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Jeremías Gamboa y la conquista de Lima en Ciudad de Cuentos
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Los Muros de la Esperanza de Lima, un espacio para los sueños tras la pesadilla del COVID

En dos parques de Miraflores, transeúntes vuelcan anhelos en pizarras gigantes con el mensaje “Cuando esto termine, yo quiero...”. Hay más de 5,000 deseos escritos.

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Fecha Actualización
Con la llegada de los primeros casos de coronavirus, el estado de emergencia y el confinamiento, las cosas que le daban a la vida ese aliento que llamamos felicidad –pequeñas o grandes– emprendieron la retirada, una pausa, y algunas parecen no volver, otras parecen desvanecerse. Se instaló una normalidad que nunca habíamos premeditado.
La vida como la conocíamos se trastocó por el miedo, la incertidumbre y porque la muerte se hizo una presencia cercana. Los sueños se fueron postergando una y otra vez, se reajustaron, algunos bajaron de tono, pero no se detuvieron.
De ello dan cuenta dos pizarras de ocho metros de ancho por tres de alto hechas con madera reciclada. Están instaladas hace dos semanas en Miraflores, en el Parque Grau y el Parque Central, y les llaman Muros de la Esperanza porque llevan escritos más de 5,000 deseos que los transeúntes de Lima buscarán trasladar a la realidad después de que acabe la pandemia.
Estos espacios para los anhelos de los limeños se inspiran en la obra de la artista estadounidense Candy Chang, quien en 2011 transformó una pared de una casa abandonada en Nueva Orleans en una pizarra gigante con una oración que era una invitación a expresarse: “Antes de morir quiero...”. Un mensaje que debía completar su comunidad.
La intervención urbana terminó siendo un llamado a la consciencia en la ciudad. El experimento fue concebido por Chang tras perder en 2009, de forma repentina, a quien era como su madre. El hecho le trajo claridad de ideas y quiso que sus vecinos no perdieran en el horizonte las cosas significativas de la vida. La idea se replicó en otras ciudades y es poderosa para los tiempos del coronavirus.
En Lima, el colectivo Suyai –en quechua, esperanza– adaptó el proyecto y cambió la frase para acoger planes rotos, sueños incumplidos y deseos truncos: “Cuando esto termine yo quiero...”. En solo horas de instalados, cientos de mensajes fueron escritos.
Para el vocero del colectivo, Alejandro Delgado, “el miedo se contagia, pero la esperanza también, y estos muros quieren transmitirla a toda la ciudad”.
Inspiración e invitación
En los paneles hay deseos modestos, ambiciosos, bellos, tristes, de gente que perdió el trabajo o que vio partir a familiares. Ayudan a comprendernos, son muros que acercan.
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Ante estos, la gente se detiene. No solo los que van a pie, sino también los ciclistas. Lo primero es la curiosidad. Algunos son como pequeños testimonios de vida: “Quiero que lo bueno que aprendí de todo esto se mantenga”.
Surge la risa en caso de toparse con los deseos más ocurrentes. Después, una actitud pensativa. Algunos se quedan callados y otros comentan. Por encima de todo, encuentran cercano al menos uno de los tantos que están desperdigados en el mar de escritos. Se identifican con él, lo sienten suyo. La pandemia es una experiencia que todos padecemos.
Lo más común es el deseo de reencontrarse. Ver a padres, hijos, abuelos y amigos, algunos lejos. Lo que se complementa con el anhelo de abrazarlos. Fuerte, por horas y sin miedo.
Otro anhelo recurrente es el de viajar. Se listan destinos nacionales: Máncora, Cusco, Choquequirao, Arequipa, o internacionales como Cancún, Japón, Miami, Tailandia o la India. Hay quien sueña desenfadadamente, a largo plazo: “Viajar por los cinco continentes”.
Emocionan los deseos juveniles de “rumbear”, “ir al salsódromo”, “bailar hasta que me canse” o “perrear hasta el subsuelo”. Conmueven los sueños de niños y adolescentes: “volver al colegio y que vengan mis amigos”, “llegar a tener fiesta y viaje de promo”.
Es posible encontrar sueños románticos –"tener la boda que merecemos"– y otros que caen como un baldazo de agua fría: “Quiero que me devuelvan a mi esposito”. La vida estaba llena de tanto.
Ya muchos no escriben, no hay espacio. Solo admiran lo escrito por otros. Hay que hacer acrobacias para encontrar un lugar. Un par de chicos altos extienden sus brazos para legar su sueño en la parte superior de una de las pizarras. Otros se agachan y lo dejan casi rozando el piso.
Escritos a colores en un panorama gris, hay sueños que gritan, con letras grandes, y sueños tímidos, con caligrafía imperceptible. Todos valiosos.
Hay uno que cuesta definir si es un sueño, si cabe en el mural de “Cuando esto termine”. Está escrito a un lado, casi escondido. Resume varios sentimientos. La gente lo encuentra valioso porque dice: “Con que termine, es suficiente”.
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