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José Alvear Corimanya: “Un día que no escribo, para mí, es un día perdido”
Había una vez un niño tan pobre que tenía que imaginar sus juguetes. Durante el día recogía del suelo alambres, ramas, resortes y cartones que, luego, ponía en una cajita bajo su cama, en uno de los cuartos que compartía con su abuela en el tugurio conocido como El Buque, en el Cercado de Arequipa. En las noches, antes de irse a dormir, sacaba esos objetos y creaba sus propios mundos e historias. Con los años, ese niño fue poeta, mimo, artesano, estudió Sociología, viajó por el país y, luego, se convirtió en el prolífico escritor José Alvear Corimanya. Toda la imaginación que aplicaba en sus juegos de pequeño la plasmó en los casi 1,000 cuentos y cientos de poemas que él mismo ha publicado en folletines y ediciones populares.
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Había una vez un niño tan pobre que tenía que imaginar sus juguetes. Durante el día recogía del suelo alambres, ramas, resortes y cartones que, luego, ponía en una cajita bajo su cama, en uno de los cuartos que compartía con su abuela en el tugurio conocido como El Buque, en el Cercado de Arequipa. En las noches, antes de irse a dormir, sacaba esos objetos y creaba sus propios mundos e historias. Con los años, ese niño fue poeta, mimo, artesano, estudió Sociología, viajó por el país y, luego, se convirtió en el prolífico escritor José Alvear Corimanya. Toda la imaginación que aplicaba en sus juegos de pequeño la plasmó en los casi 1,000 cuentos y cientos de poemas que él mismo ha publicado en folletines y ediciones populares.
Desde hace más de 24 años, su método de venta es el del artista ambulante que sube a los buses a ofrecer sus libros y promover la lectura entre paradero y paradero. No pide una limosna, sino que convence a los pasajeros, choferes y cobradores con el poder de la palabra. Sin embargo, debido a la pandemia y una lesión en su cadera que le impide movilizarse, ha dejado de trabajar en las calles de la Ciudad Blanca. Pese a los contratiempos, sigue escribiendo y vendiendo sus obras por Internet. Ese impulso por la literatura le llevó a recibir la semana pasada el Premio Santos Libros a la Resistencia Cultural, promovido por la Red de Escritores de Arequipa y la editorial Aletheya. Este es el diálogo con un hombre que vive por y para la escritura.
-¿A qué jugaba de niño con esos objetos de su caja de madera?
Un día construí una radio de cartón, adentro le puse pititas, un ojo mágico y hasta un cable para conectar a la corriente. Llamé a mis amigos para que la vieran, pero no funcionaba. Me quedé triste, aunque eso me dio más alas para seguir volando.
- Usted recogía objetos para inventar juegos. ¿Así también imagina sus historias?
Tengo el defecto de ver a todos lados y querer levantar cosas que podrían ser útiles o interesantes. Podría ser un buen reciclador (ríe). También cuando a empiezo a estructurar mis cuentos, se me presentan en la cabeza cosas que me han contado o he visto, y trato de amarrarlas a la realidad. Además, como he sido ciclista, antes de escribir, me trazo el camino hacia la meta e imagino la llegada.
- ¿Cómo funciona ese método?
Está en mi cerebro el entrenamiento diario del ciclista que sabía por dónde debía cruzar para llegar a la meta. Empiezo a escribir un cuento y sé que debo seguir por tal tramo, luego regresar y, pasado un tiempo, llegar a la meta. Con el tiempo, he aprendido a ser sorpresivo, dejar un final abierto, combinar técnicas y que aparezcan nuevas ideas mientras escribo.
- ¿Entre todas estas ideas cómo elige sobre qué escribirá?
Tengo el defecto de querer enseñar o revelar cosas. A mí me gustar ir de la apariencia a la esencia. Cuando me llega un cuento, recibo lo aparente y, al final, busco lo esencial. Ahí es cuando me enamoro del tema, lo pego en mi muro de Facebook y anuncio: estoy escribiendo tal cuento y le pongo un título.
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- Entonces, ahí todo fluye…
A veces, pasa que lo anuncio y aún ni siquiera lo estoy escribiendo (risas). Pero cuando llega el fin de semana, ya me siento a escribir de verdad. Puede salir rápido o me demoro algunas horas en el proceso. Solo que ahora que tengo un problema en mis caderas por la osteoporosis, tendría que estar en reposo. Yo soy inquieto y no puedo estar amarrado en la cama.
- ¿Es todo un reto escribir así?
Sí, cuando estoy mucho tiempo sentado, el trasero me empieza a decir ‘¡ya muévete!, ¡camina!’. Cuando estoy echado, también: los hombros, las nalgas me empiezan a doler. Pero no me debo mover si quiero sanar la fisura en mi cadera.
- ¿Cómo supera el dolor?
Me pongo música. Ahora está de moda Jerusalema y me entretengo cuando veo a los jóvenes bailando. Me acuerdo cuando iba al gimnasio Strong a bailar y compartía con mis amigos. El estado anímico cambia, me olvido del dolor y regreso a la escritura. Otras veces, no me ayuda esa música y recurro a Beethoven, Mozart, Vivaldi, lo que encuentre en Internet.
- ¿En estos años ha descubierto lo que les gusta a los lectores?
Se venden mucho mis libros con misterios y leyendas de Arequipa, como El cura sin cabeza y Mónica, La condenada. Hay mamás que los compran porque saben que les van a pedir esos temas en el colegio. Algunas de ellas, cuando estaban en la secundaria, me han comprado los folletitos que vendía al inicio a 20 centavos. Otros amigos me compran los cuentos de alcoba o la colección rosa.
- Tiene la ventaja de tener un catálogo muy amplio. ¿Cuántos libros ha publicado?
Tengo 47 libros de misterios y leyendas de Arequipa, 47 libros de poesía, 9 libros para niños, un libro de mimo, el libro Ser arequipeño, que habla del mestizaje y la identidad de nuestra ciudad, entre otros. En mi casa tengo varios papelitos con muchos temas por escribir; también me interesa la poesía erótica. Lo que me falta es tiempo.
- Produce a diario porque vive de eso. ¿Le da vergüenza estar un día sin escribir?
Claro, un día que no escribo, para mí, es un día perdido. ¡La literatura perdida! Tengo que escribir algo siempre. A veces, llega la noche y digo ‘hoy no he escrito nada’. Me siento y en una hora, o una hora y media sale algo, al menos un verso.
- ¿De qué forma la pandemia se ha reflejado en sus relatos?
He evitado contar los casos de dolor. El dolor me inmoviliza. A mí me afecta porque soy muy sensible y, de repente, me pongo a llorar escribiendo. Yo entiendo el sufrimiento, también lo vivo, pero en mi literatura sería mucho masoquismo. Prefiero estar con el amor, que es más alegre y me provoca.
- ¿Hasta cuándo seguirá escribiendo?
Hasta que pueda seguir razonando. Veo a muchos compañeros de mi edad que están hablando tonteras. Y digo ‘algún día yo también voy a estar pensando tonterías, entonces no voy a estar escribiendo eso’. Me voy a tener que resignar y preparar para esos momentos difíciles. En algún momento, no podré caminar, tendré que poner la laptop en la silla de ruedas, dar una vuelta al parque y ser feliz en un estado de vejez.
AUTOFICHA
“Nací en Arequipa en 1954, en esas épocas en que el almanaque traía puros santos y fiestas religiosas. Desde hace treinta años soy vegetariano. Creo que hay una relación armónica entre el cuidado físico y espiritual”.
“Tengo cuatro hijos y me casé dos veces, porque soy un reincidente en el amor. Con Catalina, mi segunda esposa, estoy separado, pero sigue siendo mi gran amiga y compañera que me apoya en todo momento”.
“Al inicio de la pandemia, salía a vender libros en mi bicicleta para recordar mi época de ciclista en la juventud. Pero ahora prefiero no salir, más aún con mis problemas de salud. Pueden adquirir mis libros a través de mi cuenta de Facebook o llamando a mi número 958846090. Hacemos envíos a todo el Perú. También los amigos de la Librería Fabla Salvaje en Arequipa (Av. Cayma 514B – Cayma) están vendiendo ejemplares de mis obras”.
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