo otro libro sobre la historia de Villa El Salvador, yo estuve ahí: fotos y textos. Y otro libro sobre San Marcos, la universidad, donde no todos los textos son míos”.
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