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Liliana Rodríguez: “(En la calle cuando manejas) te mandan a cocinar, pero no me afecta”
Es conductora de Beat, el aplicativo de movilidad. Migró a Venezuela, donde vivió hasta antes de Hugo Chávez. Regresó al Perú y siempre tuvo dos trabajos para salir adelante. Hoy también prepara postres y le gustaría estudiar Psicología y escribir un libro. Esta es la impresionante historia de Liliana Rodríguez.
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Era 24 de diciembre. Liliana tenía 2 años y su madre 18. Faltaban dos horas para la medianoche, no había dónde pasar la Navidad. Estaban en la iglesia del óvalo Gutiérrez esperando, quizás, un milagro. Ese día, su madre tuvo un altercado con la dueña de la casa donde trabajaba, porque casi agredió a Liliana. Reaccionó y las echaron.
Faltaban cinco horas para las 12, y pasó una enfermera. Su madre se acercó y le preguntó si no necesitaba a alguien que trabaje para ella. Liliana miraba. La enfermera respondió que no, porque su familia también era humilde. La enfermera llegó a su casa y les contó a sus padres aquella escena de la madre y la hija. El padre pidió que vayan en un taxi y las inviten a pasar la noche en su casa. Así llegó a Lince Liliana, donde se crio, mientras su madre trabajaba en casas ajenas. “Siempre me han dicho que fui su regalo de Navidad”, recuerda. Al señor le llegó a decir papá y a la señora mamá, y a los seis hijos de esa familia, incluida la enfermera, tíos.
Liliana Rodríguez es cajamarquina, y de madre y padre cajamarquinos. Pero a este solo lo vio una vez. Su madre, finalmente, migró a Venezuela y se llevó a Liliana, que tuvo a sus dos hijos allá. La madre falleció en Venezuela. Ella volvió al Perú con sus hijos, que tuvieron en el padre otra figura ausente. Así Liliana Rodríguez se reinventa desde siempre. Hoy es usuaria conductora de Beat, el aplicativo de movilidad. También vende postres. Su hija es odontóloga y el hijo, cineasta.
Liliana tenía 7 años, estaba en segundo grado de primaria. Su madre tenía 23 años, estaba en primer grado de primaria. La hija estudiaba en la mañana y su madre en la nocturna. Una tarde, Liliana le explicaba cómo hacer las letras, le enseñaba a escribir “papá” y “mamá”.
-¿Cómo se vuelve conductora en Beat?
Antes de la pandemia trabajaba en una municipalidad por ocho horas. En el tiempo que me restaba, busqué qué hacer. Investigué un poco en el tema de aplicativos y sí podía combinar mi horario de la municipalidad junto con Beat. Alquilé un carro para ver cómo me iba, y me fue bien. A mí me encanta manejar; entonces, era algo ideal. No me estresa el tráfico ni la forma tan peculiar como se maneja en Lima, a la defensiva, donde todo el mundo está estresado. La gente que se sube me dice que yo manejo tranquila.
-¿Es la primera vez que realiza ese oficio?
Sí. Muchos años viví en Venezuela, donde aprendí a manejar, antes de Hugo Chávez. Llegué a los 17 años. Mi mamá se fue primera en el 78. Terminé mi secundaria y me llevó en el 84, cuando había bonanza allá. Estudié y me casé a los 18 años. A los 22, tuve a mi primera hija, después de terminar de estudiar. Duré 13 años de matrimonio, me divorcié y tuve que regresar; mis hijos tenían ocho y nueve años. Volví en el 98.
-¿Pero por qué volvió?, ¿usted ya tenía una vida hecha allá?
Soy hija única y mi mamá falleció en el 96, y esos dos años fueron justo el tiempo de mi separación; fueron años muy fuertes y sentí que sola no iba a poder. No tenía el apoyo del papá de mis hijos, nunca aportó. Entonces, tenía que ingeniármelas sola, y siempre he buscado tener dos trabajos. En esa época, ya en Perú, trabajaba en una juguetería en el Jockey y en mi horario de almuerzo, iba a recoger a los niños del colegio, ese era mi otro trabajo; los repartía y retornaba al Jockey.
-Usted tiene vena de guerrera. Cuando llegó la pandemia, tal vez no fue tan complicado.
Como le decía, antes de la pandemia trabajaba en la municipalidad y alquilé un auto para hacer taxi, y vi que me iba bien. Entonces, mi carrito viejo lo vendí y di una inicial y con eso saqué un vehículo nuevo. Renuncié a la municipalidad porque sacaba más en el carro, pero vino la pandemia y justo acababa de pagar la cuota del vehículo, y tenía que empezar a juntar de nuevo. Pero me han ocurrido tantas adversidades, que la preocupación solo me dura 10, 15 minutos o hasta una hora, y luego a seguir. No puedo permitir que el miedo me paralice. Entonces, se me ocurrió que podía hacer dulces, que era un hobby. Empecé a ofrecer mis postres por redes. Y ahora combino las dos cosas que me gustan: los postres y conducir.
-¿Ser mujer en el servicio de taxi la ha favorecido o ha sido motivo de rechazo?
La condición de ser mujer es bonita. Pero también es a veces difícil. Te dicen ‘mujer al volante, peligro constante’. Te insultan, te mandan a cocinar, en fin. Pero no me afecta. Yo no soy de correr ni meterme. Más bien, cuando se suben pasajeras, se sienten seguras.
-¿Qué satisfacción da manejar, sobre todo en Lima?
Puedo conversar con las personas, cada una tiene sus historias. Pienso que podría escribir un libro.
-¿Qué historia la ha sorprendido?
He llevado a bastantes personas mayores y me entristece su soledad. Están abandonados, y no solo físicamente sino también interiormente. Me ha tocado llevarlos a la cita, esperarlos, subirlos, que me piden como favor. Y, bueno, también cada loco que me ha tocado. Un señor me dijo: “Yo le voy a indicar por dónde ir”; al llegar al destino me dijo: “A pesar de que usted es mujer, conduce bien” (risas). Pero he tenido mucha gente que se ha hecho amiga.
-Hay una cierta coincidencia en las historias de su madre y la suya: madres a temprana edad y salir adelante sin la presencia de la pareja.
Es un ejemplo para poder salir de las dificultades, pese a todo. Le estoy agradecida a ella.
-Bueno, su emprendimiento de postres se llama Dulce Compañía en honor a su madre.
Siento que ella siempre está presente. Cocinaba muy rico.
-¿Cuál será su próxima aventura, su próxima parada?
Quiero estudiar Psicología y escribir historias de los pasajeros. Pero para escribir te tienes que concentrar y mi ortografía no es la mejor.
-Se aprende, Liliana. Y usted para aprender tiene una capacidad impresionante.
(Ríe tímida). Sí, eso sí.
AUTOFICHA:
- “Soy Liliana Mercedes Rodríguez Casas. Llevo el apellido de mi progenitor, que lo conocí a los cuarenta y tantos años. Es muy conocido en Cajamarca. Lo llegué a contactar. Solo quería conocerlo, porque su plata no me interesa; él tiene una situación económica muy buena”.
- “Un día me escribe y me dice: ‘tengo para mañana miércoles de 8 a 8:30 para verte’. Fue muy chocante. Cuarenta años no me conoce y me daba media hora para verme. Pero no me importó, solo quería tener una imagen de él. Fue, habló cosas banales y listo. De ahí me bloqueó”.
- “Tengo 54 años. En Venezuela estudié Administración. Mi emprendimiento de dulces se llama Dulce Compañía. Está en Facebook e Instagram (@dcpostres). Lo que más me piden son tres leches, pionono y crema volteada. Reparto en San Borja, La Molina, Miraflores, San Isidro, Lince, Surco”.
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