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Una carta para Oscar Malca
Acaba de publicar, junto al artista Mario Molina, la novela gráfica ‘En la cara no’. Desde su aislamiento personal, el escritor Oscar Malca atiende nuestras preguntas. “Mucha esperanza en la integridad del ser humano no tengo”, dice.
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Fecha Actualización
Lima, 7 de setiembre de 2021.
Estimado, Oscar Malca:
Días atrás conversamos por teléfono y me comentó que usted no da entrevistas. Convenimos que lo mejor era enviarle una relación de preguntas para que sean respondidas desde su aislamiento voluntario.
Esta pretende ser una carta con preguntas al autor del libro Ciudad de M, que en su primera edición de 1993 se llamó Al final de la calle, título que creo le desagrada. Ahora la excusa para saber de usted es En la cara no (2021), de Reservoir Books, sello de Penguin Random House; una novela gráfica confeccionada a dúo con el ilustrador y humorista gráfico Mario Molina, una suerte de rescate de ideas e historias que remiten a las últimas décadas del siglo pasado, pero que podrían ser un retrato del presente. Páginas en fino papel cuché, con tintas grises y negras sobre fondos blancos, que atrapan, historias independientes pero conectadas. Un libro que si sonara sería como una guitarra distorsionada, por ratos grave, por ratos aguda; con un bajo con cuerpo tocado a tres notas, y una batería maciza y acelerada. Y todo sonando desde una casetera.
-¿Por qué no da entrevistas?
Claro que las doy, lo único que pido es que sean por escrito, pues es como mejor me expreso. Si el objetivo es conocer o retratar al autor, lo importante es que pueda hablar sobre su trabajo de la manera más clara posible. Y mi medio natural es la escritura, no la oralidad ni el discurso público.
-¿Le cuesta publicar? Para Ciudad de M, usted dice que, incluso, la poeta Blanca Varela hasta lo regañó porque no le mostró aquellas páginas antes; y ahora con En la cara no tardó en darle el sí a Molina.
Porque la literatura –por mucho que leyera o escribiera siempre– no es ni lo primordial ni mucho menos el único objetivo de mi vida. En distintos periodos he tenido otras prioridades que se le antepusieron. Había que sobrevivir, por ejemplo. Blanca me regañaba, sí, claro, porque ella me exigía un mayor compromiso con mis presuntas posibilidades como escritor.
-Dice que había abandonado la literatura tras echar al fuego un intento de novela de ciencia ficción escrita en la selva. ¿Qué méritos hace un futuro libro para, finalmente, ser desechado? En todo caso, ¿cómo sabe que está frente a un texto publicable?
No quedé contento con el resultado y, bueno, cualquiera tiene un arrebato si le has metido tanto trabajo o tiempo a un proyecto que al final no te convence. Escrito durante los casi 5 meses que pasé en la selva del Alto Marañón, sentí que mi texto no le hacía ningún honor al extraordinario recuerdo que guardaba de esa temporada. Publicar una novela bien escrita, o bien narrada, quizás sirva para hacer carrera, pero en mi caso la carrera literaria nunca me interesó. Y no es un asunto de calidad o perfeccionismo o ambición expresiva. No, lo que yo necesito es sentirme identificado, comprometido, con la historia que cuento, que las ideas y sensaciones que experimenté al concebirla estén volcadas ahí en el texto.
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-¿Por qué no se volvió ‘escritor profesional’? ¿O acaso lo es? ¿O prefiere que le digan periodista?
Soy un periodista al 100%, sin habérmelo propuesto. Cuando comencé era solo una manera de ganarme la vida honradamente, pero con los años quedé fascinado con el oficio y sus oficiantes. Un ambiente mucho más divertido que el de, por ejemplo, los literatos (supongo que a eso se refiere con lo de ‘escritor profesional’) y sus cenáculos académicos plagados de disfuerzos, megalomanías e imposturas.
Pero, por favor, ser periodista, o reconocerse como tal, no impide tampoco o se disocia del hecho de ejercer como escritor. Creo que es innecesario hacer una lista de los autores de libros de ficción o no-ficción que eran, al mismo tiempo, hombres de prensa. Un cosa no se opone a la otra, pienso. Dejemos que los profesores de literatura se ocupen de eso: los títulos y las etiquetas son lo suyo.
-Se autodenomina antiacadémico.
Bueno, no generalicemos, en el medio universitario hay gente a la que respeto mucho, son excepciones, claro, porque existe, sobre todo, un reverso que son las argollas académicas (aquí y en otros países) asociadas al toma y daca de premios, antologías, elogios, becas, invitaciones, ferias o puestos de trabajo que suelen repartirse circular y mutuamente entre unos y otros. Esa moña es la que me parece repelente.
-Para varios, usted es un autor de culto, casi como una banda subte que solo publicó un disco que todos quieren tener. Casi un mito. Y ahora publica el esperado segundo ‘disco’, y que preserva esa esencia rocanrol.
Los mitos son solo eso, mitos. Creencias. Construcciones. La realidad, el tiempo, se encargarán de poner las cosas en su sitio. Este librito, cuya culminación implicó vencer una serie de obstáculos, para mí y para Mario Molina, aspiraba solo a ese modesto objetivo: terminarlo.
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-En la cara no está ambientada en Magdalena. ¿Cómo fue su adolescencia en este distrito?
En Magdalena crecí y aprendí más de lo que podría esperar un niño de clase media pobre, un adolescente que tardó en crecer, o un jovenzuelo que finalmente se las arregló para sobrevivir en un medio hostil a la vocación que a los veinte años encontró en las aulas de la universidad de San Marcos.
-¿Qué tipo de necesidad se instaló en usted para tener que contar el trajinar de cuatro malandrines que empieza en el colegio y que alcanza, incluso, el poder político?
Primero por ser una historia que, ajustes mediante, viví de cerca; y segundo, porque a menudo los límites sociales, apenas visibles, entre lo correcto e incorrecto, el bien y el mal, las necesidades y los intereses, la lealtad y la traición, se ponen a prueba ante los apremios de la realidad o las ambiciones personales. Y pocos son los que responden con decencia.
-El final es terrible: la constatación de que todo está podrido.
Como comprenderás, mucha esperanza en la integridad del ser humano no tengo, ni en la novela ni en la realidad. Lo he visto y hasta sufrido: repito, la verdadera naturaleza de las personas suele salir a flote en situaciones extremas, sean estas de oportunidades para aumentar posibles beneficios o ante la amenaza de perder privilegios. Eso es lo que sucede con los personajes de la novela.
-¿En la cara no es como su regreso a los ‘escenarios’? En el libro adelanta que retoca una pieza teatral, que trabaja en un tomo de prosas y relatos.
Hablar de un “regreso” es un poco exagerado. Ni soy tan importante ni creo que nadie se haya dado cuenta de que desaparecí. Yo no pertenezco al medio literario. Lo cierto, sí, es que tengo una papelería dispersa por cohesionar y una piecita teatral que debería finiquitar antes de fin de año, espero.
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-¿Dónde responde estas preguntas, Oscar? ¿Está rodeado de libros listos para ser exhibidos en una transmisión por Zoom? ¿Tal vez hay una copa en el escritorio? ¿Acaso lo alumbra una lámpara? ¿Sus dos gatos lo acompañan? ¿Suena una música de fondo o es el mar?
Estoy en mi casa, con un gato subido a la mesa donde escribo. Música suele haber siempre en la casa, puesta por mí o por mis hijos. Pero la ferocidad con que revientan las olas aquí cerca, a menudo interrumpiendo melodías, lecturas o conversaciones, me recuerda que lo real sigue esperando allá afuera… y amable conmigo nunca lo fue.
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