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Vivir sin permiso: Sicarios se reparten Lima y se matan entre ellos
Terror en las calles. “Ahora el sicario es una fiera salvaje, que actúa por necesidad de un espacio”, manifiesta el coronel PNP Víctor Revoredo Farfán, jefe de la División de Investigación de Homicidios de la Dirincri.
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La noche del 20 de abril, una adolescente extranjera, de 17 años, citó a su enamorado Romer Campos Meza, de 30 años, a una desolada esquina de la prolongación López de Zúñiga, en Chancay, para, supuestamente, darle una sorpresa romántica. Le vendó los ojos y lo condujo hacia un callejón de Huaral. Allí fue asesinado de 17 balazos por el sicario Roger Manrique Moreno, de 31 años, cabecilla de la organización criminal Los Monos de Quequepampa, con quien mantenía un romance.
VIVIR SIN PERMISO
Los casos de sicariato en el país han crecido. Casi a diario, nuestro equipo de fotógrafos registra al menos un crimen por encargo. Pero, para el coronel PNP Víctor Revoredo Farfán, jefe de la División de Investigación de Homicidios de la Dirincri, este no es un fenómeno que ocurre solo en Perú. “En 2018, Interpol World hace una invitación a todos los jefes de los departamentos de investigación de homicidios de toda Latinoamérica a Montevideo. Y el tema era el incremento de los homicidios calificados en la modalidad de sicariato en la región”, refiere a Perú21.
Dice que el observatorio de Interpol World había advertido que el sicariato ya había superado a otros delitos de gran impacto como son la minería ilegal y el narcotráfico. ¿Y de dónde nacía este fenómeno? De la migración de personas violentas, que actúan con salvajismo, y que llegaron a diversos países de esta parte del mundo, advierte el oficial.
Revoredo asegura que el sicario de ahora ya no es el mismo que el de los años 80-90, que estaba vinculado al narcotráfico o a delitos conexos, al que le pagaban fuertes sumas de dinero para acabar con sus víctimas, a las que ni siquiera conocía, por encargo de una mafia o una organización criminal. “El perfil genuino de un sicario peruano mayormente lo tenemos expresado en el caso Aerocontinente”, resalta.
“El sicario no conocía a la víctima, actuaba por fuertes sumas de dinero. Hacía su aparición en la escena una o dos veces para hacer el reconocimiento. Después de que cumplía su misión, desaparecía. Claro que utilizaba ciertos medios, como la motocicleta, y porque no hemos cambiado lo que nos han enseñado los colombianos. Actualmente, estamos ante otra cepa”, puntualiza.
SE MATAN ENTRE ELLOS POR EL TERRITORIO
“Ahora, el sicario es una fiera salvaje, que actúa por necesidad de un espacio”, manifiesta el coronel. Dice que lucha por la hegemonía o por apoderarse de un territorio. Puede estar en el paradero de un mototaxi o de colectivos; entre los llenadores de combis o buses; entre limpiavidrios o trabajadoras sexuales; en zonas en las que se vende droga o autopartes; en todo lugar donde haya una actividad económica y reine la informalidad. Y es, en su gran mayoría, extranjero.
Ahora estamos ante otra “cepa criminal” que es más peligrosa. “Es más viral. Tenemos algo importante que se llama migración y crimen. Ahora el sicario mata para quedarse, para sacar de circulación al rival o a quien pueda hacerle sombra y él quedarse. No lo manda a matar una mafia. Lo manda a matar el mismo grupo que está bajo un liderazgo y que, en su momento, era manejado por los peruanos, que no eran tan violentos”, expresa.
“Ocurrió con ‘La Tota’ –Israel San Román Doroteo, a quien asesinaron en San Miguel junto con cinco miembros de su familia–. El que lo mandó matar fue una persona que él conocía, con la que creció y con la que se disputaba la supremacía territorial. Los encargados del crimen fueron jóvenes que eran parte de una organización criminal, a los que ni siquiera les pagaron demasiado”, afirma.
Hay otra característica muy peculiar de estos asesinos: que graban sus crímenes, que están cargados de mucho salvajismo, y los publican en las redes sociales. Pero, contrario a lo que se pensaría, no lo hacen para hacer alarde ni por ego. Es para decirles a los miembros de otras organizaciones criminales que eso les puede pasar a ellos. “La otra línea es para mandar a extorsionar a determinados grupos”, recalca Revoredo. Además, la víctima suele ser una persona común, que en algún momento de su vida ha tenido problemas con la Policía o la justicia.
Reitera que se trata de un fenómeno mundial. “Si no, Chile no estaría botando a la gente. Nosotros estamos con nuestra violencia, sí. Pero no somos Ecuador, no somos Colombia. Mire la cantidad de muertos que tiene Colombia”, aclara. A pesar de todo lo que está pasando, el coronel está convencido de que esta violencia no nos va a ganar y cree que se tienen que construir más cárceles. Sostiene que en lo que va del año ha tenido más de 90 intervenidos por sicariato. De ellos, 17 –todos extranjeros– han ido a parar a la cárcel. También ha desbaratado cuatro organizaciones criminales y nueve bandas ligadas a estos tipos de crímenes.
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“Pueden recibir hasta 35 años de prisión
Luis Lamas Puccio - Penalista
¿Cuál es la pena que se impone a una persona implicada en sicariato?
El delito de sicariato es una modalidad agravada del homicidio calificado. Puede tener una pena de 25 a 35 años de prisión. Es la máxima expresión del homicidio propiamente dicho.
¿En qué parte del Código Penal se encuentra tipificado?
En la parte de delitos de carácter especial, dentro de los delitos contra la vida, el cuerpo y la salud, en el capítulo referido al homicidio; específicamente, al homicidio calificado. Es el artículo 108-C.
¿Se deberían endurecer aún más las penas para este delito?
Las penas más severas no tienen un efecto disuasivo en aquellos sujetos que ponen en práctica este tipo de homicidios. El aspecto disuasivo pasa a un segundo plano en cuanto a lo que significa una pena grave y trascendente.
¿Qué hacer entonces para frenar este delito?
Acá se tiene que aplicar una labor de inteligencia policial para los efectos de estar bien entendido e informado sobre posibles homicidios por sicariato.
¿Quizá deban tener un régimen penitenciario especial?
Eso es un tema de política penitenciaria. En la práctica, los penales son asidero de todo tipo de delincuentes, en condiciones precariamente favorables sin ningún método de resocialización o tratamiento. Las condiciones carcelarias son draconianas.
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