Por: Felipe Ortiz de Zevallos, fundador y presidente de APOYO
La economía peruana viene recuperando un crecimiento a tasas aún mediocres, pero el país viene despeñándose en lo político y social. Hace diez años, la proporción de peruanos que veían al Perú progresando era superior — según encuestas de Ipsos— a la de quienes lo consideraban en decadencia; y aquellos que esperaban que las cosas pudieran mejorar casi triplicaba a quienes asumían que estas empeorarían. Hoy, solo el 4% de los encuestados considera que el Perú viene progresando y tanto como el 69% lo considera en decadencia. Y la proporción de los que creen que las cosas empeorarán casi triplica a los que vislumbran alguna potencial mejora.
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Doscientos veinte mil peruanos muertos en la pandemia son, posiblemente, una de las razones de fondo para tan brutal cambio de ánimo. En Marruecos, más poblado y pobre que el Perú, los muertos por el COVID-19 no superaron 20,000, un cero menos. ¿Qué se hizo bien en Marruecos y tan mal en el Perú con el coronavirus? Aún no lo entendemos bien, pero es obvio que el triste destino de ser el país con el mayor número de muertes relativas en el mundo ha provocado en los peruanos, además de un duelo aún no bien resuelto, una sensación legítima de frustración y desamparo.
Durante la década pasada, los problemas sociales más angustiantes para los peruanos han sido la delincuencia y la corrupción, ambas estimuladas por el crimen organizado. En ambas lacras estamos peor. En 2014, según Statista, los asesinatos en el país fueron poco más de 2,000. En 2024, podrían alcanzan 3,000, 50% más. En Marruecos, los asesinatos no superan 700 al año. Vivir en el Perú se ha vuelto cuatro veces más peligroso que en Marruecos.
Y respecto de la corrupción, según el índice de Transparencia Internacional, el Perú retrocedió durante la última década del puesto 83 al puesto 121… ¡38 puestos! Marruecos, aunque también empeoró comparativamente, solo lo hizo del puesto 91 al 97. Por tanto, si en 2014 podíamos afirmar que la corrupción en Marruecos era mayor que en el Perú; hoy, resulta al revés.
Y estos cambios se han dado en un lapso en que la economía marroquí estuvo estancada, más que la peruana. Entonces, la delincuencia y la corrupción se han multiplicado en el Perú, a pesar de que su economía rebotó mal que bien, una expresión de que la sociedad viene gangrenándose. Hay razones justificadas para que muchos jóvenes emigren o hagan planes para hacerlo.
No resulta, pues, este, un Feliz 28. Viene marcado por la frustración y la angustia, hasta por la ira y la rabia de no pocos peruanos, que ven a su sociedad, gobierno e instituciones impregnados crecientemente por la polarización, la delincuencia y la corrupción. El Congreso, riéndose de su muy baja aprobación, legisla atendiendo demandas inescrupulosas de intereses particulares o populistas, sin el menor cuidado por el bien común ni por al análisis racional del beneficio - costo de las normas que dicta. Por su parte, el Ejecutivo carece de una agenda mínima y de una dirección que le permita atender la grave crisis en la que se encuentra y suele someterse, sin chistar, a lo que el Congreso le impone. Jueces y fiscales, de bajos estándares de competencia y probidad, contribuyen con una politización absurda al desprestigio del Estado de derecho. Y las reglas electorales han empeorado como para permitir que en las próximas elecciones de 2026 participen tantos como 30 candidatos a la Presidencia.
Así las cosas, tan solo regresar al estado de ánimo vigente hace una década —cuando los peruanos ilusionados con un país que progresaba superaban a los que vislumbraban una decadencia— costará un esfuerzo enorme. Para ello, sería necesario recuperar un mínimo de confianza interpersonal y empatía que permitan aspirar a una visión más compartida del bien común, así como de cursos definidos de acción que posibiliten no solo recuperar lo perdido, sino también aspirar a los ajustes y avances requeridos en esta época de transformación tecnológica y fragmentación geopolítica. Todo lo cual requiere, por cierto, de un liderazgo integral y lúcido, cuya aparición en el gobierno aún no se vislumbra.
Siempre es bueno reconocer la realidad con frialdad y dureza. El contexto no da para ser muy optimista. Si bien los precios de nuestro principal producto de exportación pueden sostenerse con márgenes estimulantes durante el próximo lustro, aún está por verse si podremos ofrecer las condiciones mínimas de estabilidad para una inversión significativa que permita aprovechar adecuadamente esta ventaja comparativa. Cómo disolver las lacras de la delincuencia y de la corrupción, aún no lo sabemos bien.
Pero en su historia, el Perú ha salido de crisis peores. En 1824, tres años después de la proclamación de la Independencia en Lima y en vísperas de Junín y Ayacucho, la economía se encontraba arrasada, con un PBI per cápita 40% inferior al que regía décadas atrás. Si fue la audacia de algunos húsares lo que permitió el triunfo que celebraremos pronto, hay que tener la misma audacia para creer que un futuro mejor sí es posible, para el cual hay que trabajar, ¡y mucho!
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