Era uno de los conciertos más esperados y ahora apunta a ser uno de los conciertos del año. System of a Down pisó por primera vez Lima y encendió los pogos más emocionantes de la intermitente historia rockera en el país.
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La banda liderada en la voz por Serj Tankian empezó el show con la pierna arriba. "X", del icónico álbum Toxicity, dio rienda suelta a la euforia general. "Suite-pee", del disco homónimo de 1998, y "Prison song", otra vez del Toxicity, continuaron elevando la temperatura de un Estadio Nacional abarrotado. "Aerials" cerró esta suerte de primer bloque demoledor y emotivo del grupo que destapó cerebros cuando alcanzó popularidad en el Perú gracias a la cadena MTV, a comienzos de siglo. "Aerials" bajó la velocidad, pero elevó la nostalgia.
Otro momento pico de la noche fue cuando el guitarrista Daron Malakian anunció "Bounce" y prácticamente llamó al pogo. Y estalló la canción con ese vértigo tan necio que tienen para elaborar lo que en su momento se denominó metal alternativo bañado con tines de la influencia armenia.
Si Malakian se mostraba siniestro e histriónico, Tankian, más bien, iba por el escenario sereno y hasta risueño. En el bajo, el carimástico Shavo Odadjian movía al público a placer. Atrás, en la batería, John Dolmayan lucía impertérrito y sólido; al final del concierto, se quedó solo regalando baquetas a los fans.
Uno de los momentos más esperados llegó después de 20 canciones. "Chop suey" y esa entrada de guitarra, arpegios distorsionados y redobles graves de batería abrieron más los círculos en la zona de cancha, como hordas desatadas. Seguidores al borde del llanto repitiendo a voz en cuello "i cry when angels deserve to die".
Y claro, el siguiente momento cumbre fue "Toxicity", la penúltima canción de más de 30 a lo largo de dos horas. En la cancha del Estadio Nacional se dibujaron círculos de fanáticos pogueando alrededor de bengalas, solo comparable a conciertos de bandas como Pantera en Chile o casi cualquier noche rockera de estadio en Argentina.
Si Lima siempre fue señalada como una plaza fría (en actitud) para el rock, lo que pasó la noche del domingo fue una expresión genuina y vibrante del espíritu rockero, como pocas veces (¿tal vez la primera?) hemos visto por estos lares.
Como colofón, el último pogo se vivió en la calle. Iván Oviedo, el quenista de los conciertos, se paró en medio de la pista del jirón Saco Oliveros y con el talento que lo caracteriza interpretó —quena en mano— los éxitos de System of a Down. Alrededor, una vez más, los fanáticos interpretaron —esta vez— un noble pogo.
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