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Iván Rodríguez Chávez, Rector de la Universidad Ricardo Palma: “Con la poesía me limpio, me saneo, me purifico”
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Acaba de publicar El angelario de la vida, poemario presentado por Ricardo González Vigil, Marita Troiano, Marco Martos y Manuel Pantigoso. Y aprovecha en hablar de sus maestros y referentes: Vallejo, Palma, Chocano, Sánchez e Hidalgo.
Usted dice que “cultiva el género de la poesía para humanizarse”.
El día a día tiende a lo práctico. Y en mi caso, tengo que estar tomando decisiones que no se pueden dejar de evaluar desde el punto de vista cuantitativo. En la vida práctica los esquemas literarios se convierten en esquemas cuantitativos.
Lleva casi 26 años de rector. Y varios libros publicados. Por ejemplo, ¿qué es amortropía?
Llevo más de 25 años y hasta donde llegue. Ese poemario Amortropía es una palabra que he creado. Significa que todo gira en torno al amor. Vidamares, es otro poemario y otra palabra creada. Y Cardiomiel, que tiene que ver con el corazón.
Es evidente la influencia de César Vallejo en su poesía. Quizás el más importante creador de palabras.
Tengo un ensayo sobre la ortografía poética de César Vallejo. Fue el primero que publiqué. La crítica dice que él rompía las reglas gramaticales y desarticulaba el lenguaje, pero solo se quedaban en eso. Mi propuesta es que Vallejo tenía tal dominio del idioma que creaba neologismos. E incluso iba más allá. Por ejemplo, él puede terminar un texto con una mayúscula. O pone destieRRa, con la R mayúscula. No es solo un énfasis fonético sino también anímico, porque dependía de su estado de ánimo.
Este año se celebra el centenario de algunas obras de Vallejo. Y usted, que además es abogado, debe tener un análisis jurídico de su caso.
Es el centenario de Fabla salvaje (1923) y las Escalas melografiadas (1923). Vallejo tuvo una sensibilidad muy grande que le permitió captar lo que los comunes no nos damos cuenta. Y a la vez tiene una capacidad expresiva muy especial. Y un sentido de la libertad para la creación que lo aleja de los cánones de la composición en verso y de las tres leyes de la versificación tradicional: la rima, el ritmo y la métrica. Así le da mayor fuerza expresiva a su poesía. Porque de alguna manera la métrica aprisiona al creador. No es como los modernistas, que son muy musicales y canónicos. A Vallejo hay que leerlo estremeciéndose. Yo hice un análisis jurídico de los poemas de Vallejo. Por ejemplo, del poema ‘Masa’. Donde el título también alude al pan y a la tierra. Vallejo se caracteriza por la polisemia.
¿Por qué Clemente Palma no entiendió a Vallejo?
Él estuvo influenciado por la época, por eso no sintonizó con Los heraldos negros (1919), donde aparecen ‘Los dados eternos’ y otros poemas que ya anunciaban lo que se venía.
Usted fue alumno de Luis Alberto Sánchez. ¿Qué otras influencias literarias marcaron su obra?
Tuve la suerte de estudiar en San Marcos de 1961 a 1965, durante su segundo rectorado, con una plana docente y una generación dorada con nombres como Estuardo Núñez, Washington Delgado, Augusto Salazar Bondy y Alberto Tauro del Pino. Tuve mucha simpatía por José Santos Chocano, quien ha sido injustamente condenado estéticamente por su vida política.
Y añadiríamos a Ricardo Palma, quien inventó un género: la tradición.
El romántico es el imcomprendido, el malamado, siempre lamentándose y quejándose. Pero Palma se mofa, se burla de todo eso, incluido del amor. En esos tiempos los poetas daban sus recitales en los teatros. Y según los historiadores, a Palma lo cargaban en hombros al final de cada recital.
¿De dónde viene esto de ‘angelario y desangelario’?
Tengo algo de ese poeta arequipeño muy importante llamado Alberto Hidalgo. En Perú no se lo lee tanto como afuera. Es tremendo cuando escribe poesía. Y cuando escribe prosa se enfilaba hacia lo político, atacando a Haya de la Torre y al APRA.
Incluso tiene un poema sobre el COVID-19. ¿Vio la muerte de cerca?
Mis familiares estuvieron en una situación intermedia. Pero sí vi casos dramáticos apenas se desató la primera ola. La universidad también tuvo que adaptarse a los cambios. La pandemia fue un trauma feroz. Ahora, los alumnos pertenecen a tres grupos: los que empezaron de forma presencial y luego pasaron a la virtualidad, los que entraron en plena virtualidad y ahora están en la presencialidad, y los que han entrado ya después de la pandemia. Pero nosotros propiciamos que la universidad sea siempre un punto de encuentro. Porque nuestro legado, finalmente, es siempre la formación de la persona.
La producción editorial de la universidad es notable. Publicaron lo último de Aníbal Quijano antes de su muerte.
Lo último de Aníbal Quijano y de José Matos Mar. Acá hacemos mucha actividad cultural.
Finalmente, ¿qué es la poesía para usted, que la aborda como lector, como académico y como creador?
Yo escribo por las noches porque mi agenda laboral no me lo permite durante el día. En los aeropuertos y en los viajes, a veces. Con la poesía me limpio, me saneo, me purifico y retorno a mi condición humana. Es una de las formas más excelsas de expresión humana. En pocas palabras tiene que sintetizar mucho. La pandemia fue una oportunidad para que nos hayamos humanizado más, porque tuvimos la muerte en los ojos. La poesía nos humaniza más.
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