Totalmente. Para qué nos paramos en el escenario si no es para jugar y divertirnos. Cuando empezamos, hace casi 20 años, había esta idea de lo cool: ser frío, distante, ser bacán, esta fantasía medio anacrónica del poeta maldito, como algunos que conocemos (risas), pero no, lo que hace el quiebre es esta filosofía de no tenerle miedo al ridículo, de la horizontalidad, de que la fiesta se construye entre todos. Me encanta todo lo que es performático; ahora le dicen transdisciplinario. Y en los libros para niños hay mucho de eso, porque tienes el universo de la ilustración, el universo de la literatura, la música, la posibilidad de llevarlo a un escenario o a la calle, de convertirlo en un taller, en una exposición. Eso me ha atrapado.