Por Alex Huerta-Mercado ( Antropólogo)
En el Perú ocurre algo, digamos, bonito. Los padres e incluso abuelos de los chicos y chicas crecieron viendo dibujos animados japoneses en los viejos televisores blanco y negro en la década de los sesenta. Durante la siguiente década, el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas limitó la presencia de Mickey, Donald y compañía al considerar a Disney como alienante e imperialista.
Studio Ghibli se fundó en 1985, por Hayao Miyazaki e Isao Takahata. A continuación, un repaso por sus maravillosas películas animadas. ¿Qué producción es tu favorita?
El haber dejado de ser imperio tal vez hizo que los viejos animes pioneros de la televisión japonesa llegaran enlatados y poblaran las mañanas infantiles. No solo eso, sino que el papá de la animación nipona, como lo conocemos, Ozamu Tezuka, había estado produciendo historias de manera sostenida luego de la Segunda Guerra mundial. Tezuka había sobrevivido a los bombardeos contra Japón y decidió no seguir los deseos de su padre de estudiar Medicina; su madre, gracias a Dios, le dijo que hiciera lo que lo hiciera feliz. Sin saberlo, también nos hizo felices a muchos niños que crecimos viendo repeticiones de Astroboy, una suerte de Pinocho cibernético que, en forma de niño robot, cuestionaba su existencia no humana mientras salvaba al mundo. También veíamos La princesa caballero, una chica que debía disfrazarse de hombre al ser la única heredera del rey. En pocas palabras, historias que el tío Walt no se animaría a presentar. A su vez, disfrutábamos con las aventuras de tres seres del espacio que llegaron a cumplir una misión y tomaron la forma de un caballo, de un conejito y de un patito.
El gran Ozamu Tezuka había aprendido del enemigo, de aquel que lanzó una bomba que había matado a sus compañeros; había seguido la línea de la animación en Estados Unidos y había visto Bambi demasiadas veces. Aprendió que los ojos grandes son más expresivos y añadió una emocionalidad imposible de ignorar.
Las generaciones siguieron viendo dibujos animados japoneses en forma de robots que salvan al mundo, manejados por humanos que se enamoraban, morían o sufrían procesos de depresión. Veían arquetipos animados que eran leyendas antiguas, como la de la historia del niño mono que viaja al oeste, adaptado en Dragon ball. Se convertían en maestros cazadores de monstruos de bolsillo con Pokemon y seguían el camino del ninja con Naruto, porque para los japoneses los héroes no nacen, se hacen en un camino con el que todos podemos identificarnos.
Alguna vez los peruanos se reunían para contemplar melodramas basados en clásicos occidentales, como lo era la narrativa de Edmundo de Amici, de los Apeninos a los Andes, bajo el rótulo de Marco. Eran momentos de unión familiar y muchas lágrimas, como lo fueron las tres generaciones de chicas peruanas que siguieron las inacabadas aventuras de Candy durante la belle epoque.
Como si fuera poco, desde los setenta el mercado de contrabando nos trajo productos Sanrio donde personajes bonitos o mejor dicho lindos, para asumir la traducción de lo kawaii, empataban con nuestro concepto de ternura peruana. Lo hacían con un minimalismo alucinante bajo el reinado de Hello Kitty, Little twin star, My melody y toda una pléyade de seres cuya fisionomía simplificada y efectiva nos generaba ternura, pues evocaban bebés inocentes.
Ozamu Tezuka, pues inició sin proponérselo la verdadera victoria japonesa de la posguerra dibujando mangas, haciendo animes y adaptadándose a presupuestos limitadísimos, premura de tiempo y modas globales. Un niño que creció venerando a Tezuka y que de pequeño sobrevivió a la guerra, siguió los pasos del maestro. Hayao Miyazaki copió mangas de Tezuka y en cierto momento decidió quemar sus imitaciones para explorar nuevos caminos. Y sí que lo hizo. Mientras Tezuka mostraba historias que comenzaban a sonar pesimistas, Miyasaki se apropiaba de la esperanza de un Japón que comenzaba a reentrar triunfante al mundo moderno. Mientras Tezuka economizaba costos, sacrificando la calidad de su animación, Miyazaki fue evolucionando a un punto de convertirlas en obras de arte, rememorando el cuidadoso arte pictórico japonés. Mientras Tezuka veneraba el trabajo de la empresa Disney, años después esta misma empresa se rendiría ante Miyazaki buscando distribuir sus películas. No en vano, Disney había sufrido una derrota en los Óscar cuando la formidable El viaje de Chihiro arrebató el premio a la simpática Lilo y Stitch.
Desde ciudadanos anónimos hasta personajes populares como Susy Díaz fueron retratados bajo el “estilo Ghibli”, lo que desató seguidores y detractores.Hayao Miyazaki, pues ha honrado la memoria de los grandes maestros de la animación japonesa regalándonos historias profundas donde una niña se pierde en el mundo de los espíritus y su camino es el mismo que recorre el alma humana en camino a su madurez. Nos ha asombrado con las aventuras del espíritu de la naturaleza, encarnado en una princesa que tiene recelo de los humanos y su vocación destructiva. Nos ha hecho pasear en un castillo ambulante rodeado de personajes con presiones psicológicas muy parecidas a las que tenemos en el día a día. Miyazaki nos ha permitido tener amigos extraordinarios que conviven entre nosotros con una naturalidad que solo la belleza de la narración logra hacer fluir, como nuestro enorme vecino Totoro o la niña sirena Ponyo, que gusta de vivir con humanos.
El estudio Ghibli, del genial Miyazaki, nos ha regalado hermosas historias al estilo de Akira Kurosawa, es decir, combinando narraciones occidentales con mitología oriental, desbordando aventura, reflexión y mucha personalidad en sus personajes. Pero lo que queda en nuestra retina siempre será la increíble belleza de los diseños, los colores y los paisajes naturales y urbanos dibujados de una manera que nos transfiere a una dimensión de una belleza imposible.
Nos es raro, entonces, que haya despertado tanto entusiasmo una aplicación que transformaba fotos en lo que se ha venido a denominar el “estilo Ghibli”, cosa interesante porque es extremadamente reconocible a un nivel estético que ni Disney ni la Warner Brothers y sus Looney Tunes lograron. Ahí estaban, pues, calles de Lima transformadas en locaciones de un universo paralelo que saciaba hasta la exageración nuestra necesidad de pintar nuestra realidad de manera hermosa.
El estilo nunca buscó ubicar detalles en los rostros, a los que no incluyó los enormes ojos del estilo Tezuka, pero sí la tendencia al minimalismo de facciones que recuerdan rostros de niños y el énfasis en la expresión. Por esto, las transformaciones de rostros en estilo Ghibli no logran ser reconocibles y efectivos, pero sí logran convertirnos por un rato en habitantes de un universo limpio y ordenado, colorido y optimista.
Nuestra necesidad de vernos a nosotros mismos de una manera que nos devuelva a la ilusión de un mundo más parecido al que imaginamos desde niños nos ha llevado a disfrutar esta nueva forma de presentación de nuestra cara. Es la necesidad de ser reconocidos y apreciados, no sin cierta ingenuidad, pero sí con mucha ilusión.
Ha sido interesante también observar cómo esta moda, al ser masiva, ha generado el efecto de la reacción por parte de quienes prefieren ubicarse fuera de la manada, lo cual dibuja mejor nuestra sociedad paralela del ciberespacio que los mismos dibujos del estudio Ghibli, que los idealizan. Hay quienes hablan de licencias, algo que nunca pasaría con “un estilo Disney”, pero que justicia no les falta en un mundo donde todo busca tener propiedad clara. Hay quienes circulan videos de Miyazaki sosteniendo su disgusto por la inteligencia artificial, una aseveración filmada hace un tiempo ya y que más bien revela su gusto por el trabajo a mano, clásico en un mundo donde la animación cada vez es menos artesanal. Hay quienes se unen a la tendencia de ver en el aún misterioso Internet una conspiración para el “robo de elementos para el reconocimiento facial”, algo que parece más fantasía que los mismos dibujos animados. Por supuesto, hay quienes ironizan por la omnipresencia de los dibujos y, a través de la tradicional superioridad moral, se burlan de los dibujados.
Tal vez esa sea la más grande victoria del estudio Ghibli; ha logrado dibujarnos como sociedad, donde queremos ser vistos y reconocidos ya sea a través de convertirnos en dibujos hermosos o criticar desde un pedestal a quienes lo hacen. Al final, todos somos protagonistas de nuestro propio dibujo animado.
Aprovecha la NUEVA EXPERIENCIA, recibe por correo y por Whatsapp nuestro periódico digital enriquecido. Perú21 ePaper.
¡Ahora disponible en Yape! Búscanos en YAPE Promos.
VIDEO RECOMENDADO: