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Julio Granda busca retadores en Internet para una partida de ajedrez
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Julio Granda parece estar pensando siempre. Levanta un vaso y toma las llaves con la misma concentración con la que mueve un alfil o una torre.
A sus 53 años, parece que nada lo sorprende, que nada lo inmuta. El pasar del tiempo se nota en su cabello, que ahora lo tiene más corto y luce canas. Pero sus ojos marrones dicen otra cosa: que está vigente y preparado para otra partida de ajedrez. Y eso significa que está listo para enfrentar al mundo otra vez.
A inicios de 1992, Granda alcanzó el puesto 25 del ranking mundial. Ningún peruano lo había logrado antes. Y esa hazaña, como suele suceder con los deportistas en Perú, la logró por su cuenta. En deportes como el fútbol necesitas de un equipo, de otros diez jugadores que te apoyen en la cancha y todo un plantel fuera de ella. En el ajedrez te vales por ti mismo.
El diario El Comercio propuso en ese entonces que para los 25 años del talentoso deportista, que cumpliría el 25 de febrero, un buen regalo sería donarle US$25 mil. Un número cabalístico para una cruzada sin precedentes. Compañías y empresarios se sumaron a la iniciativa y se llegó a recolectar hasta US$28 mil, según el mismo diario.
La colecta fue una proeza. Esa no era una época fácil para el país, que intentaba recuperarse de la hiperinflación. Las numerosas colas para comprar arroz y azúcar aún atormentaban la memoria de la gente, los bolsillos de los peruanos sufrían el impacto del ‘fujishock’ y la incertidumbre era tal que las palabras de Hurtado Miller eran una petición diaria: “Que Dios nos ayude”.
Ni el fútbol ni el vóley dieron esperanzas en ese momento al país como lo hizo Julio Ernesto Granda Zúñiga, un humilde camanejo que de muy niño salió de las costas de Arequipa decidido a retar al mundo con unas piezas de ajedrez.
HOMBRE DE CAMPO
Julio Ernesto, como lo suelen llamar sus amigos, vive feliz en su finca de Camaná. Ni los paisajes de España, donde vivió diez años, ni la comodidad hotelera, de la que gozó mientras competía, superan la tranquilidad de su huerto.
Después de recorrer descalzo su adorado campo y de acariciar a sus dos “chivitos”, se sienta bajo su pecano favorito a descansar, como si de un ritual se tratara, y contempla lo que ha conseguido hasta hoy. El retiro le sienta bien.
Camaná no parece tener nada especial. Es la capital de la provincia del mismo nombre, pero, más que una ciudad, es un pueblo. Las pistas aún son de tierra y algunas zonas lucen olvidadas. La provincia es la tercera más poblada de Arequipa, con casi 60 mil habitantes. Su atractivo lo tienen sus extensas playas. Aunque sus campos de cultivo de arroz son impresionantes.
¿Qué puede atraer a un campeón mundial, al gran maestro Julio Granda, a vivir en este recóndito sitio? “Soy un hombre de campo, veo la vida de otra manera, tengo que estar muy agradecido porque en la sencillez está la felicidad”, manifiesta muy risueño del otro lado de la línea, mientras sostiene una videollamada por WhatsApp.
Granda no habría sido ajedrecista si su padre Daniel no le hubiera enseñado a hacer jaque mate. “Yo aprendí a jugar al ajedrez antes de leer y escribir”, dice. El ajedrez fue su primer lenguaje y pensar que era prácticamente un hobby.
Pero desde los 7 años empezó a viajar para disputar torneos. Dejó su tierra muy pequeño y con ella a su niñez. Una de las consecuencias de esto fue que no aprendió a nadar.
“A los 13 años, cuando gané el campeonato mundial infantil de México, la gente se emocionó porque le gané al árabe que era el favorito; me tiraron a la piscina para celebrar, pero yo me estaba ahogando. Hasta hoy no sé nadar”, cuenta.
Para un camanejo, esto es insólito. Los niños aprenden a nadar en el río Camaná, en una acequia o en el mar. Pero Granda no pudo. El ajedrez le dio muchos logros, pero también lo privó de muchos otros.
EL RETADOR
La cuarentena no es incómoda para Julio Ernesto. Desde casa ahora dicta clases a ajedrecistas semiprofesionales que deseen mejorar su estilo. Lo hace desde la comodidad de su escritorio, mirando la pantalla de su computadora.
En su ratos libres reta a cualquier persona a una partida en Chess.com. Resulta inverosímil: hace tres años estaba entre los 50 mejores ajedrecistas del mundo y ahora se relaja aceptando un juego virtual. Aunque Granda está acostumbrado a hacer cosas increíbles.
La colecta de 1992 lo llevó a Palacio de Gobierno el 3 abril. Se reunió con el mismo presidente Alberto Fujimori. Pero no estaba solo, también se encontraba el entonces alcalde de Camaná, Helbert Samalvides.
Granda buscaba un pasaporte especial para viajar sin problemas. En un momento, Samalvides le dijo a Fujimori que la importación de arroz estaba golpeando al comercio nacional y que se debían aplicar aranceles. “Es justamente lo que quiero hacer, pero el Congreso no me deja”, dijo el mandatario.
Granda y Fujimori consiguieron lo que buscaban: el deportista obtuvo el pasaporte y el mandatario cerró el Parlamento dos días después.
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