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La Brigada Voluntaria que nació en medio del caos [CRÓNICA]
“Nosotros no tenemos opción de correr a un lugar seguro, nos toca avanzar hasta la zona más peligrosa, la esquina de Abancay con Nicolás de Piérola”.
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DANIEL GOYCOCHEA
Son las 6:30 de la tarde del sábado 14 de noviembre y estoy sentado en el pasto de la Plaza Luis Alberto Sánchez, hay mucha gente y ruido en las calles, alrededor tengo a unos 20 Brigadistas preparándose para la noche más larga y violenta de los últimos años, aunque nadie, en ese momento, se imagine lo que está por venir. Miro a mi alrededor y deseo que todas las personas que me acompañan, puedan regresar sanos a casa porque me siento responsable que ellos estén en esta calle que pronto se convertirá en un campo de batalla.
Unas detonaciones interrumpen nuestra breve calma, nos paramos de un salto, no puedo identificar si es una bombarda o una bomba lacrimógena, se escuchan gritos y una multitud de manifestantes empiezan a correr hacia la Plaza San Martín para escapar del peligro. “Todos pónganse sus equipos” les digo a los voluntarios que están conmigo. Pero nosotros no tenemos opción de correr a un lugar seguro, nos toca avanzar hasta la zona más peligrosa, la esquina de Abancay con Nicolás de Piérola.
Empiezan a llover las bombas lacrimógenas, “¡abajo!” grita alguien y todos nos agachamos para evitar que nos impacte algo en la cabeza. Escuchamos detonaciones de forma constante mesclados con gritos de valor, miedo y auxilio. “¡Médico! ¡Médico! ¡Médico! ¡ayuda!” se escucha entre los manifestantes, el primer herido por perdigones llega a nosotros, es un fotógrafo de prensa extranjera con lesiones en ambos brazos. Al mismo tiempo llegan corriendo los afectados por los gases lacrimógenos, se ahogan, tosen, tienen arcadas, vomitan y escupen, piden vinagre, los brigadistas ayudan roseándoles agua con bicarbonato en la cara, descansan unos segundos y vuelven a la batalla.
El panorama se vuelve aterrador, uno, dos, tres, cuatro, cinco heridos llegan cargados por sus compañeros, las heridas que veo son grandes, en el brazo, en la cara, en las piernas y en la cabeza. Uno, dos, tres, cuatro, cinco heridos más llegan a nuestro puesto de primeros auxilios, dejo de contar, los afectados llegan por todos lados. La radio que usamos para comunicarnos no deja de sonar: “¡Equipo 1, está evacuando a un paciente grave al hospital Almenara!”, “¡Aquí equipo 5 necesitamos una ambulancia urgente¡”, “¡Aquí equipo 3, tenemos un herido grave!”.
Me tomo una pausa, miro mis manos, las tengo manchadas de sangre de los que luchan por la democracia y derramada de forma injusta por aquellos que tienen las manos limpias de sangre, pero sucias de plomo y pólvora.
Llevamos 3 horas atendiendo heridos, la policía avanza, los voluntarios nos reagrupamos de nuevo en la Plaza Luis Alberto Sánchez, respiramos un poco y decidimos la estrategia para movernos al Paseo de los Héroes Navales, se siente un poco de miedo en el ambiente, hay enfrentamientos en cada esquina y tenemos que cuidarnos de la policía que dispara perdigones a discreción a cualquiera que se le cruce en el camino.
Frente al Palacio de Justicia me entero de la injusta muerte de Inti y Bryan, además me informan que uno de nuestros voluntarios se encuentra internado en el Almenara por el impacto de una bomba lacrimógena disparada de forma directa a la tibia, estoy furioso. Todos los voluntarios se juntan y empieza el retorno a casa.
Son las 4 de la mañana, recién puedo llegar a casa, miro la televisión, dicen que todo el gabinete ministerial renunció, se rumora que Manuel Merino renunciará en pocas horas y cada minuto que pasa me siento más convencido que la Brigada Voluntaria que nació en medio del caos saldrá a las calles cuando el Perú lo necesite.
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