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Lionel Messi vuelve a sonreír en París [Crónica]
Lionel Messi es nuevo jugador del PSG
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Entendí quién es Messi la vez en que, perdido en el barrio catalán de Les Corts, un anciano me dijo que para llegar al Camp Nou solo hace falta seguir el sonido de los cánticos.
“Meeeee-ssi, Meeeee-ssi”, se escuchaba en distintas avenidas.
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Efectivamente, en el nombre del mejor jugador del mundo estaba la solución. Los bulliciosos peregrinos avanzaban en grupos con banderas azulgranas y camisetas con el número 10. Ya era de noche, pero Barcelona era lo más parecido a un carnaval de luces. Los carteles con el rostro del argentino –que aquella temporada había estrenado tinte dorado en el cabello– adornaban las vías. Todos iban y confluían con un único canto. El ‘Meeeee-ssi, Meeeee-ssi’ era el himno del flautista que nos revelaba el camino al Camp Nou. Todas las calles de Barcelona conducían a Messi. Porque Messi es el fútbol.
Lo que siguió fue anécdota, una más a la lista de proezas del argentino. El partido de Champions entre el Barcelona y Manchester City acabó 4-0. Tres goles de Messi.
Cuatro años después de aquel episodio, me pregunto cuál será el estado de aquella ciudad ahora que Messi se ha ido. Porque todos sabíamos que Barcelona era feliz cada fin de semana en que el argentino jugaba, que por 90 minutos Cataluña era la capital del mundo. ¿Qué se harán con las miles de banderas con su rostro? ¿Quién será el nuevo héroe de la ciudad? ¿Qué cantarán ahora los hinchas? ¿Cómo se guiarán ahora para llegar al Camp Nou?
***
Lionel Messi es un niño que solo es feliz cuando está dentro de una cancha de fútbol. Ya con 34 años ha aprendido a disimular un poco, pero esta semana ha quedado nuevamente al descubierto. Quedó en evidencia el domingo, cuando entre lágrimas y confusión se despidió del Barcelona luego de 21 años y 35 títulos levantados. ¡Qué cosas tiene la vida! Y es que solo dos semanas antes lloraba de alegría por ganar la Copa América. Pero ahora el mejor jugador del mundo se convertía en el mejor jugador desempleado del mundo. Sin equipo, sin la posibilidad de jugar, sin poder ser feliz. De esa forma se terminaba un idilio que inició a sus 13 años, en su hora cero, cuando firmó su primer contrato con el Barcelona en una servilleta de un restaurante. “Barcelona me lo ha dado todo”, solía decir como agradecimiento, cada vez que le preguntaban hasta cuándo se quedará, quién sabe si acordándose de las inyecciones que el club se comprometió a comprarle cuando de niño tuvo problemas de crecimiento.
Y así pasó Messi su semana. El rosarino más famoso del mundo empezó a hacer lo que menos le gusta en esta vida: hacer noticia sin el balón. Mientras se despedía de sus amigos, la prensa solo especulaba sobre su destino. Hasta el Newell’s Old Boys –el club que lo cobijó en sus primeros años– de Argentina soñaba con su regreso. Finalmente, y como se esperaba, fue Francia, el PSG y sus 40 millones de euros de salario los que lo terminaron de convencer, a pesar de que Alemania, Inglaterra e Italia lo merecían más. El fútbol posmoderno puede tener esas cosas. Las alegrías y tristezas transcurren entre millones. París, la Ciudad Luz donde los hinchas prefieren conversar en los estadios antes que alentar, ahora tendrá fútbol de verdad.
Messi, su compañera de toda la vida Antonella y sus tres hijos despegaron de Barcelona el martes. Los mil kilómetros que separan a Cataluña de París se hicieron en menos de una hora en el avión privado del jugador, una nave que a partir de ahora comenzará a ser usada con más frecuencia.
Y bastaron unas horas para que Messi vuelva a ser feliz. Ocurrió el miércoles cuando le dieron un balón y saltó al Parque de los Príncipes, el estadio del PSG, su centro de labores en los próximos dos años. Junto a Thiago, Ciro y Mateo comenzaron a hacer jueguitos en el campo, firuletes mientras las cámaras los seguían. La sonrisa era compartida por todos. Mucha razón tenía el escritor argentino Hernán Casciari en calificar a Messi como un hombre- perro. Sí, a pesar de que es solo un jueguito con sus hijos, su mirada se mantuvo fija en el balón en todo momento, como si estuviera hipnotizado, como si se tratara de una esponja o un hueso.
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Es cierto, ya no es el mismo hombre-cachorro de hace diez años, pero sigue teniendo al fútbol como vicio y ahora despabila experiencia; espera el momento preciso para ir por el balón. Ya no corre como un perro loco. Eso es Messi. Pep Guardiola, el entrenador que encontró la mejor versión del argentino, lo calificó alguna vez como el jugador total. Y si tuviéramos que hacer un compilado de estrellas, pues bastaría pasar lista a sus excompañeros para darnos cuenta de que lo tiene todo: la cabeza de Iniesta, la visión de Xavi, los malabares de Ronaldinho, la definición de Suárez, la velocidad de Alves, la cabeza fría de Busquets y los pases de Fábregas. Maravilla de jugador.
Porque en un fútbol que se empeña cada vez más en complicarse, con tácticas cada vez más recónditas, goles decididos en televisores, torneos rebuscados y reglas que deben ser explicadas antes que jugadas, Messi sigue siendo el jugador que nos recuerda que la esencia del fútbol es ir tras el balón y marcar en la portería contraria. Uno, dos, tres, gol. El engranaje entre el viejo fútbol y el nuevo. El argumento para seguir teniendo un 10 en el equipo y seguir creyendo que cada tanto puede nacer un hombre que lo remueve todo. Martín Caparrós lo había bautizado hace años como ‘el pequeño Mozart’, aunque ahora ya debe haberle quitado el epíteto para llamarlo Mozart, a secas. Lionel Messi es el fútbol, es una gran noticia que haya vuelto a sonreír.
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