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Patricia R. Bazán: “Todos podemos ser monstruos y todos podemos ser héroes”
Dejó el Perú hace casi 40 años. En Estados Unidos se hizo catedrática de literatura. Y a la distancia, el Perú volvió a ella para convertirla en escritora. Entrevistamos a Patricia R. Bazán.
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Siempre le contaba la misma historia. Y de la misma manera. Que el bisabuelo peleó en la Campaña de la Breña y tomaba orines de caballo. Que caminaba de noche y de día sobre el barro rumbo a los Andes. Eran los recuerdos que su abuela narraba. Patricia tenía cinco, seis años y fue acumulando esas historias. La abuela estaba creando a la escritora.
Seis nébulas peruanas es el conjunto de cuentos que acaba de publicar Patricia R. Bazán, donde lleva a la ficción, precisamente, aquellas historias familiares. Editado por Mesa Redonda para su sello Liwru.
Su abuela siempre le decía “tienes alma de escritora o de actriz”. Porque inventaba y aumentaba sobre lo cotidiano: de pronto, imaginaba que subía a un micro y que era infeliz. Hasta que un día, hace casi 40 años, subió a un avión y partió a Estados Unidos.
¿Por qué dejó el Perú?
Mi madre ya residía aquí. En mis obras de vez en cuando aparece y reaparece la imagen de Estados Unidos porque desde que era muy pequeña mi abuela hablaba mucho de EE.UU. Llegó a venir, pero muy anciana. A mi madre siempre le gustó mucho la mentalidad pragmática del estadounidense. Mi madre ya vivía aquí unos cinco años antes de que yo llegue a los 21. Pero no quería que viniéramos como indocumentados. Cuando llegamos teníamos la residencia.
¿Escribir Seis nébulas peruanas es una forma de estar en el Perú?
Vivo en un país donde hay mucho latino y de otros países. Uno va adquiriendo una identidad diferente. Y un tema que se refleja en mis relatos es esa nueva identidad: no somos de allá, pero tampoco somos de acá. Somos estadounidenses con una esencia hispánica.
¿Pero entonces por qué escribir sobre el Perú?
Yo tuve una niñez muy dolorosa. Hoy en día no se permitiría que se trate a los niños como me trataron. Los niños no tenían derechos, se les golpeaba.
¿Y por qué recuerda esos años en su literatura? Otras personas capaz escaparían de esos recuerdos. E incluso, usted advierte en el libro que tiene un cementerio de historias.
(Ríe). Creo que todos cargamos con nuestros muertos, solo que unos cargan contentos con los muertos, que es mi caso; yo llegué a abrazarlos, a entenderlos, llegué a perdonar, porque sin perdonar ni reflexionar no podía sentarme a escribir, porque si no iba a odiar a mis personajes y los iba a hacer horribles.
¿No estaría bien hacerlos horribles?
No, porque usted es el escritor, usted no es un personaje, usted tiene que tener control de su narrativa y si va a poner a todo el mundo hecho un monstruo, primero que nadie lo leerá y, segundo, que no es justo para el personaje, porque toda persona tiene su lado redentor. Siempre hay algo bueno sobre una persona y todos mis personajes tienen algo bueno, no son monstruos todos.
Qué importante lo que dice, porque hoy los malos son solo malos y los buenos son solo perfectos. La evidencia de que vivimos en un mundo polarizado.
Totalmente. Y en este país sobre todo eso de la polarización es muy común. Vivo en un país donde o eres blanco o eres negro, no hay nada en el medio; o eres racista, o no lo eres; sin embargo, como seres humanos no nos podemos mantener entre el blanco y el negro; tenemos que mantenernos en el medio, porque no somos perfectos. Todos podemos ser monstruos y todos podemos ser héroes, pero hay que mantenerse en el centro y eso es algo tremendamente difícil.
Precisamente, el lado malo de su abuela era la dureza con que la trataba a usted, a la vez de contarle historias crudas. Pero todo eso también la hizo escritora.
Sí. Le comentaba a mi hermana que pensé que jamás diría esto, pero la verdad es que yo no hubiera llegado adonde estoy si no hubiera tenido la vida que tuve; si mi abuela no hubiera sido mi abuela, no sería escritora… En mis escritos hay seres nebulosos, no son de acá ni de allá.
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¿Cuando se fue a Estados Unidos, usted ya iba con el plan de ser escritora?
Mi madre lo primero que dijo es que teníamos que estudiar. Era la primera vez que verdaderamente vivíamos con nuestra madre. Ella siempre había estado viajando. Era la primera vez que estábamos en una casa. Fue como volver a nacer.
Con una madre siempre buscando oportunidades fuera de casa y un padre con hijos en otras relaciones, ¿fue fácil decir “quiero ser escritora”?
No fue muy fácil. Siempre tuve la llamita de escribir. En el 79 empecé la universidad y no paré hasta el 91 que recibí mi doctorado en Literatura. Y todavía esa llamita no se encendía. Empecé a enseñar literatura y siempre regresaba a Lima o Cusco. Cuando volvía pensaba “tengo eso por dentro, tengo que sacármelo”. Hará cuestión de unos 20 años que empecé, y lo hice muy mal; sabía mucho de literatura, pero no sabía cómo empezar. Poco a poco empecé a pulirlo yo sola, sin talleres. Sobre todo regresé a los escritores peruanos, que no había leído antes en mi país. A Ricardo Palma, a José Gálvez, a Clorinda Matto de Turner, y encontré en ellos un refugio fenomenal.
¿Por qué volvió a ellos y no por ejemplo, viviendo afuera, a Carver u otros?
Ellos son de la misma talla. Lo que pasa es que es una literatura que está muy subvalorada.
¿Volverá al Perú solo en libros?
Siempre regreso. Estoy pensando vivir en el Perú un tiempo, vivir en España otro tiempo y vivir aquí. Este es mi país, Mijail, pero mi corazón está en el Perú.
AUTOFICHA:
-“Tengo 66 años. Nací en Lima, en Pueblo Libre. Empecé a estudiar Sociología y también italiano. Cuando estaba a punto de graduarme empecé a explorar más la literatura española. Estudié en España y viví en Italia. Mi doctorado es en literatura hispanoamericana y española”.
-“Soy catedrática de literatura en la Fairleigh Dickinson University. Estoy preparándome para escribir la novela sobre la vida de Rosalía (personaje que está en los cuentos de Seis nébulas peruanas). Es la vida de Rosalía, de su vida en EE.UU., le dedico un capítulo a su madre”.
-“La madre de Rosalía sufre de demencia, vive en un mundo de ficción. Y es el caso de mi madre, tiene 86 años. El libro tentativamente se titula La hija de la bataclana. La madre de mi padre no quería a mi madre y la llamaba de esa manera despectiva… Actualmente, leo a Carver, Chejov, Hemingway”.
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