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Vigésimo tercer capítulo de Ella, la novela de Pablo Cermeño
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ELLA
Pablo Cermeño
Un día después de haber sido asesinada, Mary Santibáñez fue encontrada en la habitación del hotel por el personal de limpieza. Luego de dar aviso a la Policía, se comunicaron al teléfono que aparecía en su fotocheck del trabajo. La noticia golpeó muy fuerte a todos sus compañeros, y Sara Bustamante supo capitalizar la sorpresa: las rodillas le flaquearon y, de no haber sido sostenida por uno de los miembros del equipo, seguro que se hubiera estrellado contra el piso. Ella sabía hacer esas cosas. Víctor Villavicencio terminó consolándola.
Al llegar al apartamento de Carla, sin preámbulos, se lo dijo:
–Mary está muerta, Carla. Ha sido asesinada.
Bastó eso para quebrar otra vez a Carla Rospigliosi.
–¿Qué? –exclamó Carla–. ¿Qué estás diciendo?
–Dos tiros en el pecho y uno entre los ojos –dijo la contadora–. Igual que Jorge Sánchez.
La estupenda recuperación emocional que había tenido empezó a venirse abajo. Sara se aseguró de que así fuera. El terror estaba una vez más frente a ella, sofocándola, quitándole las ganas de seguir, recordándole su error y que su vida se había acabado.
–Carla, ¿volviste a llamarlo? –preguntó Sara.
–¿Qué estás insinuando? ¿Que yo la mandé matar?
–No, no, para nada –dijo Sara–. Yo sé que tú no serías capaz de hacer algo así. Pero quiero estar segura de que no hay manera que la Policía te pueda vincular con su muerte.
Carla no respondió. Había quedado paralizada.
–Carla –siguió Sara–, en la oficina ya saben lo de tu llamada y la muerte de Jorge. Lo saben todos, incluso Víctor. Creen que esta vez también has sido tú. Mary debe haberles contado todo. Ella te quería hundir. Y creo que con su muerte lo ha conseguido.
Carla cerró los ojos y se dejó caer sobre el mueble, derrotada.
–Tenemos que actuar rápido –insistió la contadora–. Las cosas pueden ponerse muy feas para ti. ¿Recuerdas lo que te dije sobre sacar tu dinero? Creo que ha llegado el momento de que tomes una decisión.
Después de la conversación que tuvo con Carla, Sara fue en busca de Luciano. Esta vez, no lo vio en el apartamento de la empresaria, sino en el karaoke de mala muerte donde antes ya se habían juntado, para que nadie los viese juntos. En la cabeza de él retumbaban las palabras que Sara le había dicho por teléfono, alimentando su miedo: “Dos tiros en el pecho y uno entre los ojos”. Pensó que Carla, fácilmente, podría matarlos a él, a Carolina y a la misma Sara. Pero la contadora se encargó de hacerlo entrar en razón.
–Vengo de hablar con Carla. Tranquilo, eres la única persona en la que confía, así que no tienes nada de qué preocuparte –dijo–. Quiero que me prestes atención; lo que estoy por decirte es muy importante.
–Claro –dijo él.
–Voy a llevar el dinero de Carla a las Islas Turcas y Caicos, un paraíso fiscal. Todo entrará en una cuenta cifrada, sin identificadores. Solo tú y ella tendrán los códigos de acceso.
–¿Yo?
–Sí. Ella quiere que tú seas la otra persona que los tenga. Si le ocurriera algo a Carla, tú serías el único que tendría acceso a su dinero.
–No lo puedo creer.
–Hay algo más –dijo Sara–. Carla tiene que irse del Perú y tú tienes que ir con ella. Carla la tiene muy difícil acá, con todo lo que ha pasado. En este momento necesita de ti. ¿Está bien?
Luciano asintió. Luego de eso, fue directo hacia donde ella, sintiendo culpa y la obligación de cuidarla. Sara, que ya había regresado a su propio apartamento, subió en su auto y se dirigió a Barranco. Estacionó cerca de la plaza y empezó a caminar. Miró su reloj y aceleró el paso. En menos de tres minutos llegó a la esquina del bar donde trabajaba Carolina. Esperó por ella a media cuadra de distancia. Casi un minuto después, la pelirroja salió. Fue como si hubiese sabido que lo haría. La siguió por hasta llegar al viejo edificio donde vivía. No tuvo problemas para entrar, la cerradura de la puerta se había malogrado la noche anterior. Subió los tres pisos hasta el apartamento de la pelirroja. Y después de algunos minutos de espera, tocó la puerta. Carolina abrió casi de inmediato, no la reconoció.
–Hola, disculpa que te moleste –dijo Sara, con un rostro amigable–. Traigo un mensaje de Luciano para ti.
Carolina se sorprendió. No había sabido nada de él, desde el día en que la dejó, sin dar explicaciones. Sara le entregó un sobre:
–Él quiere que sepas que lo hizo para cuidar de que no te pasara nada. Su esposa se enteró de todo y quería hacerte daño. Su esposa está loca.
Carolina abrió el sobre, dentro estaba el manuscrito, sin terminar, de su novela.
–Luciano me dijo que te lo entregara como prueba de que sus palabras son ciertas.
Carolina se conmovió. Sara aprovechó el momento para pedirle prestado el baño. La pelirroja la dejó pasar, pero justo antes de que llegara, recordó quién era y se lo increpó.
–Lamento tener que hacer esto –respondió la contadora–. Pero todo es parte de un plan al que debo serle fiel.
Sacó su pistola con silenciador y atravesó sus abultados pechos, con dos balas. Y ya tumbada en el piso, desangrándose, le dio uno más entre los ojos.
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