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Una novela por entregas: Decimosexto capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’
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UN MAL SUEÑO
POR JUAN JOSÉ ROCA REY
Era una de esas pesadillas en las que todo parece real. Uno se encuentra en la misma posición, mirando exactamente el mismo punto que vio antes de caer dormido. La única diferencia es que el cuerpo no responde como suele hacerlo.
El piso de madera de la pensión crujía desde afuera de la habitación de Nicolás, eran pasos que se acercaban hacia su puerta. Su corazón palpitaba como si le fuese a explotar. Hizo su mejor esfuerzo para levantar los brazos, pero le fue imposible. Miró a su costado buscando a Mari y esta no se encontraba en la cama. Intentó gritar, pero las cuerdas vocales no le respondían. Todo lo que hacía era en vano.
La puerta se abrió y apareció Linda, parecía perdida. Caminaba como si estuviese hipnotizada. Traía el maquillaje corrido, parecía haber llorado durante horas, pero, al ver a Nicolás, sonrió. Caminó y se paró frente a la cama mirándolo fijamente, sin decir nada.
– ¿Qué carajo? –pensó Nicolás.
Segundos después, entró Mari arrastrando una maleta y se paró al costado de Linda. Nicolás volteó a ver a un tercer personaje que entraba a la habitación, era Eduardo. Este parecía contento, gritando escandalosamente, como si estuviese en una fiesta.
– Mira, Nico –dijo Eduardo–. Las dos juntas en tu habitación. ¿Quieres condones?
Nicolás intentó moverse, pero una vez más le fue imposible.
– ¿Qué pasó? ¿No puedes hablar? –se burló Eduardo–. Llegó la hora de decidir, Nico –continuó, sacando un revólver.
Los colores plateados reflejaban la luz del pasillo.
– Decide, Nico –dijo Mari sonriendo–. Vámonos.
– No me dejes, Nico –dijo Linda–. Aún podemos ser felices.
Eduardo se paró al lado de Linda y alzó el arma apuntándole a la sien. Esta vez el perfil de la cara de Linda se unía a la luz del pasillo en el reflejo de la pistola.
– Esto es por tu bien, querido amigo –Eduardo jaló del gatillo sonriendo.
Los sesos de Linda volaron por la habitación.
– Sé que seremos muy felices, Nico –dijo Mari, bañada en la sangre y los pequeños restos de Linda.
– ¡Linda! –intentaba gritar Nicolás.
Eduardo y Mari sonreían, mientras este hacía un esfuerzo sobrehumano para moverse.
– ¡Linda! –pudo gritar por fin.
Miró a su alrededor asustado, pero aquella vil escena había desaparecido. El sol entraba por su ventana, la luz del pasillo estaba apagada y Mari lo miraba asustada echada a su costado.
– ¿Está todo bien? –preguntó Mari–. Estás sudando.
– Creo que tuve un mal sueño.
– ¿Crees?
– Estabas tú, Eduardo y…
– Déjame adivinar... ¿Linda? –dijo Mari.
Nicolás la miró.
– ¿Qué hacemos ahora? –preguntó.
– Seguir con nuestras vidas –respondió Mari.
– Vámonos ya mismo –dijo Nicolás levantándose de la cama–. No puedo quedarme aquí más tiempo.
– Nicolás, detente –dijo Mari.
Ambos se miraron por unos segundos en silencio, adaptándose a la derrota.
Ese mismo día, por la tarde, se despidieron en la estación de buses. Mari no dijo una sola palabra en el taxi hasta llegar ahí.
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– ¿Así que esto es todo? –preguntó Nicolás–. ¿Por un mal sueño con ella me vas a dejar?
– No te estoy dejando, Nico –respondió–. Tienes que resolver toda esa mierda que tienes acumulada en la cabeza.
Mari le besó la comisura de la boca. Nicolás sintió que dejaba ir lo que podría ser la última oportunidad de escapar de su miserable vida en Lima.
– Cuando estés listo para algo serio, sabes en dónde buscarme –dijo Mari y caminó arrastrando su maleta hacia el autobús.
Nicolás llegó a la pensión, después de un largo camino en hora punta. Pasó caminando por la sala, llegó al pasillo y dio pasos fuertes, haciendo crujir la madera del suelo adrede. Prendió la luz del mismo y abrió la puerta de su habitación.
– ¿Linda? –dijo este sorprendido al verla ahí parada.
La luz del pasillo brillaba en sus ojos negros. Linda tenía el rímel corrido, como si hubiese llorado durante horas ese día, pero, al ver a Nicolás, sonrió.
– Hola, Nico –dijo esta.
Por un momento juró que estaba soñando.
– ¿Ha ocurrido algo? –preguntó Nicolás y notó que sus cuerdas vocales funcionaban con normalidad.
Linda corrió hacia él y lo abrazó. Nicolás la recibió y la apretó contra su pecho.
– ¿Puedo dormir hoy aquí? –preguntó.
Nicolás cerró la puerta de la habitación y juntos se dirigieron a la cama.
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