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Jeremías Gamboa: “Escribir es pretender que hay algo que podría sobrevivir”

‘Animales luminosos’ es la nueva novela del autor de ‘Contarlo todo’. Anuncia que será editada este año en España. Perú21 entrevistó a Jeremías Gamboa.

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Le reclamaba a su padre por qué era mozo, por qué no había tenido más plata. “Algún día vas a ir a mi pueblo y vas a ver la casa donde me crie; cuando lo hagas, vas a entender todo”, le respondió.
Ya no era adolescente y le propuso a su padre conocer el pueblo. Fue un viaje familiar. Llegaron a Ayacucho, y tomaron el ómnibus que los llevaba rumbo a Carhuanca. Pasaron por Vilcashuamán y su padre y él bajaron. Los demás continuaron el viaje. Esa noche durmieron en el poblado donde su padre estudió contra la voluntad del abuelo, donde completó la primaria, sus únicos estudios escolares. Al día siguiente caminaron unas siete horas hasta Puccas para conocer la casa que los esperaba. Durmieron en la posta médica, en unas camillas, porque en la casa de su padre no había dónde dormir. En aquel viaje de fin del siglo, aún era un pueblo de unas 20 casas.
¿Qué pasó en la casa donde se crio su padre? Esa escena, ese momento ya lo piensa, ya lo escribe y lo reserva para, tal vez, una próxima publicación. “Para mí ese viaje fue brutal. Nunca más juzgué a mis padres. Cuando vivo esa experiencia, decido que quiero escribir”, me dice Jeremías Gamboa, el autor de Animales luminosos (Penguin Random House, 2021), su segunda novela después de siete años de haber publicado Contarlo todo. Obra que retrata la noche interminable de un estudiante peruano en una universidad de Estados Unidos, libro que también se ha publicado en Chile y que en junio próximo saldrá en España.
Parados en la casa donde se crio su padre, fue la primera vez que lo vio llorar. Y continuaron su trayecto. Caminaron hacia Carhuanca, a unas 12 horas, porque se celebraba la fiesta de la Virgen de la Asunción, en el pueblo de su madre, donde ella los esperaba.
-¿Eres como Ismael, el protagonista, que prefiere ser invisible?
Creo que algo de esa hipervisibilidad de Contarlo todo no me gustó. Cuando pensamos en sacar el libro (Animales luminosos), me pareció bacán la idea de salir de una manera más sencilla.
-¿Saliste magullado de Contarlo todo?
El primer año sí. Era un autor casi secreto.
-Se ha dicho mucho, incluso que fue “puro marketing”.
Hubo en momento en que la discusión sobre el marketing tomó (protagonismo), y como que la discusión se fue volviendo más sobre el libro con el paso del tiempo. Animales luminosos tuvo una salida en circunstancias diferentes y creo que en un año en el que la producción de libros ha sido notable. Ahora uno simplemente está poniendo una piedrita más en una constelación.
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-Ismael sale casi huyendo del Perú. ¿Jeremías sale casi huyendo de Contarlo todo?
Un autor que ha escrito un libro de cuentos y luego un libro que genera esa cantidad de ruido, claramente te provocaría pasar a otro libro. Pero algo bacán que me ha pasado con Animales... es que las personas en general, más allá de la opinión que tengan, ya consideran mi trabajo como una pequeña obra. Empiezo a leer algunas primeras reseñas, sobre todo en Chile, que es donde más se está escribiendo sobre el libro, y hablan de la obra, que son tres libros, que hay ciertos temas que se repiten, ciertas obsesiones, diferentes tratamientos, que eso me permite que ya no sea solo el autor de Contarlo todo.
-Como el protagonista de Animales luminosos, también viajaste a EE.UU. para estudiar en la Universidad de Boulder. ¿A tu regreso al Perú, vuelves con algún primer borrador de esta nueva novela?
Llegué a Boulder con las primeras versiones de los cuentos de Puntos de fuga. Llegué a Colorado convencido de que iba a dedicarme a ser un académico; en eso me parezco al personaje de Animales luminosos. Este personaje no quiere escribir, quiere quedarse en EE.UU., que es algo que me pasaba.
-¿Por qué te fuiste?
Había intentado escribir ficción en Perú. Había renunciado a El Comercio a los 26 y había estado dos, tres años intentando escribir un libro de cuentos. Nunca me salió. Viendo que me acercaba a los 30 y dado que me habían hablado de las maestrías en EE.UU., me pareció una buena alternativa al fracaso del proyecto de escribir ficción; sentí que no era un buen escritor. Postulé a varias universidades norteamericanas pensando que quería dedicarme a la literatura así sea como profesor.
-Estabas derrotado.
No fui solo por frustración, también me provocaba salir del país. Cuando me aceptaron la beca en la universidad, me puse a escribir las versiones de Puntos de fuga que me llevé a Boulder. Y allá cerré el libro y me lo aceptaron en Alfaguara Perú estando en EE.UU., donde escribí el arranque de Contarlo todo, y escribí el arranque de un cuento, que se llamó “Luces”, que dio origen a Animales...
-¿En qué momento te reconcilias con la idea de ser escritor?
Después del primer semestre, vine a Lima un diciembre y mi papá tuvo su primer cáncer. Lo iban a operar y me enfrenté a la idea de que mi papá podía morir. Regresé a Boulder en enero, volví a abrir el archivo con los textos y Puntos de fuga se escribió solo. La idea de la muerte es el activador de la literatura.
-¿Cómo opera el miedo a la muerte?
Creo que al final escribir es un acto contra la muerte, escribir es un acto de rebelión contra aquello que ya sabemos: que vamos camino a la finitud; escribir es pretender, imaginar que hay algo que podría sobrevivir. Luego leí ensayos de Bolaño donde habla justamente de eso, escribe mucho cuando sabe que va a morir. Creo que también al estar fuera de la ‘carrera de escritor’, escribí simplemente. Hay diferencia entre escribir un libro y escribir; yo procuro escribir; cuando escribes un libro, te cae el peso (de este).
-¿Qué pasó para que ese cuento inicial escale a tu segunda novela?
Uno escribe ficción para llamar al inconsciente. Uno escribe ficción para llegar a ciertas páginas que tú no sabías que ibas a escribir. Cuando empecé a escribir esta novela venía de una densidad con una novela de origen. Quería algo diferente. Cuando vino el confinamiento, yo estaba cerrando este libro. Quería probablemente algo más de libertad, más fresco, hasta ligero: la noche, las salidas, los bares, Norteamérica, The National, bandas indie; sin embargo, uno escribe para llegar a esas páginas que te van a explotar igual, no tenía la menor idea de que eso iba aparecer, que algún asunto ayacuchano iba aparecer, la imagen de la madre.
-¿Eso no sería romantizar en exceso el acto de la escritura?
No. Borges decía que escribir es una especie de sueño deliberado. Si yo supiese cómo termina lo que voy a escribir, para qué lo voy a escribir. Escribo para saber qué va a pasar. Cuando empiezo a escribir Animales... estaba esperando la sorpresa, que aparezca eso que no esperabas que el material iba a convocar. Lo acercaría más al psicoanálisis, en el sentido de que trabajas con un supuesto que genera una cantidad de asociaciones que te llevan a cosas que estaban dentro de ti, pero que no mirabas todos los días, que es lo oculto, lo reprimido, lo oscuro, los lados más humillados de ti o adoloridos, de pronto, son convocados por la ficción.
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-¿Por qué volviste al Perú?
Porque ya era escritor.
-Pero si era así, era mejor llevar la carrera desde EE.UU.
En mi caso, no. Conciliar la academia con la escritura era muy difícil. Intuía que eso no me iba a funcionar.
-¿De qué Perú huirías más rápido: del que dejaste cuando partiste a EE.UU. o del de hoy?
De los dos (risas). Acabo de ver el video del chico miraflorino diciéndole al sereno exactamente lo que mi novela cuenta. El Perú del que huye Ismael sigue siendo el mismo de hoy. Le dice al sereno: “Tú no eres igual que yo, yo voy a hacer que te despidan”. Y hay un momento en que a mi personaje le dicen: ustedes solo sirven para limpiar las piscinas y arreglar nuestros jardines. Pero ya hay una cantidad de escritores que dicen lo cholo y lo discuten. Es el año (2021) en que Joseph Zárate escribe el COVID desde la experiencia de otros lados que no son Barranco ni Miraflores y es el año de Huaco retrato (de Gabriela Wiener).
-Es paradójico, porque tanto a Gabriela como a ti a veces los ubican en el lado de los privilegiados de la literatura peruana.
Qué te puedo decir (ríe). Ese tema no tiene fin. Tendría que caer en el recordatorio de mi biografía y lo que me ha costado desde la escuela nacional. Siempre que alguien acceda a la enunciación, va a ser un privilegiado. En tanto eso ocurre, uno tiene que asumir la carga de la crítica; yo lo asumo.
-¿Se llega a odiar al Perú?
Sí, porque se ama. Yo me fui recontra jodido del Perú. Viví una cantidad de experiencias que habrá que guardar hasta un libro de no ficción para contarlas.
-¿Por qué te fuiste jodido?
Por las brechas sociales, por este chico diciéndole al sereno tú no vales lo que yo valgo.
-¿Vivías eso?
Claro que sí.
-Pero eras un periodista de El Comercio, a quien en teoría podría no irle mal.
Bueno, Mijail, esto es el Perú. En ciertos lugares eres el periodista de El Comercio, pero ese mismo periodista en otros (lugares) es...
-También venías de la Universidad de Lima.
(Ríe). Lo asumo. Hasta ahora estoy en psicoanálisis tratando de derrotar las secuelas postraumáticas del becario. Para mí fue Vietnam la De Lima.
-¿Tanto así?
Tuve grandes amigos, conocí la poesía, la De Lima me dio tantas cosas maravillosas... Pero todo tiene complejidades. Fue Vietnam en el sentido de que tuve que apretar los dientes. Viví una experiencia universitaria diferente a la de mis compañeros. Tenía que sostener una beca porque si no, no pagaba la universidad. Un padre mozo y una madre ama de casa no pueden pagarte cinco años de universidad. Me bequé casi los cinco años entre los primeros cinco lugares.
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-Está la barrera económica, pero también la barrera de la piel. ¿También sentiste esta última?
Sin duda. Me ha pasado eso de: “qué bien hablas”, porque esperan que alguien con mis señas hable de otra forma. Estudié becado por el atrevimiento de mi padre, que se le ocurrió que yo podía ir y buscarme una beca. Entré a la De Lima cuando ya había entrado a San Marcos, a Historia. A mi papá le parece que vaya a la De Lima porque conoce a los clientes de la pizzería donde trabajaba. Le parece que nada era tan diferente entre esas personas y su hijo. Yo creo que mi papá se ha imaginado a hijos que se parezcan a sus clientes y mi mamá a sus patrones, porque ellos, y no hay forma de juzgarlos, tenían que asimilarse de una manera muy rápida para que sus hijos tengan lo que ellos no tuvieron. En un momento necesitan ocultar sus señas identitarias, en los 80, en que ser ayacuchano era igual a ser terruco. Mi madre tiene primaria parcial en la nocturna, mientras era empleada de un hogar en Lima, a los 18 años. Blanquearte para pasar a otro régimen es un mandato peruano porque la sociedad está construida así desde que hubo república para indios y república para blancos en la colonia. Esos regímenes acabaron y supuestamente la república nos igualó, pero no nos igualó. La mayoría de gente que conozco y que ha accedido a la educación de las clases medias tiene la tentación del blanqueamiento, la tentación de no hablar de los orígenes. Una lectora me decía: “ya deja de contar esas historias de que no te dejaron entrar a la discoteca”. Y le decía: es todo lo contrario, es todo lo que voy a contar. Tengo la impresión de que la literatura, en ese sentido, es un camino contra mis padres. En el Perú muchos que han pasado por las señas de blanqueamiento han querido olvidarse de su choledad. En el Perú hay una carrera brutal por mostrar que no eres cholo o al contrario; ambas cosas reducen el problema del nudo colonial, reducen la discusión.
-En Animales luminosos propones que el problema es la diferencia.
Y es una graduación infinita. Es muy complejo. Es un proceso que en el Perú conocemos muy bien, que es el ‘blanqueamiento’. Y estoy en esa paradoja. Tengo una infancia en un barrio obrero, con un padre mozo y una madre ama de casa que fue empleada doméstica; los dos migraron de Ayacucho sin nada. Y tengo una experiencia de 13 años en la escuela nacional, turno tarde, La Victoria, y con cinco años en la Universidad de Lima.
-Con la De Lima inició tu proceso de ‘blanqueamiento’.
Exacto. Ahora, esa es mi culpa (reímos). Conseguir una beca, entrar a El Comercio, aunque primero a Caretas como practicante en una escena que he ficcionado: mi padre me lleva a la oficina de (Fernando) Ampuero, es el mozo que atiende a Ampuero.
-Y Mariana de Althaus es tu pareja.
Claro, y ves las señas, como que tengo un hijo con Mariana...
-Alguien de manera provocativa podría decir que has seguido al pie de la letra el ‘manual de blanqueamiento’.
Exacto. Y por eso la chamba es decir soy cholo, recordarle a todo el mundo que soy cholo.
-¿Por qué?
Porque es mi centro.
-Pero por qué verbalizar algo que simplemente eres. ¿Necesitas ‘desblanquearte’, Jeremías?
(Se queda en silencio, de fondo el bullicio de la calle, a lo lejos suena la alarma de un vehículo). Necesito (otra vez se detiene). Necesito completarme. La mayoría de la sociedad peruana en el nudo colonial vive la ansiedad de blanqueamiento, yo la he recibido y la he visto en mi barrio, en mi colegio, en la universidad. Mientras más blanco, accedes a más privilegios. Ahora, lo blanco es complejísimo en el Perú, lo blanco no es solo piel. Es lenguaje, manera de hablar, vestido, referencias. Todos tenemos momentos muy escindos entre ese discurso que te dice que te blanquees y el rechazo a lo blanco; somos ambas cosas.
-También se podría entender que tus personajes siempre están tratando de blanquearse.
Es una manera de leerlo. Pero a él (Ismael) le explota el Perú. Y él es el Perú.
-¿Jeremías Gamboa es el Perú?
En tanto tengo el conflicto de cholear y ser choleado, debería ser el Perú. Y quisiera tener personajes así, que complejicen ese tema. Mis personajes, espero, serían el Perú si es que hay un conflicto interior dentro de ellos, de este nudo colonial complejísimo que es el Perú.
-Hacia el final de Animales luminosos, Ismael parece como redimido en la figura de un puma.
Me pasó algo curioso. Después de escribir Animales..., dictando Agua de Arguedas, en el último texto, en Warma kuyay, uno que había leído años antes y que no había vuelto a leer, el personaje que narra dice: “Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños”.
-Como si lo dijera Ismael.
Obviamente, Agua fue importante, pero apareció (sin proponérmelo). Cuando veo eso, pues nada, entiendo que está en algún lugar.

AUTOFICHA:
- “Soy Jeremías Raúl Gamboa Cárdenas. Nací en Lima, en el 75, pasé mi infancia en San Luis. Estudié la primaria en el colegio 0083, la secundaria en el Centro Túpac Amaru, La Victoria, el último año lo hice en el colegio parroquial San Pedro de Lurín”.
- “Entré a Historia en San Marcos y a Comunicaciones en la U. de Lima. Empiezo en la de Lima para ver qué pasa, me gané la beca y terminé ahí. Y luego ya estudio en la Universidad de Boulder, en Colorado, Estados Unidos, una maestría en Literatura Hispanoamericana”.
- “He publicado tres libros de ficción, que para mí es el centro de mi trabajo; además, Cuba Stone, que es periodístico, y el año pasado publiqué un libro para niños sobre Susana Baca. Vamos a ver el calendario y espero que ya no demore tanto en publicar el cuarto libro de ficción, que tiene nombre, pero no lo puedo revelar”.
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