He pasado por muchas. Estando en el octavo ciclo de mi carrera ingresé a practicar a una de las mejores empresas estructurales y me pusieron como asistente de un estudiante que estaba recién en el quinto ciclo de universidad. Ese fue mi primer choque con el mundo real. Luego cuando terminé mi posgrado me presenté a una compañía y pasé por un proceso de selección largo. Me tocaba una entrevista con el gerente de Marketing y antes de empezar me dijo que no me contrataría. Me explicó que solo contrataban hombres y que solo quería conocer quién era la mujer que había llegado hasta esa instancia. Lo miré y le dije que felizmente me lo dijo a tiempo porque no me hubiera gustado trabajar en una empresa como esa. Luego entré a trabajar a otra empresa y me casé durante ese año. Tras regresar de mi luna de miel mi jefe me dijo que estaban discutiendo los aumentos y que habían decidido aumentarme menos que a un compañero con las mismas funciones que también se había casado. Según él, al casarme mi esposo asumiría la mayoría de gastos de mi hogar y que mi compañero necesitaba más el aumento. Yo les dije que no me parecía justo ni racional, pues ambos hacíamos el mismo trabajo. Me respondió que debía entender que, supuestamente, en la sociedad el hombre es el que mantiene el hogar. No discutí y le dije que a partir de ese mismo día me ponía a buscar otro trabajo.