Una foto del papa Juan Pablo II tocando la cabeza de un arrodillado Luis Fernando Figari, tomada en 1984, colgaba en las paredes de cada una de las comunidades sodálites en el Perú. La imagen era usada por el líder del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC), un grupo religioso ultraconservador fundado en 1971, para mostrar a sus jóvenes y adolescentes súbditos que contaba con la bendición eclesial y que cumplía en la Tierra con una misión encomendada por el mismo Dios: diseminar su palabra. Pero sus métodos y los hechos demostraron otra cosa.
Los sodálites que se atrevieron a denunciar a Figari por abuso sexual, físico y psicológico en 2011 —algunos ya con 40 años encima— lo conocieron entre las décadas del 80 y 90, cuando fueron captados en los colegios de la élite limeña donde estudiaban.
Lo recuerdan con las mismas características que en la referida instantánea. Con su prominente barriga, la cabeza media calva, las grandes gafas y una robusta barba que empezaba en patillas canas. Era un hombre camino a la tercera edad, un abuelo, indefenso. Esa era la apariencia del monstruo.
Sin embargo, las primeras denuncias contra el Sodalicio no apuntaban a él, sino a su segundo al mando. Ese era Germán Doig.
José Enrique Escardó, el primer valiente, el que decidió destapar los excesos y violaciones que se cometían en el SVC, allá en el año 2000, fue una de las víctimas del laico consagrado que falleció en 2001.
“El que me hizo tocamientos fue Germán Doig, yo soy su víctima sexual. Entre él y Figari se repartían (a los sodálites) porque nunca escuché que alguno fuera víctima de los dos al mismo tiempo”, cuenta.
José Enrique mide 1.80 metros, tiene un cuerpo corpulento, los brazos tatuados, viste siempre de negro, usa lentes oscuros, lleva gruesos anillos en los dedos de las manos y luce su calvicie con atractivo. Su presencia es intimidante.
Físicamente dista mucho del joven periodista que publicó el artículo en la revista Gente, en el año 2000, que empezó con el escándalo de los abusos del Sodalicio. No obstante, su trato es amable y ríe cada vez que hace un comentario de sí mismo.
Hoy, 24 años después de su denuncia pública, la expulsión de Luis Fernando Figari del SVC, decidida esta semana por el Vaticano, no sabe a justicia. Sobre todo porque este depredador sexual, hasta donde se sabe, vive en Italia exiliado y lejos de los tribunales peruanos a los que supo burlar.
Aunque lo que consiguió Escardó fue trascendental. Con su testimonio no solo motivó a otros a contar sus aterradoras experiencias, sino que evitó que más personas caigan en las redes de Figari y sus cómplices.
Su manifestación sirvió incluso para inspirar una obra teatral llamada “San Bartolo”, en alusión al balneario sureño donde estaba ubicada una de las casas de formación del Sodalicio que registró los perversos episodios.
Ni perdón ni olvido
¿Qué significa que Figari haya sido sacado del Sodalicio? Básicamente, que ya no cuenta con la protección de la Iglesia, de la cual su facción goza desde 1997. Nada más.
“Hay un grado de satisfacción por su salida, pero las mismas autoridades sodálites, sus encubridores, se han encargado de que la figura de Figari esté siendo secundaria”, dice Óscar Osterling, otro exsodálite que denunció a Figari y a su secta.
Osterling fue miembro del SVC por más de 20 años, hasta 2012, cuando no soportó más los abusos y se salió.
“La justicia la he entendido como un trípode, porque se sostiene en tres patas: reconocimiento de la culpa; la sanción; y la reparación del daño. En este caso no se cumple nada. Por eso mi sensación positiva es mínima, porque esa expulsión es un castigo mínimo y por la vía legal dudo que se pueda hacer algo”, agrega.
Esa sanción —si se le puede llamar así— es insuficiente para las víctimas si se considera que el mismo SVC, en un informe de 2017 que elaboró a propósito de las denuncias, reportó que Figari violó sexualmente a menores de edad desde 1975.
Uno de ellos declaró que el poderoso líder del Sodalicio abusó de él varias veces cuando apenas tenía 15 años. Otros seis indicaron que Figari los violó ya siendo adultos jóvenes, y siete exsodálites contaron que fueron manipulados sexualmente por él. Todo sucedió entre la década del 70 y el 2009.
Y no fue el único. El SVC también advirtió que otros cuatro de sus integrantes tenían acusaciones por violación. Uno de ellos era Germán Doig, amigo y hombre de confianza de Figari. Cinco varones y una mujer menores de edad lo señalaron como su abusador. Virgilio Levaggi Vega, Jeffery Daniels Valderrama y Daniel Murguía Ward también fueron señalados por el SVC.
¿Se viene el cierre?
Entre los actuales miembros del Sodalicio de Vida Cristiana ya palpitan el final. El decreto del papa Francisco que confirma la expulsión de Luis Figari es percibido como el puntillazo previo a la orden definitiva de disolución. Los mismos sodálites se lo han comentado a las víctimas.
No obstante, el SVC ha estado preparado para este escenario desde que el caso se les viniera encima.
En 2021, el diario La República informó que la congregación de vida apostólica sacó su dinero del país a través de offshores con el único propósito de no reparar a sus víctimas, pero también para no ser embargados si algún proceso penal los complicaba.
Además, asociaciones vinculadas a la comunidad sodálite han transferido sus propiedades, entre ellas cementerios.
Actualmente, el Sodalicio no cuenta con propiedades a su nombre. Según Sunarp, los últimos inmuebles que tenía este grupo en Surco —un estacionamiento doble valorizado en US$20,000 y un departamento de US$207,000— fueron entregados, en carácter de donación, a un tercero en 2022.
En 2017, el año en que el Sodalicio de Vida Cristiana emite el lapidario informe en su contra, Luis Fernando Figari vendió su casa de San Isidro a US$400,000 a Inversiones Tres Carabelas SAC. Fue la manera que encontró para cuidar su patrimonio.
El Sodalicio ha existido durante 53 años, medio siglo en el que sus principales representantes, señalados como violadores, han saboreado de la buena vida y la impunidad. Que la caída de Figari solo sea el principio del fin.
**Primer artículo publicado por José Enrique Escardó en la revista Gente, el 26 de octubre del 2000: