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San Antonio hornea su futuro con el retorno a sus orígenes
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Cuando en 1920 la familia Cristini abrió en Ica la bodega que llevaba su propio apellido, posiblemente no pensó que ese era el inicio de una larga travesía de más de 100 años ni que implicaría la apertura de una pastelería. Posiblemente, tampoco pensó que esta llevaría el nombre de San Antonio, ni que crecería y se expandiría durante décadas en Lima, ni mucho menos que, en medio de la más grande pandemia del siglo XXI, el negocio volvería a tocar puerto en sus orígenes.
Exactamente 100 años después, un día en pleno verano de 2020, Rubén Sánchez, CEO de San Antonio, se percató de que el avance en Europa de la pandemia del coronavirus SARS-CoV2, que genera el COVID-19, no cesaba y que existía el riesgo de que al llegar al Perú ocasione una crisis a raíz del cierre de actividades y distanciamiento social.
Es así como los accionistas, un grupo del personal de la empresa y él comenzaron a diseñar un plan de contingencia. Tomar precauciones no era una mala idea, ni siquiera para el peor de los casos, que implicaba dejar de atender como pastelería y café durante meses y luego apostar por los orígenes del negocio: una bodega. Y no se equivocaron.
CUARENTENA INMINENTE
El 15 de marzo, el presidente Martín Vizcarra anunció el estado de emergencia nacional y el aislamiento social obligatorio, lo que implicaba la suspensión de todas las actividades no esenciales desde el 16 de ese mismo mes. San Antonio podría haber apostado por la venta de algunos alimentos en ese instante, pero el camino fue otro, explica el CEO de la pastelería.
“Apenas salió el anuncio del presidente, decretando el cierre de las actividades para el inicio de la cuarentena, nosotros ya sabíamos que eso venía. Recuerdo que los rumores corrían todo el día. Así que nos juntamos para activar los planes que habíamos diseñado. El mensaje presidencial debe haber terminado a las 8:45 p. m. aproximadamente, y a las 9:00 p. m. ya estábamos sentados en la oficina los gerentes y directores de la empresa”, comenta.
Las decisiones acordadas se enfocaban, por orden de prioridad, en las personas (trabajadores), gestión de alimentos y los seis locales comerciales.
En el primer aspecto, la preocupación era el futuro de los casi 700 trabajadores. Entre ellos, algunos tenían hasta cerca de 40 años en la empresa, planificando, horneando, cocinando y sirviendo cada pedido que llegaba a los establecimientos, desde los emparedados aragoneses, hasta las milhojas de fresas y las tortas clásicas con crema pastelera.
“Decidimos conservar a nuestros colaboradores y destinamos toda la caja de la compañía para ello”, explica y luego agrega que para lograr esto los accionistas decidieron aportar con su dinero, en tanto él optó por dejar de recibir su sueldo.
En el campo de los alimentos, las acciones también estuvieron ligadas a los trabajadores.
Cuando a Sánchez se le pregunta cómo hicieron la entrega en tan poco tiempo, él aclara: “En ese momento decretamos regalar todos los alimentos al personal. Sabíamos que no estaban todos (porque se trabaja por turnos), así que se lo regalamos a quienes estaban. Y como esto entraba en vigor a las cero horas del día siguiente, llamamos a quienes vivían cerca a las tiendas para que se llevaran los alimentos”.
El mismo sistema aplicaron en su fábrica, la cual recibió a los trabajadores que vivían cerca para que pudieran llevarse los productos ante la entrada en vigencia de la cuarentena.
Al enfocarse en los establecimientos comerciales, lograron fumigar y terminar con los procesos de limpieza en lo días siguientes. Si bien las labores parecían haber terminado, Sánchez recuerda que luego solo seguiría el mayor desafío: comenzar la transformación.
DE VUELTA A LOS ORÍGENES
“Conceptualmente era fácil porque una parte de nuestro negocio nunca dejó de ser bodega, porque también vendíamos productos terminados, pero lo complejo era rehacer toda una tienda. Comenzamos a trabajar en planos, en ubicar las góndolas, en ubicar los equipos de preservación en frío”, precisa el CEO de San Antonio.
A ello se sumó un reto adicional, gestionar todo el equipo trabajadores. “Lo difícil es lidiar con los miedos. Tuvimos que dividir a la empresa en grandes grupos”, comenta.
Parte de los criterios para dividirlos implicó identificar a los segmentos de riesgo y a quienes tenían familiares que podían ser vulnerables ante la pandemia. “Tenemos tres equipos de trabajo. Uno está activo, y en caso de que una persona presentase un contagio se activa un protocolo de contención y entra otro grupo de personas, porque el anterior debe estar en cuarentena”, explica.
Este sistema de trabajo permitió volver a operar el jueves, a través del local de Miraflores, en la Av. Angamos. Sánchez aclara que se eligió este y no el establecimiento principal de Magdalena, debido a que la tienda miraflorina se encuentra cerca de los hogares de varias familias de trabajadores, incluyendo jefes.
Hoy, con las actividades en marcha, en la pastelería son conscientes que los protocolos sanitarios y de bioseguridad que diseñaron han funcionado. Sin embargo, aún sienten preocupación por los clientes.
A pesar de que los clientes guardan distancia para entrar al local, para Sánchez es una gran responsabilidad atender a las personas de la tercera edad y a veces siente miedo. También le genera incertidumbre que los créditos de Reactiva Perú tomen tanto tiempo en entregarse, pues los necesitan para pagar las planillas. “Lo prometieron en abril y ya estamos en mayo, no es justo que demoren tanto”, comenta.
En San Antonio planeaban abrir dos locales más, pero han optado por no hacerlo aún. Sánchez y los trabajadores de la pastelería tienen presente que la precaución y la seguridad fueron la prioridad en estos meses y que ello se refleja en la bodega que pocos días atrás han abierto, por lo que no piensan traicionar su plan a futuro ni el retorno a sus orígenes.
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