De niña, yo podía correr y caminar. Con el pasar de los años, me diagnosticaron luxación de cadera congénita bilateral. Desde los 10 a los 19 años, pasé por distintos procesos de operaciones, inmovilización y terapias. En la adolescencia fue complicado, porque quería ser como todos, ir a fiestas como todos y hacer deporte como todos. Era difícil para mí. Mientras uno se opera para estar mejor, en mi caso era lo contrario. Primero empecé a usar muletas, después los andadores y lo último que pensaba usar era la silla de ruedas. Tenía ese miedo y esa sensación fea de que me miren en una silla de ruedas. Finalmente, la vida hizo que caminara menos, pero no por eso dejé de avanzar. Antes me preguntaba por qué tenía que pasar por todo eso y ahora entiendo el porqué. Dios sabe por qué hace las cosas. A raíz de lo que he hecho en el parabádminton, he conocido muchos chicos con discapacidad que se animan a realizar deportes y muchos padres me escriben emocionados para preguntarme cómo sus hijos pueden empezar en los paradeportes. Hay varios chicos a los que he invitado al paradeporte y hoy tienen sus medallas panamericanas. Me siento orgullosa, porque yo los animé, pero está en ellos seguir. El anhelo es que el paradeporte crezca más en el Perú.