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Jorge Villacorta: “El método del artista revela similitudes con el método científico”
Jorge Villacorta es curador de arte y biólogo. Con Andrés Garay acaban de publicar el libro ‘Guillermo Montesinos Pastor. Fotografía (1916-1924)’ (KWY Ediciones, 2020). Entrevistamos a Villacorta.
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La intranquilidad no se ha ido. Desde fines del año pasado mostró preocupación por las noticias que empezaban a llegar de China: la presencia de una forma similar al SARS. El 31 de marzo iba a dar una conferencia en EE.UU. Canceló el viaje a fines de febrero, adelantándose a lo que iba a ocurrir. El biólogo Jorge Villacorta recibe mi llamada telefónica desde su casa y recuerda que tiene una enfermedad autoinmune que, por ahora, “está durmiendo”.
Dice que su mente tiene dos componentes. La obsesión científica y la artística. Pese a la pandemia, recientemente hizo realidad un proyecto que estaba en espera. Comenzó el siglo y junto con Andrés Garay empezaron a estudiar la fotografía arequipeña. El poeta Alonso Ruiz Rosas le recordó a Jorge sobre la obra del arequipeño Guillermo Montesinos. “Fotografía cielos”, le dijo. Pero descubrieron que no solo era un fotógrafo de cielos. Veinte años después, se ha publicado el libro Guillermo Montesinos Pastor. Fotografía (1916-1924) (KWY Ediciones, 2020).
Era una noche del 72, Jorge tenía 14 años. “Él ha hecho esta exposición”, le dijo su madre y señaló a un joven de pelo muy negro, barba y bigote. Estaban en la inauguración de una galería en Miraflores. Aquel joven de pelo muy negro era Alfonso Castrillón, director de la galería. De la mano de sus padres químicos, Villacorta descubrió y entendió que alguien podía crear una exposición de arte y organizarla. Desde entonces, siguió al joven de pelo muy negro; tal vez, para ser como él.
“Se le veía intenso y serio”, recuerda sobre Castrillón. Usted también parece intenso y serio, le digo. “Te voy a decir una cosa, lo que percibí en él y quiero que se perciba en mí, como curador, es que no es una ocupación profesional, es una pasión”, responde pausado y manso. “Pero de repente lo que acabo de decir es demasiado romántico”, agrega y ríe el señor de boscosa barba blanca, bigote, gorra negra y lentes.
-¿Cuál es su lectura sobre la aparición del COVID-19?
No soy epidemiólogo, pero sí he trabajado en el sistema de salud pública del Perú. Por más buenas intenciones que haya, la burocracia instalada sí me hacía prever unas dificultades muy grandes para atender las necesidades de la población. La burocracia es atroz, más allá de lo que puedas imaginar.
-¿Y en el plano científico, cuál es su lectura del virus?
Según los expertos, de aquí al futuro seguirá habiendo pandemias de este tipo y es muy probable que esta no sea la peor.
-¿Con intervalos de tiempo más cortos?
No hay nada que impida que sea más frecuente.
-¿La vacuna será una solución?
La vacuna no es una solución total. Hay que ver qué tipo de inmunidad genera. Lo que sí es sorprendente, pero con mayúsculas y subrayado, es lo rápido que han desarrollado vacunas. Es insólito. Probablemente sea una situación en la que tengamos que vacunarnos cada año.
-Como experto vinculado a la cultura también tiene una sensibilidad para interpretar la actitud de las personas. ¿La ciudadanía cómo ha respondido a esta crisis sanitaria?
Yo comprendo cuando la gente te habla sobre cómo la pobreza obliga al individuo a salir a la calle y ganarse como sea algo de dinero para sustentar su hogar. Pero hay otro lado que es muy serio y tiene que ver con no creer lo que las autoridades dicen pero sin sustento. Por eso tenemos tantos memes graciosos, pero que en el fondo son trágicos. Creer cosas absurdas como que comer carne de auquénido te protege del COVID-19. Tiene que ver con mentalidades en las que se ha perdido por completo, a nivel escolar, tanto la formación científica como la formación cívica. No porque yo no vea un virus, quiere decir que no exista.
-¿La ciencia y el arte qué tienen en común?
La observación y la concentración. En la manera en que obsesivamente te puedes enfrascar en una búsqueda o en una indagación.
-Pese a todo, finalmente se logró publicar el libro sobre la fotografía de Guillermo Montesinos. Un rescate.
Fue una toma de decisión de antes de que empezara la pandemia. El libro está diseñado desde hace seis años. No encontrábamos la financiación para hacerlo.
-¿Quién es Montesinos Pastor?
Era un vástago de la clase acomodada arequipeña en el siglo XIX. Nació antes de la Guerra del Pacífico. Se formó como músico a partir de los 10 años de edad, y su instrumento fue el violonchelo. Para eso se trasladó a Lima, a estudiar. Ya formado como violonchelista, regresó a Arequipa y creo que se casó a los 21 años. Por la muerte de su padre, hacia 1905, volvió a Lima y acá descubre la fotografía. Y en 1916 regresa a Arequipa, donde se queda ocho años, y en ese tiempo, como fotógrafo aficionado, desarrolló la obra que hemos publicado en el libro.
-Me dice que el poeta Ruiz Rosas lo describió como un fotógrafo de cielos. ¿Diría que, más bien, es un fotógrafo de paisajes?
Sí. La fotografía topográfica es un reconocimiento de lo que hay y tiende a ser objetiva y distante. Pero Montesinos tiene una orientación muy marcadamente subjetiva. Es como si al fotografiar el Misti, fotografiara presencias tutelares. Hay esta sensación extraña de estar mirando el cielo, los volcanes o la campiña arequipeña de una manera donde se reconoce la proximidad del yo. El hecho de que era músico lo lleva a interpretaciones, a través de la fotografía, de ese mundo que lo rodea.
-Sus fotografías son como pinturas.
Es una fotografía que revela una observación muy constante y atenta. Es muy especial el hecho de que todas las madrugadas, amaneceres y atardeceres subiera al mirador de su casa de la calle San Juan de Dios para fotografiar.
-Casi como una observación científica.
Ahí tienes una situación muy interesante donde el método de un artista revela similitudes y parentescos con el método del científico. Y la observación es obsesiva también.
-¿Por qué no fue artista? ¿No intentó serlo?
De adolescente he pintado y he hecho música. Hacía afiches. En la clase de arte del colegio me pidieron que pintara un mural. Fue parte de la intensidad de la adolescencia. También toqué flauta y algo de guitarra. En una generación marcada por el rock. La canción se convirtió en algo atractivo. Pero éramos acústicos, hacia el folk.
-¿En algún parentesco con El Polen?
El Polen era una vía posible. Pero también Simon & Garfunkel, Cat Stevens. Pero en ningún momento he pensado que ese sería mi principal dedicación. No se convirtió en algo necesario para mí. No era una cuestión de vida o muerte, que, creo, es indispensable para que te embarques en una aventura artística. Y hoy me preocupa que en estas circunstancias de emergencia se sienta que la cultura es superflua.
-¿Qué función tiene la cultura en una emergencia?
Es esperanza, inspiración y compañía. Nuevas maneras de encarar los temores, también nuevas maneras de imaginar formas posibles de continuar, una de las preguntas constantes que se hace el ser humano. De cara a esta discusión constante de nueva normalidad, la pregunta es ¿cómo seguir?, que es como se titula una exposición virtual de la curadora Violeta Janeiro, en el C.C. de España. Ahí tienes un caso de cómo el trabajo cultural te permite anclarte a ciertas cosas que van poniendo como hitos en un terreno nuevo.
-Pensando en la fotografía de Montesinos Pastor, ¿qué tipo de belleza tiene Arequipa?
Tiene algo que, en general, poseen los andes, tiene la luz. Yo creo que por eso hay toda una práctica de la acuarela en Arequipa. La luz es muy diáfana. Tienes a una ciudad que está en un terreno sísmico y en proximidad a un volcán, y sabes que es una zona fértil y, al mismo tiempo, con mucha aspereza, donde el campo no está tan distante de la ciudad. En Lima hemos perdido esa sensación porque hemos arrasado, al menos, con dos de los valles, como el Chillón y el Rímac. El único que queda, con un horizonte de lugar geográfico natural, es Lurín; lo que sí hay es desierto, pero no terminamos de relacionarnos con él. El campo es como un espejismo, y en Arequipa tienes hitos naturales, como volcanes, ríos y la campiña.
-Me quedo con la idea de la luz, porque reflejada en el sillar crea una combinación única.
Sí, para mí sí. Y te diré una confesión personal, la primera vez que fui a Arequipa yo tenía 15 años, y fue un deslumbramiento, y tienes toda la razón sobre esa combinación. Es una ciudad que mantiene una relación muy fuerte con su entorno.
-¿Y cuál es la magia de la fotografía?
La fotografía tiene esta capacidad de transformar lo que nosotros describimos como lo real. Siempre decimos que es un registro fiel, pero también es un registro que permite hacer toda clase de conexiones psíquicas. Es una forma de investigar en lo real para una conexión significativa con lugares y presencias; y una vez que esas indagaciones se dan, lo real se transforma. La fotografía detiene el tiempo, le otorga un carácter memorable. Es una suerte de reservorio de tensiones psíquicas. La memoria que la fotografía prodiga es fundamental. Cuando la fotografía fue anunciada oficialmente en 1839, se produjo un cataclismo cultural.
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AUTOFICHA:
- “Soy Jorge Antonio Villacorta Chávez. Nací en Lima, el 21 de julio de 1958. Tengo 62 años. Acabé al colegio y me fui al extranjero en dos ocasiones: primero a Inglaterra y luego a Suiza. Estudié Biología y me especialicé en Genética, y en Suiza en Genética Médica”.
- “En 2014 dejé mi trabajo en el Hospital del Niño. Laboro como curador independiente. No trabajo contratado por ninguna institución como miembro de planta. Pero mis trabajos se han pospuesto hasta 2021; por lo menos, tres. He dictado talleres para KWY Ediciones”.
- “Desde el año 1991, que comencé a hacer curadurías, debo haber curado oficialmente –donde me han contratado como curador– en unas 40 exposiciones. Pero en términos mucho más abiertos, he hecho tal vez el doble de curadurías de arte; es decir, en unas 40 exposiciones más”.
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