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La noche en la que Eyvi empezó a morir [CRÓNICA]

Una empresaria se topó con el cuerpo ardiendo de Eyvi Agreda. Tras acercarse a ayudar tomó su celular y grabó en shock lo que veía. El material se publicó en exclusiva en Perú21, y esta es la historia detrás de la cobertura de esa noche, y lo que vendría luego.

Imagen
(GEC)
Fecha Actualización
Esa noche empezó a morir Eyvi Ágreda. Pero ni ella ni nosotras lo sabíamos. Eran las 6:45 de la tarde del 24 de abril. En una cafetería de la cuadra cuatro de la avenida 28 de Julio, en Miraflores, la espera se hizo angustiante. No era habitual que mi amiga tarde. Llamé a su celular varias veces hasta que envió una foto a mi chat. Pensé que había chocado, que su carro había fallado. No supe nada hasta poco antes de las 7:10, cuando Nancy Onaga me dijo que una chica se estaba quemando, que todo su cuerpo ardía, que se bajó de su auto, que no sabía qué hacer. Averigua, me ordenó.
A las 7:16 de la noche, Nancy me mandó un video que dolía de solo verlo. A las 7:20 de la noche de ese 24 de abril, mandé ese material a la subeditora de la web de Perú21, Lorena Obregón. No sabíamos que esa mujer era Eyvi, que era una víctima más de la violencia de género en el Perú, que comenzaría a morir esa noche por culpa de un maldito llamado Carlos Hualpa Vacas.
Nancy irrumpió en la cafetería y la vi abrumada, como cuando no entiendes por qué estás allí. Norma Camargo, su compañera, me ofreció más datos. Las coordinaciones con la sección Ciudad del diario empezaron a esclarecer los hechos.
Poco antes de las once sabíamos que la mujer era una estudiante de solo 22 años, de rostro hermoso, nacida en el caserío San Juan de Pacay, en San José de Lourdes, Cajamarca. Tenía el 66% de su cuerpo quemado. Diez pasajeros que iban en el bus de la Línea 8, ruta San Juan de Lurigancho-Chorrillos, en Miraflores, resultaron heridos.
Eyvi fue una bola de fuego, una antorcha humana, luego de que Carlos Hualpa le rociara gasolina. La joven ingresó esa noche al hospital Almenara.
25 de abril
Fue operada por primera vez de emergencia en el hospital Guillermo Almenara. Nancy y yo comenzamos a hablar del tema. Fue el inicio de constantes preguntas: ¿Cómo está? ¿Se recuperará? ¿Qué dicen los doctores? ¿Qué ha dicho ese desgraciado? Esa mañana, medios del Perú y del mundo la habían contactado para que pase el video, fotos y cuente lo que vio. Nancy no quiso hablar. Estaba conmocionada, pero no lo sabía.
Los días siguientes a veces evitaba hablar de Eyvi con ella.
1 de junio
Eyvi murió a las 11:15 de esa mañana por un shock séptico luego de 38 días de agonía y ocho operaciones. Le escribí a Nancy apenas se confirmó la noticia, y tardó en responder.
Un año después, 2019.
Nancy es empresaria, una mujer generosa y profundamente sensible, amante de los gatos y mi mejor amiga. Tardó en aceptar que juntas hiciéramos una reconstrucción de la pesadilla de esa noche. Luego empezó a escribir, y entendí que haber sido testigo de la noche en que empezó a morir Eyvi la había marcado profundamente. Lo que más la quebraba era reconocer que no estaba preparada para una emergencia así. Ni yo, ni muchos peruanos.
RECUENTO DEL HORROR
Pensé que no era tan grave, que se iba a recuperar, que estaba en shock y que no se daba cuenta de lo que le había pasado. Habían formado un círculo a su alrededor.
Y todos solo miraban, el único que estaba cerca de ella era el chofer del bus. Me acerqué a ella con mi extintor, la miré y vi cómo su hombro izquierdo estaba quemándose, ya estaba toda blanca porque el chofer ya la había rociado con su extintor, pero al notar su hombro prenderse le avisé al chofer y le pasé el mío. Entonces él la volvió a rociar para que se apagara por completo. Luego saqué mi celular y filmé lo que sucedía, no sé exactamente por qué lo hice.
Creo que ya no había mucho más que hacer. No parecía que estuviera tan mal, caminaba y le escuché preguntar por su mochila y por su celular. Le dije “tranquila”... No sabía qué más hacer, no podía tocarla. Ya no podía ayudar más y me retiré de ahí.
Hasta ese momento no sabía lo sucedido. Solo pensé que se había incendiado el bus. Al enterarme de los hechos ya por los noticieros y ver mis propias imágenes quedé en shock. Cómo alguien puede hacerle algo semejante a otro ser humano.
Esa noche yo me dirigía a una cita con mi amiga, en una cafetería de Miraflores. De pronto, todo se hizo confuso. Estaba con mi auto detrás del bus. Escuché los gritos y al ver el incendio dentro solo pensé que se estaba prendiendo por alguna falla eléctrica. Maniobré mi auto para alejarme de alguna supuesta explosión. Estaba tarde por el tráfico y al pasar por el costado del bus reaccioné, dentro de mí dije “no puedes irte, tienes que ayudarlos”. Me cuadré unos 10 metros delante y bajé corriendo a sacar el extintor, ni cerré la puerta. Le dije a mi copiloto que se quedara allí, no quería exponerla.
¿De qué me arrepiento? De no haber sabido actuar de mejor manera, de no saber que se necesitaba agua para apagarla, que se seguía quemando por dentro. Reflexioné sobre la importancia de tener más conocimientos para actuar en estos y otros casos de emergencia. Fue horrible. Horrible.
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