El periodo presidencial y congresal 2021-2026 ha sido el más crispado de los últimos veinte años. Las constantes crisis han sido producidas no solo por egos, irresponsabilidades y totalitarismos, sino también por la estructura del sistema político contemplado en la Constitución.
En 2026 habrá una nueva estructura legislativa, con una Cámara de Diputados y un Senado. Aunque muchos se oponen al sistema bicameral, es sumamente mejor que lo que tenemos actualmente. Claro que requiere ajustes, como que las leyes rechazadas por el Senado no se archiven, sino que vuelvan a la Cámara de Diputados, pero en general es un gran avance.
No obstante, esta nueva estructura legislativa no es garantía para un sistema político que canalice las emociones de la población, principalmente porque la rendición de cuentas se realiza cada cinco años, cuando se renueva íntegramente el Congreso y se elige un nuevo presidente. Sin embargo, durante ese intervalo, los representantes no tienen ningún incentivo para responder a sus electores.
La solución es renovar el Congreso por tercios y mitades. Para ello se debe implementar una reforma constitucional para reducir el periodo de los diputados a dos años, y aumentar el de senadores a seis, como es en Estados Unidos. Esto permitirá que, cada dos años, se renueve parcialmente el Congreso y evitará que un presidente gobierne sin mayoría durante todo su periodo, o que una mayoría congresal haga de las suyas durante cinco años.
Esta es la única manera de mantener viva la democracia representativa en un país cuyos electores rechazan constantemente a sus políticos. Además, permitirá que los partidos políticos se renueven de manera continua y estén en funciones de forma permanente, no cada cinco años.
Sin embargo, también se requiere de responsabilidad de los electores. Existe el voto preferencial que permite votar por un congresista en particular. Además, habrá más de 35 partidos políticos en 2026. Entonces, no hay excusa para elegir a representantes sin escrúpulos como los actuales.