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Quinto capítulo de ‘Ella’, la novela de Pablo Cermeño

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Fecha Actualización
ELLA
Pablo Cermeño
¿Cuántas veces puedes mirar a los ojos de una persona y decirle que la amas, sin que eso se desgaste? ¿Cuántas veces puedes repetirle “lo siento”, de un modo sincero? ¿Cuánto aguanta la ilusión y cuánto puede esperar el hartazgo?
Luciano empezaba a cansarse de tener que perder su valioso tiempo en enseñarle sinónimos y antónimos a un grupo de muchachos que ni siquiera leía un libro por año. Jóvenes cuyo vocabulario se reducía a lo poco que uno podía aprender en la televisión. Casi dos años después de haber empezado ese trabajo, lo despreciaba. Pero, no solo era el hecho de tener que estar allí, todos los días, durante cuatro horas, de lunes a viernes. Sino que, entre preparar la comida, alistarse y el bus de ida y vuelta, se quedaba con apenas muy poco tiempo para escribir. ¿Acaso a Mario Vargas Llosa le piden que prepare la comida?, refunfuñaba él, en ocasiones. Carla reía, le daba un beso en la frente y lo animaba a seguir. Encontraba tierno que, el buen mozo de su chico, con esos lentes grandes, se llevara el cabello hacia atrás y rabiara de esa manera.
A Carla le estaba yendo bastante bien, rápidamente había ascendido en ese prometedor y competitivo campo de la innovación tecnológica. Su excelente desempeño había logrado conectarla con personas clave de ese mercado. Muchos estaban interesados en lo que ella sabía hacer. Tanto así que, recibió algunas ofertas de inversores de capital para formar su propia empresa. Carla lo tomó con calma. Sabía que estaba yendo por el camino correcto y que no tenía por qué apresurarse. Era muy feliz con su vida tal como estaba. Pero, estoy seguro de que, si hubiera sabido todo lo que se le venía, lo habría pensado mejor, antes de tomar las decisiones que tomó.
Decidió casarse con Luciano Del Carpio, una fría noche de invierno. Cuando, capturada por un pensamiento que no parecía suyo, durante una cena con uno de los posibles inversionistas, sintió que no tenía el mínimo interés de estar allí, escuchando sus propuestas, sino que deseaba regresar a casa, a los brazos Luciano. Esa noche, decidió también que no necesitaba de nadie para crear su propia empresa. Sin ser grosera, escuchó durante un rato más, al aburrido señor de traje a rayas, le agradeció y rechazó su oferta. Caminó rápidamente a casa, sintiendo extrema felicidad en cada una de las gotas de lluvia que caían sobre su rostro y la hacían sonreír. Estaba cerca, estratégicamente agendaba ese tipo de reuniones en los restaurantes aledaños a su hogar. Cuando llegó, Luciano fumaba un cigarrillo y estaba bien avanzado con el ron. No parecía haber estado intentando escribir. Lo abrazó. Él intentó secarla con las manos y la llenó de besos. Se amaban. En ese momento, ella supo que era la decisión correcta.
–¿Por qué no nos casamos?, le dijo.
Él la quedó mirando como si no pudiera entender por qué eran tan perfectos el uno para el otro. Tomó su mano y se arrodilló. Sacó un anillo del bolsillo, de oro y con un pequeño diamante. Había estado ahorrando durante varios meses para comprarlo. Levanto la cabeza hacia ella y se lo dijo:
–Carla Rospigliosi, mi compañera y mi vida, ¿quieres casarte conmigo?
Carla se puso a llorar, nunca había estado tan sobrecogida en toda su vida. Se supone que ella lo sorprendería a él y no al revés. Automáticamente, dijo que sí. Abrieron una botella de champán, pero la dejaron a medias por hacer el amor hasta quedar dormidos de cansancio.
La noche en que Carla Rospigliosi murió, ella y Luciano habían estado bebiendo; pero, no juntos como uno hubiera esperado. Él estuvo con otra mujer. Fue al regresar a casa o algún momento después, que la encontró sin vida. Luciano no parecía haber estado bajo los efectos de una embriaguez alcohólica, según lo que declaró el guardia de seguridad del apartamento de Carla, en Chacarilla, que fue donde ocurrió todo. Sino más bien, un poco ido, nublado. Hubo algo, además, que llamó la atención de la policía: Entre la hora en que Luciano llegó al apartamento y la hora en que se realizó la llamada para reportar el deceso, hubo un lapso de tiempo importante. Eso difiere de lo que dijo él, sobre llegar y encontrarla sin vida. De otro modo, ¿por qué habría demorado tanto en hacerse la llamada? Se abren así, otras posibilidades. La más importante: algo ocurrió, entre los dos, que dio lugar a la muerte de Carla. O, simplemente, ella se fue en paz, mientras dormían. De cualquier modo, Luciano había cometido un error al mentir o al no ser exacto acerca de los hechos que en realidad ocurrieron. Esto hacía que, ahora, los ojos de la investigación estuvieran sobre él. Sobre todo, al saberse que su matrimonio estaba mal, que tenía un amorío con otra mujer, y que él se quedaría con todo, tras la muerte de su esposa, Carla Rospigliosi. De pronto, nada pintaba bien para Luciano. Él y Carla habían sido tan herméticos con su relación, que nadie sabía con seguridad nada sobre ellos. Había solo una persona que podía dar alguna luz en ese panorama tan oscuro. Y esa era Sara Bustamante.
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