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Gian Calsina, autor de libro sobre tragedia en Las Malvinas: "La culpa la tenemos todos como país"

Periodista publicó en la última FIL su primera obra: 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio. Informalidad, desigualdad y otras tragedias'. "Alimentamos este monstruo que es la informalidad", dice sobre la desgracia que se llevó las vidas de Jovi Herrera y Luis Huamán el 22 de junio de 2017.

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Gian Calsina, autor de 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio', habla sobre la informalidad en el Perú. (Naoko Ivazeta)
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Gian Calsina, autor de 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio', habla sobre la informalidad en el Perú. (Naoko Ivazeta)
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Gian Calsina, autor de 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio', habla sobre la informalidad en el Perú. (Naoko Ivazeta)
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Gian Calsina, autor de 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio', habla sobre la informalidad en el Perú. (Naoko Ivazeta)
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El 22 de junio del 2017 un incendio Las Malvinas causó la muerte de dos jóvenes. (Foto: Rafael Cornejo)
Fecha Actualización
El maldito 22 de junio de 2017:
Gian Calsina no esperaba publicar un libro sobre el acontecimiento del que era testigo desde el vehículo que lo llevaba a su trabajo. Venía de una comisión sobre el caso del 'Club de la Construcción', que llevaba para la Unidad de Investigación de El Comercio. Vio el humo que empezaba a salir del edificio Nicolini en Las Malvinas. "Me voy a quedar en el tráfico, por lo menos, una hora", pensó. 
Ese mismo maldito 22 de junio de 2017:
La señora Bertha Villalobos, madre de Jorge Luis Huamán, llamaba a su hijo para saber si se encontraba fuera de peligro. Ella también había visto la humareda. Las Malvinas estaba cerca de donde vendía zapatillas. Jorge Luis o 'Tubito' le mentía para que se quedara tranquila. En realidad, estaba encerrado en el último piso del edificio Nicolini, junto a Jovi Herrera. Horas más tarde, el fuego terminaría por calcinar los cuerpos de ambos jóvenes de 19 y 21 años.
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Gian, periodista de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), por poco termina apartado de las letras. En el 2009, ni bien salió del colegio, empezó a estudiar en la UPC una carrera muy distinta a la de su profesión actual como periodista. 
Pero sintió que no era lo suyo y buscó un camino cercano a las Comunicaciones. Gian mandó su currículum a todos los medios posibles para pagarse Periodismo Deportivo en un instituto. Después de caer en una estafa, uno lo llamó. La página de fútbol Goal lo contactó para que haga prácticas y se quedó casi tres años, recibiendo más de 700 euros mensuales a los 17 años. Aunque siente que no invirtió muy bien su dinero. "Lo peor que le puede pasar a un 'chibolo' es tener plata", recuerda entre lamentos y alegrías.
Después de algunos años, se volvió a inscribir en la UPC, pero esta vez en Comunicación y Periodismo. Fue allí donde Gian se hizo un camino en esta profesión. Estuvo más de un año en El Comercio como periodista de investigación. Pero sus primeras motivaciones fueron culturales. Es más, el texto que quiso escribir en el curso obligatorio Periodismo Literario no fue inicialmente sobre el incendio en Las Malvinas, cuya presentación la hizo hace poco en la última Feria Internacional del Libro de Lima (FIL) para la editorial de su alma máter. Gian tenía en mente retratar a Luis Jaime Cisneros, profesor de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce, quien recetaba libros para solucionar problemas emocionales.
Tal vez, la pérdida de su tío (hermano menor de su papá) lo inclinó hacia un tema más melancólico, donde el dolor por el luto es evidente. Y es que, al igual que las familias de Jovi y 'Tubito', Gian vio partir rápidamente a un ser querido, al mismo que le dijo que "Universitario es el mejor equipo del Perú", con el que miraba 'Dragon Ball' como si fuera su hermano mayor, el que cuidaba de él mientras sus padres trabajaban. El destino se llevó al compañero de Gian cuando él apenas iniciaba el curso que le exigía un libro para graduarse. Así escribió 'Las Malvinas: los sobrevivientes del incendio. Informalidad, desigualdad y otras tragedias', obra que fue una de las cuatro más vendidas en la FIL y que desnuda la gran crisis de informalidad en el Perú.
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Este libro nació de un curso en la universidad. ¿En qué momento tomaste en serio la responsabilidad de contar una historia honesta y dejaste de ver este proyecto como una simple nota para el ponderado? 
-Las personas que hemos escrito un texto, un proyecto, tenemos la sensación de que tiene que gustarnos para escribir. Yo he crecido con esa idea. A mí no me pasó eso. Porque, en un momento, me frustró escribir. No encontraba las palabras, ningún hilo para poder enganchar un escenario, unas vivencias. Al contrario, me aterraba la idea de no continuar. Yo estaba como que: "¿Lo voy a acabar? No lo voy a acabar. Voy a quedar mal con todo el mundo". Pero me pasó que, así no tuviese ánimos para escribir, me mentalizaba. Me sentaba y avanzaba lo que podía, y en el tiempo que podía, porque era difícil con los trabajos y todo.
¿Y qué fue lo más complicado de ese proceso?
-Intenté darle un giro para escribir algo más, otro capítulo, otra página. Creo que lo más difícil fue la primera página. Pensé mucho en la escena, en cómo hacer que las personas que lo lean sientan que esta historia vale la pena terminarla. Paradójicamente no fue el cierre, el punto final. De inmediato supe que, cuando la mamá de ‘Tubito’ (Jorge Luis Huamán) me conversó sobre un tema personal, y me lanzó una frase diciendo: "Mira mis manos como se están arrugando", pero con la voz de ‘Tubito’, dije que esa escena era fuerte. Supe que ese era el cierre de esta crónica. Pero, con el inicio, fue muy difícil para mí. Hasta el final lo cambié muchas veces. De hecho, comienza con una de las últimas entrevistas que le hago (a la mamá de Jorge). Porque ahí encuentro una razón para entrar en el mundo de Jovi y Luis. Al final me convencí de que el escenario en que ella iba al edificio a visitar, como cada ciertos lunes, para preguntar cosas sobre su hijo era por donde debía comenzar. Preguntaba a los comerciantes de la zona qué habían conversado con su hijo. Ella se había quedado en el 22 de junio de 2017. Y lo que hacía, en esos lunes, era descifrar por qué es que ella no pudo salvar a su hijo. Y se flagela con eso, siente un dolor muy grande. 
¿Cómo te inmiscuiste en la privacidad de los deudos?
-Yo me acerqué a ellos con mucho respeto. Es más, la primera vez que hablé con ellos ni siquiera les pedí una entrevista. Simplemente quería conocerlos, quería saber quiénes eran. Ya los había visto en televisión, en reportajes, pero quería conocerlos personalmente. Entonces, lo primero que hice fue buscar un número, llamarlos y presentarme. Busqué en Reniec por dónde viven y todo. Me acerqué, estaban muy reticentes a hablar con la prensa. Ellos sentían que habían sido utilizados por los medios un poco, como una suerte de carne de cañón. Yo les dije que no les iba a poner la grabadora de frente, ni que los iba a grabar sin su consentimiento, que todas las historias que contáramos serían sobre sus hijos. Ellos, por supuesto, estaban descreídos. Mi estrategia fue ser honesto como siempre en este trabajo y esperar, ser paciente. Casi dos meses me tomó en visitas periódicas acercarme más a las familias, hasta que me dijeron “ya, ven, vamos a conversar”.
En tu libro se sienten las características personales de Luis y Jovi. ¿Cómo retratar a personas que ya no están? 
-Lo que haces es, al menos en mi caso, darte cuenta que la historia no es necesariamente sobre ellos, sino sobre todos los que quedaron del incendio: las familias. En esta crónica, Luis y Jovi, en realidad, no tienen un cuerpo definido. No los puedes dibujar, inicialmente, con las palabras que yo describo acá. Es más como una sombra, una palabra que se repite. Me di cuenta que no era necesario intentar moldear la historia hacia ellos, ejerciendo acciones en el libro, sino era más bien por el lado de la familia, porque ellos mismos contaban todo sobre su vida. La historia de ellos es ahora la historia de sus hijos, nada más. Hasta el tiempo en el que ellos sientan que han encontrado una suerte de alivio, que, tal vez, puede ser la justicia. Y si hablamos de justicia, hace poco les han reducido la condena a las dos personas culpables de su muerte.
¿No procedió, entonces, el pedido de nulidad de la defensa de las familias para que la condena sea mayor? 
-No lo anularon, pero están en el proceso de que le han rebajado la condena a la pareja de esposos Jonny Coico y Vilma Zeña. Quieren que se reformule la investigación. La señora Vilma está en la clandestinidad. El día de la sentencia, ella no se presentó. Estaba en gestación con seis o siete meses. Hasta eso es trágico, porque uno se pone a pensar en ellos. Una de las cosas que me dijo el hermano de la señora Vilma Zeña, cuando me contacté con él para pedir una entrevista a Vilma, fue “nosotros no somos asesinos”. Y es cierto, porque ellos son comerciantes.
Ya que tocaste ese tema, ¿hemos naturalizado la explotación y banalizado la informalidad? 
-Sí. En un país tan informal como lo es el Perú, nadie sale libre. Todos somos parte de esto. Y, suena cruel, lo usamos hasta porque es funcional. Por ejemplo, la ‘combi’ te deja muy cerca de tu casa. En vez de usar ‘combi’, anda pues al Metropolitano, cómete toda esa cola de tres horas, o anda al tren eléctrico y espérate hasta que subas para que te lleve más o menos cerca a tu casa. Aquí la gente dice “no, ¿por qué tengo que hacer eso?” Y es que también vivimos en un caos. Los servicios públicos te deben ofrecer las garantías de un buen servicio. Hemos entendido la informalidad como un tema de precio. Hemos entendido que la informalidad es lo más barato y lo más funcional para mí. Y eso es solo desde un punto de vista económico. Pero, cuando yo hablo de Las Malvinas, no es solo un problema económico, es un problema social y cultural. Las familias de Jovi y Luis han vivido cuarenta años en la informalidad. Para ellos, un trabajo formal es un trabajo donde les están quitando plata, el seguro o las AFPs.
En una parte del libro haces una reflexión, apoyado en otros autores, sobre el distanciamiento de los migrantes con los limeños. Las personas de los Andes y otros puntos del país se instalaron en las periferias de la capital e intentaron subsistir a como de lugar. 
-Es muy interesante ver libros que hablan sobre la ola migratoria en Lima, porque Lima crece de una manera muy desordenada. Lima era chiquitita. Se expande por el Norte y Sur. Y se les llaman “Conos”, que es lo más alejado y despectivo. Esas personas llegaron a una ciudad que no les daba la bienvenida. Crecieron solos hasta convertirse en grandes emporios comerciales. Es bonito ver en la historia que, con el tiempo, esta diferencia se va acortando y, en esos mismos lugares, hay casas de dos o tres pisos con mucho comercio. Pero, siempre teniendo en cuenta que muchos de estos negocios funcionan con aparente formalidad. Eso pasaba también en Nicolini: el primer piso tenía todos los papeles, era una galería formal a todas luces, pero en el tercer, cuarto y quinto piso, se almacenaban combustibles inflamables con total negligencia.
¿Qué dificultades encontraste sobre la marcha escribiendo este libro?
-Creo que, para todos los que escriben una historia de largo aliento, es difícil hilar y estructurar los capítulos, que la historia tenga un sentido, una perspectiva. Y de hecho, creo que lo más difícil, entre todo, es que estas personas no sientan que les estoy mintiendo. Mantener la honestidad cuesta, porque, a veces, me cuentan una infidencia que no debe salir publicada. O en el caso de la abuela de Jovi, sus familiares me dijeron que no hable del día del incendio. Todo lo que me había costado llegar a ella y me dicen que no puedo hablar sobre el incendio. Me topé con una pared. Pero, por suerte, en la casa de la señora Adela habían muchos elementos para hablar sobre Jovi. Era un santuario de su nieto.
¿Cómo surgió la idea de escribir sobre Las Malvinas? ¿Investigabas el caso cuando estabas en El Comercio?
-No, esto lo desarrollé en el curso (Periodismo Literario). Yo en el diario (El Comercio) tenía otras labores más orientadas a política, en la Unidad de Investigación. Pero, de hecho, las herramientas que yo aprendí me sirvieron, básicamente, para saber qué puertas tocar. Porque, cuando alguien se afronta a temas de este tipo, siempre va al testimonio de las familias. Pero también hay una investigación en curso, una investigación a nivel judicial, con trabajo de los fiscales, del Ministerio de Justicia, de la Defensoría Pública. 
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¿Y por qué te inclinaste a este tema?
-Cuando yo me enteré del caso de Las Malvinas, estaba en el diario. Recuerdo mucho que ese día que entré pensaba, para mí mismo, porque no lo compartí con nadie, que cómo era posible que exista una brecha tan grande entre dos personas que están muriendo a unas cuadras de donde yo tengo que trabajar, encerrados en un contenedor; mientras que a mí me toca ingresar a un edificio con aire acondicionado, en una oficina con una computadora moderna, con luz, con silla, con agua, con todos los elementos propios para hacer un buen trabajo. Y como es que, a quince cuadras, pudiera haber una diferencia tan grande, donde, por el contrario a lo que yo estaba ingresando hacia esta oficina, estas personas no tenían nada, y su lugar de trabajo se volvió su lugar de muerte. O sea, tu trabajo es tu tumba. Esa cosa te mueve un poco la cabeza. Y mucho tiempo después, cuando iniciamos el curso, y cuando Joseph (Zárate, profesor de Periodismo Literario en la UPC) comentó sobre la idea de hacer un libro, y por ahí hablamos del tema de Las Malvinas, yo me acordé mucho de ese día. Y estaba el contexto también de que había perdido a un ser querido.
El libro se lo dedicas a tu tío, una persona muy especial que perdiste. ¿Sientes que la historia de las familias, que llevan siempre el luto, se mezcla con la tuya?
-Yo entendí que, cuando una persona muere, a veces nos sensibilizamos mucho con ese tema, porque la muerte es un tema que no se toca en las conversaciones cotidianas. Es un tema que suele evitarse porque nos da cierto temor. Cuando murió mi tío, él ya estaba descansando. Lo que dejó fue lo que nos impacta. Su ausencia es como que si nosotros hubiésemos perdido una parte de nosotros con él. Y eso es lo que duele. Y esa es justamente la idea que transmite el libro, que nunca quise que se volviera dramático ni sentimentalista, sino que simplemente quería que la historia refleje lo que era. El dolor se puede manifestar de muchas formas. La madre de ‘Tubito’, por ejemplo, cuando va a Las Malvinas, a veces se ríe, pero porque recuerda una anécdota con su hijo. Ese dolor se manifiesta de esa manera. A veces se manifiesta en enojo, a veces en rencor, a veces en el odio que sientes en estas personas que lo encerraron. Entonces, eso quería demostrar: una historia sincera de cómo es cuando un ser querido se va, cómo lo afrontamos, y cómo es que la culpa no la tienen los empleadores. La culpa la tenemos todos nosotros como país. No solo vemos esto a diario, sino que alimentamos este monstruo que es la informalidad y la consumimos día a día. Somos culpables de esto.
Concluyes en el libro que tenemos una falsa idea de emprendimiento. ¿A qué lo atribuyes? 
-A que, muchas veces, el emprendimiento lo utilizamos como un eufemismo del desempleado. Al revisar textos como los de (José) Matos Mar, como los del Instituto de los Estudios Peruanos, te das cuenta que muchas veces lo que ocurre es que estas personas, que vinieron de los Andes, del Altiplano, o de diferentes zonas del Perú en la ola migratoria, no tenían ninguna posibilidad de trabajar. Y lo que hicieron fue utilizar las calles como lugares de trabajo. De hecho, se les llamaba ambulantes antes a los informales. Era un término común para denominarlos, porque estaban en todas las calles; sobre todo, en el Centro Histórico. Era un caos. Hasta que vinieron los operativos con Andrade y los reubicaron. Justamente nació allí. Y la manera en que los medios de comunicación los retrataban era tan naturalmente despectiva, que ahorita leerlo es una cosa impresionante.
¿Qué sucedió después?
-Luego del operativo, estas personas se empadronaron y se reubicaron en Polvos Azules, Polvos Rosados, Mesa Redonda, Las Malvinas. Entonces, todos estos comerciantes, que no tenían idea de lo que era un contrato o cómo operaba una empresa, de impuestos, de tributación, de financiamiento, así se erigieron. Eso es lo que pasa en el Perú. Y a eso lo hemos envuelto de una figura del emprendimiento. Como diciendo: "Tú saliste de abajo, tú la luchaste". De hecho el 80% de empresas en el Perú son unipersonales. Una empresa unipersonal está constituida solo por una persona, y su capacidad de producción es mínima. Lo que produce le alcanza para esta persona y para que viva su familia. Por eso, yo critico mucho este modelo. El problema es que nosotros creemos que somos un país desarrollado. Creemos que somos un país que ha prosperado, y eso no es cierto. Ha prosperado una parte; sobre todo, el sector minero que ha hecho un buen dinero y son empresas que se lo han ganado, está muy bien. Pero el hecho de decirnos que nosotros podemos ingresar a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) o que somos un país que está surgiendo, no es cierto, porque la riqueza no llega para todos, sin ser un ánimo socialista, simplemente siendo sincero. Nuestro nivel de productividad como empresa, nuestros índices de informalidad y de desigualdad social son altísimos. Y no podemos avanzar pasando por encima de los otros. Así no se construye un país. Todavía somos un país con muchas brechas que debemos empezar a acortar si queremos salir adelante.
¿Y podemos escarbar en décadas de informalidad para sentar unas bases más sólidas?
-Por ejemplo, pasa lo siguiente: ¿no tienes la sensación de que el Perú es como una división? Es una pregunta que me hago a mí mismo. La Sierra y la Selva son casi inexistentes. Es como un pliego aparte. Y tenemos esa sensación de que, ni siquiera, a nivel cultural y social nos hemos integrado en su totalidad. El Perú es un mapa dibujado, pero, en realidad, no estamos unidos. Lo que yo haría, como lo hizo el presidente de México, es pedir disculpas de la violencia en el país. Es una buena señal. Lo que salió de Sendero Luminoso es a partir de mucha injusticia. Cuando cayó el terrorismo de Sendero, creo que fue el gran momento para reconciliarnos como país y salir adelante todos. Pero lo dejamos pasar. Y creería que ese es el camino para que se instale dentro nuestro un código ético. En el momento de crisis más fuerte, debes ponerte la mano en el pecho y hacer todo para salir adelante. Pero volvimos a preocuparnos por los intereses individuales, que por los comunes. Vino la dictadura de Fujimori y los episodios de corrupción, desde la época de Toledo.