En esta entrevista, converso con mi hermano. Ambos estuvimos quince años en el Sodalicio y, al salir de allí, optamos por dedicarnos a las artes plásticas. Las huellas y heridas de aquella secta de abuso sistemático (recientemente suprimida por la Iglesia católica) son palmarias en esta muestra. Pero “Des-Profanaciones” va más allá. Es también una visión del mundo contemporáneo y sus propios mecanismos de control.
Compartimos un extracto del nuevo libro de Jeremías Gamboa. Sobre el regreso de un hombre a la casa de su infancia. Novela que desde hoy está en librerías.
Elaboradas con una minuciosidad técnica admirable, cada una de las piezas da cuenta de una lucha encarnizada por hacer prevalecer la identidad individual frente a los intentos por abolirla. La ironía y la crítica son filudas y dentadas, pero no hay asomo de venganza en esta exposición. Lo que sí hay —y mucho—, es coraje. La valentía de atreverse a compartir, con toda la honestidad que exige el arte, un proceso íntimo, complejo y fascinante. En la fina sensibilidad estética y en el humor único, brillante, tierno y explosivo de Vicente, yo veo y celebro el triunfo del espíritu sobre la absurda e inhumana pretensión de someterlo.
Soy testigo de que, prácticamente desde la cuna, nunca has parado de dibujar. ¿Recuerdas el momento en que decidiste saltar a las tres dimensiones?
Lo primero que recuerdo es haber hecho con ustedes (somos cinco hermanos, todos artistas) muñecos con los envoltorios de platina de los chocolates de La Ibérica. Esa sería mi primera incursión en la escultura. Durante la carrera de Arte experimenté con muchos materiales y herramientas hasta que, poco a poco, fui encontrando mis propias técnicas y mi propia voz. Aunque el dibujo continúa siendo la forma más natural y genuina que tengo de crear.
¿En algún momento tuviste, aunque sea un atisbo, de todo lo que se venía?
No sé ni siquiera qué es lo que ha venido (sonríe). Lo que siempre tuve fue la necesidad de hacer arte y crear cosas. Aunque no sabría cómo definir ese impulso. Solo sé que es algo vivo y que va evolucionando. Pretendo explotar la cantera todo lo posible antes de que me muera, eso sí te puedo asegurar.
En tu proceso creativo, ¿trabajas desde una imagen o idea previa, o desde el material?
En mi proceso influyen muchísimo el azar, la coincidencia y el paso del tiempo. Lo que manda es la obsesión de seguir buscando. Detenerme en las cosas que me llaman la atención —juguetes, objetos encontrados, partes de electrodomésticos, etcétera— e ir guardándolas y poniéndolas en lugares visibles. Al tenerlos todos ante mí, en mi taller, voy haciendo conexiones constantemente. Todo parte de una primera intuición. Normalmente, el objeto o el juguete plantea un tema en mi cabeza y se queda dando vueltas hasta que aparecen otros objetos que cierran la idea.
¿Qué papel tiene el espectador? ¿Cómplice, testigo, intruso?
Durante los casi diez años que me encerré en mi taller a producir obsesivamente, el espectador era una idea en mi cerebro y un intruso. Ahora, creo que el espectador es quien le da vida a la obra. Es en su mirada donde cobra su real dimensión. Porque ya no es mía, es un artefacto para suscitar interpretaciones y emociones imprevisibles. Cuando la obra está expuesta, te das cuenta de que tu historia o tu pasado no es lo relevante y que por eso puede ser, por así decirlo, universal.
¿Qué era para ti el arte cuando estabas en el Sodalicio y cómo lo ves ahora?
El arte siempre fue una necesidad vital para mí. También durante mi paso por el Sodalicio, aunque allí quedó supeditado a la visión que su fundador (Luis Fernando Figari) imponía: un arte reducido al servicio exclusivo de lo que llamábamos “nuestra misión”. Ha sido un trabajo largo, de muchos años, el poder desconfigurar o “des-profanar” mi mente de estas ideas impuestas, para poder hacer lo que realmente me interesa. Hacia los últimos años allí, comencé a sentir en carne propia los límites de ese enfoque, prácticamente “tridentino” y “contrarreformista” del arte, como algo que me oprimía y me desviaba de mis propias pasiones e intuiciones creativas. Entre otras cosas, eso me impulsó a salir del Sodalicio. Después, estudiando artes plásticas, me debatí contra nuevos “dogmas”. Al final de todas estas experiencias, empiezo a sentir cierta libertad.
AUTOFICHA
- Vicente López de Romaña (Arequipa, 1979). Artista visual. Estudió Teología en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Arte en la Universidad Finis Terrae y Diseño Gráfico en la Universidad del Pacífico (las tres en Santiago de Chile), así como Artes Plásticas en Corriente Alterna (Lima).
- Su obra, a través de ensamblajes e instalaciones, explora la libertad y la identidad individual. La exposición estará abierta al público hasta el 4 de julio de 2025 en el Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa (https://cultural.edu.pe/arequipa/).
- La muestra va de lunes a viernes, de 8:30 a. m. a 7:00 p. m., y sábados de 10:00 a. m. a 4:00 p. m. Dirección: calle Melgar 109, Arequipa.
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