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Federico Camino Macedo: "Piensen por su cuenta, no sean solo un eco”

“Hay un quiebre de valores, no solo en este país, sino en el mundo. Que una persona como Putin sea el gobernante de Rusia y que una persona como Trump sea presidente de Estados Unidos es ya una mostración de la decadencia de occidente”, sostiene el filósofo.

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Fecha Actualización
Federico Camino es un hombre de otro tiempo. De uno entrañable y paciente. Su voz es serena, no usa celular, fue alumno de históricos filósofos europeos, hijo del pintor Enrique Camino y la escritora María Rosa Macedo. Si hubiera nacido puntual, Federico sería argentino; pero se adelantó y vio el mundo a los siete meses, cuando sus padres estaban en Puno, en una gira artística. Es amigo del premio nobel Mario Vargas Llosa. Como él, siente una gran nostalgia por las amistades que ha perdido. “Uno se queda como único depositarios de sus recuerdos porque las personas se van ¿adónde? Quién sabe”. El grandioso filósofo cumplió 80 años el último sábado y estas son sus reflexiones.
¿Aún conserva el primer libro que le regaló Mario Vargas Llosa?
Sin duda. Y también conservo en mi memoria las circunstancias en las que me lo regaló. Una noche de Navidad, estaba con mi esposa en París y llegaron Mario y Julia Urquidi. Él me dice: “Te traigo el segundo ejemplar que he recibido de La ciudad y los perros”. Escribió una dedicatoria muy emotiva. Nos dijo que había tenido suerte de encontrarnos porque pensaba que podíamos haber salido a celebrar. Me dijo: “¿Cómo es posible que en Nochebuena estén ustedes acá solos sin ningún tipo de celebración?”. Y, al rato, después de conversar muy brevemente, se fue porque tenía un compromiso. Mi esposa y yo nos quedamos un poco inquietos, con la sensación de que era una barbaridad que ese día fuera como cualquier otro para nosotros. Aunque siempre la he pasado de esa manera.
¿Por qué?
Porque nunca he sentido la necesidad de que fuera de otra forma, a pesar de que mi madre me contó que un día, cuando yo era chico, un 25 de diciembre le dije que esperaba que el Niño Dios esté pasando bien su Navidad. Pero si lo dije fue por cortesía a mi madre, porque yo nunca he sido creyente.
Usted tiene una importante trayectoria en las aulas universitarias. ¿Cuál es la lección más importante que ha procurado impartir?
Que piensen por su cuenta, pero de manera disciplinada. Es decir, que tengan una formación filosófica que les permita pensar libremente, arriesgando todo lo que se puede arriesgar en el ámbito del pensamiento. No simplemente ser una especie de eco.
¿Considera que nos aqueja la falta de criterio?
El pensamiento no es una virtud que pueda decirse que sea muy nacional. Los que están destinados a pensar, por ejemplo, políticamente, hacen todo menos eso.
¿Hablamos de las actuales autoridades, jueces, fiscales?
Ahí hay más de un problema que no está vinculado solo con el pensamiento, sino con la trayectoria, decencia, honestidad, justicia. Hay un quiebre de valores, no solo en este país, sino en el mundo. Que una persona como (Vladimir) Putin sea el gobernante de Rusia y que una persona –a pesar de que la denominación le queda grande– como (Donald) Trump sea presidente de Estados Unidos es ya una mostración de lo que el filósofo Oswald Spengler llamó la decadencia de Occidente.
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¿Cuál es la causa de esta decadencia?
Imagino que es la ausencia de un pensamiento auténtico que tenga un horizonte que podríamos llamar de honestidad. Pienso que también el factor económico determina muchas cosas. A los gobernantes de todos los países del mundo no les interesa que la gente piense, sino que tratan por todos los medios de que no piensen. Es más fácil gobernar a personas de actitud pasiva, que gobernar a seres pensantes.
¿Cómo imagina que sería el mundo sin literatura, música, cine, filosofía, poesía?
Yo no me imagino que pueda existir el mundo sin eso. El mundo sería absolutamente invivible. La realidad se mostraría de una manera tan descarnada que sería muy difícil sobrevivir. Eso también implica a los elementos artísticos que alimentan un pueblo: el folclor, la tradición. Es inimaginable el mundo sin una estructura y una superestructura cultural. Aunque ahora vivimos un fenómeno de occidentalización.
¿Eso significa algún peligro?
Sí. La pérdida del sentido de las tradiciones; uniformar criterios, actitudes. Eso se puede ver, por ejemplo, en algunos aspectos de la arquitectura. Las ciudades están perdiendo lo que caracteriza a cada pueblo. Hay una violencia contra estas expresiones de autenticidad. En Lima hay una fiebre constructora. En Miraflores, donde yo vivo, se están arrasando las casas que tienen un gran valor arquitectónico e histórico. Es decir, que una vieja casa miraflorina se destruya para construir un anodino edificio de diez o quince pisos es una manifestación de una cierta barbarie y eso está sucediendo en todo orden de cosas.
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¿Cuál de ellas le preocupa más?
El tiempo. Ahora hay una suerte de aceleración. No hay sino que pensar en lo que significaba un anciano en una comunidad determinada –y no me refiero a tribus– . En sociedades relativamente recientes, el anciano era el que había acumulado experiencia y, en consecuencia, era el que debía ser oído. Ahora ser viejo es un vituperio. En la universidad donde trabajo estoy reclamando porque hay un proyecto para que los profesores puedan trabajar hasta los 80 años. Pero, lo digo con toda seriedad, hay muchos de ellos que son absolutamente irremplazables. Es una medida arbitraria, fruto de una percepción aberrante del tiempo.
¿Cómo podemos resistirnos a esta especie de pragmatismo extremo?
Personalmente, yo trato de decirles a mis alumnos y amigos que tomen conciencia de que, sin necesidad de creer en una trascendencia, el mundo tiene un sentido que va muchísimo más allá de la satisfacción puramente material. Aunque eso no significa que no hay una necesidad de solucionar el problema de la pobreza. Es verdad que no solo de pan vive el hombre, pero sin pan se muere.
AUTOFICHA: 
- “Nací el 6 de octubre de 1938. Estudié en Francia y Alemania. Tuve que volver a Lima porque la hacienda de mis padres fue expropiada por Juan Velasco Alvarado. El primer día de mi regreso me subí a un bus y cuando llegué a mi destino, bajé bastante aligerado, me di cuenta de que habían robado todo”.
- “Mi música favorita es la barroca. De los compositores, el que más me entusiasma es Dietrich Buxtehude. Ahora no es muy conocido, pero el famoso compositor Sebastian Bach una vez caminó cerca de 40 kilómetros para ir a un concierto de Buxtehude, a quien admiraba”.
- “Ahora estoy leyendo el libro 'Wittgenstein y Heidegger'. Los últimos filósofos, del profesor Manfred Geier. Hace poco terminé 'Óscar y las mujeres', de Santiago Roncagliolo, pero no me gustó. Básica y fundamentalmente leo a Heidegger, su obra ya va a terminar de publicarse, son 102 volúmenes”.
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