Cuando se despierta en las mañanas tiene diez minutos de mal humor. No sabe el porqué, pero estima que quizás necesita un tiempo para conectarse con la realidad. Solo se queda echada en la cama. Quizás también es como un momento para estar consigo misma, pues son pocos los instantes así. Su oficio hace que casi siempre esté rodeada de diversas personas o dentro del personaje que está construyendo. Luego de diez minutos, dice “¡hola, buenos días!” y dibuja una sonrisa en su rostro.
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Patricia Portocarrero es actriz. Pero primero fue secretaria, por once años, de la presidencia de una importante compañía que opera dentro del rubro de la construcción. A los 28 años renunció a esa vida solvente para, como ella dice, dedicarse a ser “payasita”. Dejó la oficina y el programa de televisión al que ingresó fue cancelado a las seis semanas. Tuvo que pasar gorra como clown, había semanas que ganaba 17 soles.
“Pero nunca me arrepentí. Había pasión. No le tengo miedo al cambio, a una crisis”, me dice y recuerda que a los 20 años quiso ser madre y casarse, pero lo fue a los 40 y se casó casi a los 50. Hoy es una de las protagonistas de la película Soltera, casada, viuda, divorciada 2, que esta semana entró a la cartelera nacional.
¿Por qué producciones como ‘Soltera, casada, viuda, divorciada’ son tan exitosas?
Yo creo que esta película le habló a la mujer que necesitaba ser escuchada, a esa mujer que está pasando por cosas, por emociones que a veces no las dice porque hay mil cosas por hacer. A veces nos pasa que nos relegamos. Tienes que ver lo de tu hijo, lo de la casa, la economía, tu trabajo, llegar a tiempo con el PPT, a tiempo con el informe.
¿En el caso de la mujer es más crítico?
Es más crítico porque siento que a veces nosotras nos encargamos de muchas cosas, creo que somos bastante controladoras, nos es difícil soltar y nos sobrecargamos. Y llega un momento en que dices “basta, ya no quiero estar en el afuera, sino conmigo misma”. Y la película hablaba de eso, de conectar con tus emociones, con tu historia, y muchas mujeres se sintieron muy identificadas. Al comienzo la película fue para amigas; pero cuando salimos a Netflix, el esposo o el hijo dijo: “a ver, tu película de cuatro mujeres tías”, y se mató de la risa, porque se sintió identificado: “esa eres tú, mamá, esa eres tú, esposa”, y entonces adquirimos un público masculino.
¿Los hombres somos mejores hoy?
Yo creo que somos buenos en diferentes aspectos y diferentes rubros. Y malos también. Mujeres y hombres. Pero creo que no hay que perder de vista el poder y la valía del hombre. Si bien como mujeres hemos logrado un espacio importantísimo con la reivindicación de nuestros derechos, creo que no debemos descartar que parte del todo es el lugar del hombre y donde está ahora su nueva masculinidad. Yo que soy mamá de un varón es difícil ver cómo criamos la nueva masculinidad, que ya no es la del proveedor, la del defensor.
¿Cómo es la nueva masculinidad?
Creo que estamos encontrándola entre todos. El hombre ha logrado conectar con sus emociones, cosa con la que era completamente ajeno. Y eso es un plus. Pero no debe perder ese rol de liderar, pero empatizado con sus emociones.
¿Tienes hermanos?
Sí y mayores.
¿Cómo fue lidiar con ellos?
Te explico alguito: yo soy payasa porque necesitaba tener voz y voto en la mesa familiar. Mis hermanos son 10 y 16 años mayores que yo. Tenía 10 años y ellos 20, 26, y era “cállate”, “silencio”. Yo tenía que encontrar un lugar donde encontrarme: “ah, la payasita”. Mi humor es producto de la supervivencia (risas). Mis hermanos todavía me escuelean. Tengo el sentido del humor de cada uno de mis hermanos: el ingenuo, pícaro, sarcástico y popular. Yo soy un compendio del humor de mi familia.
¿Y cómo no te achicaste ante esas presencias masculinas?
No, me achiqué (risas). Pero conforme fui creciendo a los 28 años empecé a hacer clown. Y el clown y la impro me dieron mucha sabiduría de vida. El empoderamiento lo encontré ahí.
¿A los 28 recién te empoderaste ante los hermanos?
Sí (sonríe)… Pero en realidad ellos son mi soporte, me acompañan en cada alfombra roja.
‘Soltera, casada, viuda, divorciada 2’ aborda el postergar nuestros planes… Te acabas de casar hace año y medio más o menos. ¿Es algo que habías postergado?
No, porque postergar se hace de manera consciente: no es ahora, es más adelante. Yo quise casarme desde que tenía 20 años. Yo quería ser mamá a los 21. Tenía el nombre de mis hijos en el slam. Todo. Pero la vida no me llevó por ahí. No sé, no aparecía la persona. Mi carrera estaba despegando.
¿O tu temperamento fuerte ahuyentaba a los hombres?
Sí, también. Claro, una mujer resuelta, entradora, conquistadora… era como “aguanta”. Pero eso también fue construyendo el mujerón que soy ahora. Yo me considero un mujerón. Pero evidentemente me caí, me tropecé, la fregué, cometí errores, que los miro y digo “no los vuelvas a hacer”, pero construyeron lo que soy ahora.
Me parece genial que decidas casarte casi a los 50 años.
Es una protesta (ríe a carcajadas).
¿Te costó tomar la decisión?
No me costó. Fue una consecuencia del amor que sentí por primera vez.
¿Por primera vez?
Cuando creí estar enamorada, pensé que era amor, pero era más mi necesidad de sentirme amada. Validé poco amor como si fuera gran cosa. Y cuando llega Fabricio a mi vida, dije “qué es esto, así no se ama, no se puede entregar tanto amor”. Y me mostró una forma de amor respetuosa, que me impulsaba, amor que me dejaba ser libre, amor que acompañaba. Me movió el esquema. Es un gran referente para mi hijo, a pesar de que mi hijo tiene su padre, que fue un hombre maravilloso, que me trajo lo más hermoso a mi vida. Pero Fabricio también me trajo una familia, me trajo a sus hijas y me enseñó esta familia ensamblada que yo no conocía. Entonces, el matrimonio decantó.
Inevitable.
Mijail, el primer día que Fabricio me da un beso me pregunta: “¿Para toda la vida?”. Y yo le dije sí.
Después de los tres infartos que sufriste, ¿cómo estás?
Qué locura, ¿no? Fue un: “señorita, me estoy desmayando” (ríe). Estaba sufriendo un paro cardiaco. ¿Qué aprendí de eso? Creo que tiene que ver con poner límites. “Sí, sí, sí lo hago”, y me estaba olvidando de mí, de aceptar mis limitaciones. Debía decir no. Más allá de que casi me muero, fue una llamada de atención para un cambio. Ya vino la pelona, me dijo “¿te llevo?”. Todavía no, hemos llegado a un acuerdo.
Autoficha:
-“Soy Patricia del Pilar Portocarrero y Talavera. Voy a cumplir 52 años, soy del 29 de mayo del 73. Nací en Lima, pero mi familia es arequipeña, padre y madre, hermanos mayores. Una vez mi hijo me dijo que yo era volcánica (como el Misti)”.
-“Mi hijo también me dijo ‘eres diferente a todas las mamás de mis amigos, porque cuando tú estás con mis amigos, juegas y te diviertes con nosotros, no haces que nos divirtamos solos; eres la única mamá que viene y juega con nosotros’”.
-“Acabé el colegio y le dije a mi padre que quería ser actriz. ‘Sobre mi cadáver’, me dijo. Era abogado. Me fui con mi hermano a Canadá, pero mi vínculo con mi padre era muy fuerte, él ya había sufrido dos infartos; volví y trabajé como secretaria”.
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