El primero que se enteró de que no volvería a caminar fue mi esposo. Por protocolo de accidentes en la Panamericana Sur, me llevaron al Hospital María Auxiliadora. Mi esposo no sabía nada de lo que había ocurrido, me llamó miles de veces, pero no tenía como responder, ya que mis cosas personales las tenía la Policía. Tampoco sabía a qué número llamar, porque no tenía ningún número de emergencia memorizado, porque estaba acostumbrado a solo marcar los que tenía guardados en mi celular. Cuando llegué al hospital, lo primero que me pidieron fue que pague por los exámenes, pero no tenía cómo, y me tuvieron en camilla en emergencias. Finalmente, por el gran dolor que tuve terminé vomitando. Recuerdo una enfermera que me gritó y me llamó la atención. Le pedí perdón, pero igual me siguió gritando. Fue completamente algo inhumano. Después de que mi esposo llegara, gracias a que uno de los pasantes del hospital me ayudó a contactar a mi familia por redes sociales, los médicos le dijeron que tuve un daño vertebromedular y que no volvería a caminar. Él no entendía bien y, por desconocimiento, no comprendía la situación y refutaba que mis piernas estaban bien. Hasta ahí, incluso yo aún no sabía que no volvería a caminar, me enteré antes de entrar a sala de operaciones. Pasé a emergencias del Hospital Casimiro Ulloa, porque no tenían neurocirujanos especialistas que pudieran operarme. Justo antes de la operación, un interno me dijo que tenía que ser consciente que la intervención solo era para estabilizar mi columna, pero mi situación no cambiaría y que no volvería a caminar. Me puse mal y no entendía por qué debían operarme si al final no caminaría nuevamente. Una señora me vio llorando y se me acercó para calmarme y obsequiarme una imagen de la Virgen María. Me aferré a eso y también a una estampita que me regaló una amiga del trabajo para que todo salga bien en la operación, pero dentro de mí decía: voy a volver a caminar. Esa era mi idea.