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De Trujillo al mundo con su pintura, que es lo que ha hecho prácticamente toda su vida. Lleva el norte en sus pinceles y en su corazón.

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Nació para pintar. Uno de los principales artistas contemporáneos del Perú que ha logrado gran reconocimiento internacional, pero no deja de llevar el norte en el alma.
Usted ha cumplido 81 años el pasado 16 de noviembre. ¿Cuántos pintando?
Fácilmente, 65 años.
¿Y cómo es esa sensación?
Es una sensación de rapidez, porque el tiempo ha pasado más rápido que yo. O tal vez, yo más rápido que el tiempo. Aunque el tiempo está ahí, soy yo el que ha pasado.
¿Los recuerda con nitidez?
Por supuesto. Me lleva a mi niñez que es un espacio-tiempo siempre presente. La viví profundamente como todo niño que carece de muchas cosas.
¿Fue pobre?
Sí, tampoco me moría de hambre, diría modesto. Éramos 11 hermanos, quedé huérfano a los 5 años. Sufrí la ausencia de mi madre, pero a la vez mi mundo era muy rico. Fue un dolor a sublimar.
¿Desde niño se vio pintor?
No necesariamente. Pero quería ser artista de todas maneras. Viví adorando el circo porque me dijeron que quienes trabajaban ahí, desde los payasos hasta los trapecistas, eran artistas. Entonces, yo quería ser como ellos. Era una especie de encuentro con la libertad, naturalmente inconsciente en ese momento. Seguramente quería ser libre. Los animales del circo, el mono, la atmósfera me daban esa libertad. Una vez pinté la pared de una casa y me dijeron: ‘Ay hijo, tú vas a ser un gran escultor’. Busqué un diccionarito que había por ahí y encontré que escultor era esculpir, que Miguel Ángel era un ejemplo del oficio. Me quebraron la espalda, esto me hizo creer en otra cosa más allá del artista de circo. Yo dibujaba, suelo que veía con un espacio, pintaba con mis tizas de colores. Ya tenía sensibilidad.
¿Por qué no se dedicó a la escultura y se sumergió en la pintura?
Por el color naturalmente. Era un lenguaje más fácil de explicarse, en la escultura hay que modelar y sentir el volumen. No era mi interés en ese momento. Yo hacía cosas creativas que me divertían con la pintura. Era mi camino. Se sumó encontrar en el periódico Última Hora una foto de mi hermano Ángel con otros tres artistas que decía: “Los cuatro grandes del pincel”. Me despertó un sentimiento formidable, mi hermano estaba buenmozo, preocupado por la pintura. Yo tendría 10 años, me dije: ‘Yo quiero ser como mi hermano’, y comencé a soñar y a querer alcanzarlo. Buscaba en su persona el guía de lo que yo podía ser más tarde.
¿Vivió con Ángel? ¿Él también pintaba desde niño?
Sí, claro. De Paiján, donde crecí, hice mi escala en Trujillo, donde uno de mis hermanos que era un futbolista de cierto prestigio y muy conocido en el norte. Me alojó durante cinco años mientras terminaba la primaria, hasta que me dije: ‘Me voy a ver a Ángel a Lima’, mi hermano me apoyó. Él jugó el papel de padre y mi hermana Teresa, de madre hasta que migré a Lima. Fueron maravillosos.
Usted es trujillano, ¿qué significa ser norteño?
Es algo mágico. Uno, sin saber qué cosa es el amor, tiene ya una intensidad por esas tierras, por sus desiertos, por su comida, sus piñas, su caña de azúcar y todo lo que alberga ser norteño. Comer el pescado seco salado, la caballa, era maravilloso. Es más que un sentimiento profundo. Hasta ahora no lo he descifrado. Yo he vivido en París y aún tengo mi taller, pero no dejo de venir al norte y ofrecerle cosas como un museo…
museos, el del Juguete y el de Arte Moderno.
Tenía que hacerlos en el norte porque siempre está conmigo. Tengo una serie de proyectos para que mis colegas jóvenes expongan en el Museo de Arte Moderno y hacer intercambio cultural entre departamentos. Si el tiempo me ayuda, estaré ahí aunque sea para organizarlo de reojo.
¿El Museo de Arte Moderno es un dolor de cabeza? ¿Tiene apoyo?
Efectivamente, no tenemos apoyo. Ni siquiera de las autoridades locales. Tengo una gran tristeza por ese lado. Pero no vamos a dejarnos vencer por la tristeza y por el dolor. Es un reto que tendremos que sublimar.
¿La cultura Moche lo ha inspirado?
Está conmigo, ni la pienso pero sale. Está en mi piel. No existe la menor duda ni pregunta. Sale en mi gráfico, en mis pinturas, en mi sentimiento, hasta en mi pensamiento. Cuando pienso en el sol de Huanchaco, en los atardeceres, me ayudan a reflexionar.
¿Personajes como Naylamp, el Degollador lo habitan?
No siempre, pero constato que es un sentimiento. Pienso en lo fantasmagórico que ha podido ser ese mundo, sus personajes. Mi amigo Luis Enrique Tord me decía: “¿Por qué no representas al Señor de Paiján que fue un personaje enorme, mucho más importante que el de Sipán?”. Se encontró una parte de su esqueleto pero no se profundizó más. Voy a poner más intención en seguir la huella de ese gigante anónimo. Esas personas no se llamaban Chávez, o Pérez, se distinguían por el arte que realizaban.
¿Cómo definiría su pintura?
No sé qué decirte. Siento una calidez fantasmagórica, híbrida. Busco las formas extrañas de la naturaleza, las acoplo y hago una forma de estas, un injerto. Eso crea formas fantasmagóricas, a veces las siento como una sombra, otras como un dios, una presencia extraordinaria. Por eso creo que va más allá del surrealismo. Es un mundo mágico.
¿De dónde surgen sus personajes? ¿De sus fantasías, de sus sueños, de la naturaleza?
Creo que se convulsionan entre el dolor y la fantasía, también de la realidad que nos proponen esos híbridos. Al sublimar ese dolor quedan formas fantasmagóricas que van al encuentro de la belleza. La belleza es nuestra meta. Tocarla es como tocar la vida.
¿Se promueve la belleza en el Perú?
Creo que hemos sido muy beneficiados por nuestros ancestros. La belleza está ahí. No se promueve y no nos damos cuenta.
¿Son varias las etapas en su pintura?
Sí, en el fondo, las etapas en mi pintura son una manera de crecer. He pasado por una serie de tendencias y escuelas. Me gradué en Bellas Artes, hice un estudio de lo clásico, luego fui impresionista, cubista, fui tocando todas las influencias que fueron cargando el mundo plástico, pasando por Picasso que es uno de los grandes por quien guardo profunda admiración.
¿Por qué no fue cubista?
Tenía la sensación de que se había dado todo en el cubismo. Era difícil lograr más. Si me pongo a pintar corridas de toros con manchas negras, me saldrán como Picasso y yo soy Chávez. Yo quiero que aparezca algo diferente, mi lenguaje. Igualmente, no fui realista como mi hermano, quería aprender más de la vida, fui a Europa y en cierto modo hice como Gauguin que se fue a Tahití para encontrar su fuente. Es muy complejo. Creo que todas las mañanas uno amanece con la idea de ver el sol diferente, haciendo su terapia, sacando el dolor que llevamos dentro. Afortunadamente tenemos recursos y en mi caso la pintura fue un arma maravillosa para desarrollar todo lo que siento. Para ir más allá, hacía algo totalmente desconocido.
Pintó carruseles con mucho éxito…
Fue un tema que quise desarrollar. Alegóricamente vino de una etapa de mi infancia en la que no podía sentarme en un carrusel porque no tenía los 50 céntimos. Además quería subirme al caballo blanco. Jamás lo alcancé, hasta que en el 2000 me encontré en San Francisco con un museo de carruseles. Me subí al caballo blanco y me sentí el dueño. Pero luego de un tiempo ya no pude pintar un carrusel más. Tenía colas de pedidos, pero ya no era un placer hacerlos, sufría más bien. Debo decir que me dieron un dinerito muy interesante con el que hice el Museo de Arte Moderno de Trujillo.
¿Cómo se le ocurrió esa magnífica obra: La procesión de la papa?
Dos años atrás compré una papa que me gustó en el mercado, parecía una escultura. La mandé a pasar en bronce y se quedó conmigo. En ese tiempo falleció mi hermano Ángel y dejé de pintar durante seis meses. Había que retomar la pintura y vengarse de ese dolor, sublimarlo y hacer algo. Vi en televisión la procesión del Señor de los Milagros de los chinchanos, la hermandad descansó e inmediatamente di un salto y se me ocurrió: ¡La procesión de la papa! Le conté a mi mujer, Bibiana. Le dije: ‘Voy a tener que enfrentarme a este reto maravilloso’. Hice algunos estudios. Encontré no solo la manera como nos nutría sino cómo salvó del hambre a Europa. Había que hacerle un festejo, un ritual. No encontré otra cosa que una procesión. Reinventar una papa enorme, hacerla pasear como una estrella que dio luz al mundo. Me sentía bien. Solo con pensar en ese tubérculo crecía interiormente.
¿Filmó la realización de ese cuadro enorme?
Sí, me ayudó muchísimo el cineasta José Yactayo. Venía todos los días y seguía la creación. Resultó un documental bello. Me dolió mucho su muerte tan violenta.
Es una procesión alegre, tiene músicos, fanfarria, comparsa. Parece más un carnaval que una procesión.
La procesión es la gente que la sigue, es el desfile, el tiempo que esperamos continuar en la vida, la comparsa que la va llevando hasta los fuegos artificiales, que es como termina en cierto modo el cuadro. Yo me pongo en el personaje que hace un fuego de artificio. A todos les gusta La procesión de la papa, pero no es ahí donde quiero detenerme. Ha creado una incógnita para hacer una cosa más fuerte.
¿En qué piensa?
Pienso en el amor, fíjate tú. Como decía Vallejo, tanto amor y no poder hacer nada contra la muerte. Quiero darle forma al amor, pintar a ese neón, a ese gas, a ese misterio. Para que todos puedan tocar al amor como se toca a la vida. Espero algún día alcanzarlo y si no es así, por lo menos lo habré intentado.
¿La procesión de la papa es su obra magna?
No. Hay otras como La justicia en su laberinto. Es compleja, gigante, de 5x6 metros. Ahí pude hablar de El Degollador justamente.
¿Prefiere el formato grande o el mediano?
Tengo que decirte la verdad. Me encanta el formato grande porque siento que entro al mundo y a su paisaje. Los cuadros pequeños son como mirar el mundo a través de una ventana. Estoy limitado. Me revuelco en el formato grande, soy libre, dentro de. Los cuadros chicos son juguetones, se encuentran con mi niño, me alegran la vida.
¿Cuál es su color preferido?
El blanco. Lo uso para pintar el yute, ya me he olvidado de los colores sofisticados. El color tierra también lo uso ahora. Cuando viajo al norte y veo una loma o una montaña, siento que el color está adentro, metálico.
¿Cuándo sabe que un cuadro está terminado?
Te diré lo que muchos artistas han dicho. Cada cuadro es un momento de la obra que uno realiza. No está terminado, es parte de la vida del artista y la obra es él. Pero es como un match de box, siento que el otro me ha ganado, me ha botado. A veces me gusta porque busco otra tela y me ha dado la respuesta de lo inconcluso, como la vida.
"EL ESTADO NOS TIENE OLVIDADOS A LOS ARTISTAS"

¿El Estado peruano promueve el arte?
El Estado nos tiene olvidados, cómo olvida el hambre y al artista.
¿Se ha descuidado?
Yo diría abandonado. Ojalá nuestros políticos se interesaran por los artistas. Nuestros ancestros los apoyaron. ¿Saben los políticos algo sobre el arte? No lo creo.
Usted es trujillano, ¿es aprista?
Mi familia fue aprista y yo tengo corazón aprista todavía. Mi madre era una militante importante de la época de Víctor Raúl Haya de la Torre.
¿Se interesa por la política?
Solo sigo las noticias con mucha tristeza, se ve mucha injusticia y corrupción. Eso me apena profundamente. Habría que hacer un partido de la cultura y transformar todo en belleza algún día.
Ha mencionado el dolor. ¿Qué pesa más: la tristeza o la alegría?
La tristeza ya está, hay que hacerle un contrapeso con la alegría. Es el azúcar para el café.
SABÍA QUE

- Nació en Trujillo, La Libertad, en 1937. Pero a los 5 años, tras la muerte de su madre, lo llevan a vivir a Paiján.

- Su hermano mayor Ángel, también pintor, fue su gran inspiración para dedicarse al arte. En homenaje a él, creó el espacio cultural Ángelmira, en su natal Trujillo. Incluye un café bar decorado con retratos de grandes artistas que él llama “mi pequeño París”.  
- A los 14 años se mudó a Lima, donde estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Es de la Promoción de Oro de 1959.

- Creó la Fundación Gerardo Chávez en 2007. Administra el Museo del Juguete y tutela el Museo de Arte Moderno, ambos en Trujillo.