Gamagõri-shi es la ciudad de las mejores mandarinas, las que además abundan (y casi transitan) por sus calles. Es una urbe pequeña donde la mayoría trabaja en fábricas. Está a 40 minutos en auto de Nagoya, una de las ciudades más grandes de Japón. En Gamagõri-shi nació Sofiani Tanaka.
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Pero su madre es peruana y su padre brasileño. Ambos de padres japoneses. Le pregunto a Sofiani de dónde siente que es. “Me siento de todos lados”, responde relajada, pero aclara: “tengo el dejo peruano, meto el carro como un taxista limeño y regateo en cualquier parte del mundo”.
Vino al Perú a los 15 años. Desde entonces, ha transitado por el mundo. Pero hoy su centro es Lima. Es creadora digital, es parte de la plataforma de contenidos Vida Divina y es empresaria estética en proceso de crecimiento.
Acaba de llegar de Estambul, precisamente de una feria de productos de belleza, hasta donde viajó con su madre, que también es su socia.
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¿Que tu madre sea tu socia puede ser complicado?
Al principio pudo ser complicado, porque también trabajábamos a la par con mi hermana; entonces, ya éramos muchas mujeres (risas). Pero ahora mi hermana vive en Miami. Además, mi mamá comenzó con la estética hace como 20 años en Japón.
¿En qué circunstancias naces en Japón?
Porque mi familia migró en la época de Fujimori. La economía estaba tan mal… Ser descendiente japonés y poder ir a Japón era una excelente opción en ese momento. Allá se conocieron mis papás.
¿Por qué no te quedaste en Japón?
No es igual. Hay gente que sí se adapta. El núcleo de mi familia son emprendedores, no se adaptaron a trabajar solo en fábricas, que es muy fuerte y no solo es mental, sino también es físico. Primero migramos a Estados Unidos y tuvieron un restaurante.
¿No intentaste volver a Japón?
Volví. Hace dos años intenté vivir allá. Pero ya no me adapto, la cultura es diferente. Aunque las mujeres que no han vivido allá y se ven bien físicamente están para un sector de entretenimiento… Fui con la idea de armar un estudio de micropigmentación de cejas, delineado de ojos, micropigmentación de labios, pero es complicado, tienes que ser enfermera para hacer eso o médico. O tendría que sacarme un cupo con los yakuzas (mafia japonesa).
¿Tanto así?
Sí, porque me metería en el rubro de tatuadora, donde están los yakuzas. Mi papá fue tatuador en Japón, pero yo sola tendría que lidiar con ellos en Tokio. Sola en la capital es más complicado. Yo tenía 25, 26 años y me pareció un poquito peligroso.
O sea, si en Japón entras al mundo del tatuaje, estás entrando a lidiar con yakuzas.
Claro, le tendría que pagar a ellos y entrarían a mi estudio a mirar.
¿Eso está normalizado?
No se habla. A los policías no les importa, no se meten con ellos. Y como el tatuaje no es bien visto… Con un tatuaje así (señala el que lleva en su brazo) no puedo entrar a varios lugares en Japón. Cuando estuve allá no tenía ningún tatuaje. Cuando volví, dije “no me importa” (ríe)… Allá hay lugares que son como baños termales y ahí no puedo entrar con tatuajes. Si entro a un restaurante me mirarían raro: “¿será parte de los yakuza?”, pensarían, porque ellos son los que se tatúan.
¿No intentaste usar tu belleza para quizás trabajar como modelo?
Yo ya tenía la estética con mi mamá y ver tanto rechazo, ¿para qué arriesgar? Además, irme a Japón fue una reacción después de haber terminado una relación. Llegué a trabajar llevando el champagne en un restaurante famoso, en el centro de Tokio, donde van famosos como Rauw Alejandro, boxeadores, etcétera… Pero no era lo que yo quería. Ya había anfitrionado, ya había modelado, ya tenía un negocio… Quedarme allá en esas condiciones habría sido como retroceder un poco. También trabajé en una fábrica unos quince días, pero no pude más.
¿Qué labor hiciste en la fábrica?
Cableado de autos. Yo hacía los cables que iban a ir en los autos. Envolvía los cables con una cinta de tela, y eso era golpearse la mano, los dedos, que no estaban acostumbrados, se moreteaban. No podía cerrar las manos. Pensaba: ¿esto me conviene? Porque yo hago trabajo de micropigmentación: como hacer pelos en las cejas, camuflaje de ojeras, camuflaje de cicatrices, areolas para mujeres que han perdido el seno, etcétera; y también tengo medicina estética con un médico que realiza inyectables, bótox; y la parte de dermocosmiatría, que son faciales, corporales, reducir grasa, limpiar cutis.
Pero antes que nada, quisiste ser actriz.
Estudié en Argentina artes escénicas. Cuando salí del colegio quería ser actriz.
¿Como quién?
Como Anne Hathaway (risas)… Le dije a mi mamá para irme a estudiar a Argentina. Y me fui. Pero en el camino mi mamá me dijo: “Hija, me está costando”. Ella salió del Perú a los 16 años y cuando volvió empezó de cero.
¿Tuviste que dejar la carrera en Argentina?
La dejé por la dificultad económica. Incluso, vendí coxinhas, que son como empanadas brasileñas. Las vendía en la calle. Las preparaba con un amigo brasilero. Un día trabajé para un call center, tenía que hacer encuestas para Jujuy de alguna cosa política que no tenía ni idea y eran como 50 preguntas, la gente me decía “chau”… Vendí cervezas en festivales.
¿No hubo miedo o vergüenza?
No… Era estudiante, me la tenía que ver.
¿Eres arriesgada?
Sí. Si tengo miedo, más bien lo hago; el miedo no me paraliza.
Pero en Japón no entraste a los tatuajes por Yakuza.
Es que ya era muy arriesgado. Yo decía: ¿Y si un yakuza quiere meterse conmigo y yo no quiero?
O capaz te metías con un yakuza para vivir de sus lujos.
No me veo que alguien me mantenga. Me aburriría.
Pero serías millonaria.
En un momento te aburres y eres presa del dinero. Yo soy libre.
Y entonces, dejaste Argentina.
Somos cuatro hermanas y yo soy la mayor. Y mi mamá me dijo: “Le estoy quitando a tus hermanas para darte”. Y dije, chau, se fue el sueño. Volví y le ayudé a mi mamá en la estética.
Eres práctica, Sofiani.
Soy una persona práctica. Si me hace mal, no es por ahí. Yo quiero ser feliz, no quiero sufrir. Soy cero dramática, me aburren los trámites. Soy práctica, que es algo que también me deja la cultura japonesa.
Autoficha:
“Tengo 28 años. Nací en Japón. Estudié actuación con Bruno Odar, en un taller. También estudié marketing. Hoy trabajo con mi mamá en la estética, que se llama Nova Estética y abrí otra que se llama Zofiel. Y ahora queremos importar productos”.
-“Trabajo con Vida Divina. Un último evento fue con LG para Casacor. Siempre les digo que me pongan lo más tarde posible en los eventos para que me alcance el tiempo. Cuando no estoy trabajando, me gusta ir al gimnasio, me deja feliz”.
-“He ayudado a mi mamá bastante. Pero hay que dejar de ser hija para poder empezar a hacer tu vida. Eso no lo entendía. Unas cuantas parejas me decían: ‘Oye, todo bien, pero estás muy metida con tu familia’. Me tengo que independizar”.
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