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Una novela por entregas: Vigésimo capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’
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POR JUAN JOSÉ ROCA REY
Eduardo entró a la habitación de Nicolás, había un olor nauseabundo. Nicolás había vivido esos últimos días de espera por la audiencia de la denuncia que le había puesto Rodrigo tirándose al abandono. Los vidrios rotos de su discusión con Linda seguían en el suelo, pero habían sido arrastrados hacia la esquina donde acumulaba las botellas vacías. En el cenicero de la mesa de noche se había formado una torre de cigarrillos, y en el suelo, al lado de su cama, una pirámide de latas de cerveza.
– Nico, despierta – dijo Eduardo tapándose con la mano la nariz y la boca.
Nicolás no respondía. Eduardo se acercó a moverlo, pero el olor no le dejó quedarse en la habitación por mucho tiempo. Salió a respirar y volvió a intentarlo.
– ¡Nico! ¡Despierta! –gritó esta vez, pero no hubo respuesta.
Luego de moverlo varias veces, aguantando el olor, Eduardo cogió una de las latas del suelo con residuos de cerveza y se la echó en la cara.
– ¿Qué mierda haces? – dijo Nicolás despertando del profundo sueño.
– Por un segundo creí que estabas muerto.
– ¿Qué quieres?
– Te busca Clarita.
– ¿Clarita? – preguntó preocupado.
– Dice que tiene buenas noticias.
Nicolás se paró de un salto de la cama y fue hacia la puerta.
– Te recomendaría que te bañes –dijo Eduardo–. Apestas a mierda. No creo que quieras que te vea así.
– Tienes razón.
La ducha no se prendía desde hacía cinco días y cuando Nicolás abrió la cañería, tuvo que esperar a que se limpie, ya que el agua salía de color marrón por el polvo que se había acumulado. Se dio un baño y luego salió a recibir a Clarita. La joven se encontraba sentada en los sillones de la sala, había ido sin la señora Clauss esta vez.
– Hola, Nico. – dijo ella sonriendo.
– Clarita, ¿qué tal? ¿Está todo bien?
– Quería avisarte que hablé con Rodrigo y su familia.
– ¿Sobre mi caso?
– Sí –respondió jugando con su pelo–. He conseguido que te quiten la denuncia.
– ¿Qué? ¿Cómo así?
– Denuncié a Rodrigo por violación y maltrato, y cuando me llamaron para solucionar el tema, les pedí que también solucionen lo tuyo.
Hacía muchos años que Nicolás no sonreía como sonrió esa vez. Un impulso desconocido lo llevó a saltar por toda la sala, abrazó a Eduardo, abrazó a Clarita y la besó, rozándole el costado de la boca.
– Disculpa, Clarita –dijo Nicolás-. Pero no sabes la tranquilidad que me da escuchar eso.
– No te preocupes – dijo ella riéndose.
– ¿Alguien quiere tomar algo? – preguntó Eduardo.
Destaparon una botella de whisky y se pusieron a tomar en la sala de la pensión. Estuvieron unas horas y Eduardo fue a recoger a Verdi, mientras Clarita y Nicolás le esperaban terminando la botella.
– ¿Puedo preguntarte algo? – dijo Clarita.
– Claro.
– Quería pedirte disculpas por haberte tratado tan mal desde el inicio.
– No te preocupes, Clarita.
– Tú siempre has estado salvándome una y otra vez, y no me daba cuenta de lo bueno que eras conmigo.
– No pasa nada.
– Siempre estuviste para mí –continuó Clarita sobándole el brazo.
– ¿Qué ocurre?
– Quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí.
Clarita se le colocó encima y empezó a besarlo. Nicolás andaba ya un poco borracho y le siguió la corriente, pero luego se dio cuenta de lo que estaba pasando.
– ¿Estás segura de esto?
– Completamente.
Se besaron desvistiéndose en el sillón de la sala hasta que sintieron un sonido en la puerta principal de la pensión. Esta se abrió y entró Eduardo con Verdi, ayudando a entrar a Linda.
– Nico, mira a quién me he encontrado en la puerta –dijo Eduardo–. Ay, mierda –continuó al darse cuenta de la escena que había en la sala.
Clarita dio un grito y Nicolás intentó volver a ponerse las prendas que tenía más cerca. Linda se quedó estupefacta y soltó el sobre que tenía en la mano, para luego irse sin decir una palabra. Eduardo y Verdi se rieron por un momento y Clarita terminó de ponerse la ropa y se marchó.
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– ¿Con Clarita? – preguntó Eduardo.
– No quería – Nicolás se trabó al hablar por los nervios.
– ¡Bien! – dijo Eduardo felicitándolo y Verdi le dio un golpe en la espalda al notar que Nicolás no sonreía.
– No dejo de sorprenderme –dijo Nicolás–. Soy un idiota.
Caminó hacia la puerta y recogió el sobre que tiró Linda. Se trataba de la invitación a su boda. Regresó al sillón, se sirvió otro vaso y se tragó un par de pastillas para el dolor. La cañería de su ducha volvió a acumular polvo durante la siguiente semana.
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