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Adiós, pampa mía

El Perú se encuentra otra vez en una situación crítica, con lo que la curva migratoria ha comenzado a elevarse.

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editorial
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La intención de emigrar de un país suele estar asociada a razones económicas, sociales y políticas. Por lo general uno de esos factores lleva el peso decisivo, pero a veces ocurre que los tres componentes se juntan y es entonces que las salidas del país se disparan. Venezuela es un ejemplo claro que los peruanos podemos constatar todos los días.

En nuestro país hemos tenido periodos históricos sumamente críticos, ya sea por la violencia terrorista que atemorizaba a muchos o por una crisis económica que castigó severamente a la población.  

Los indicadores históricos de Ipsos sobre el afán migratorio de los ciudadanos que publicó Perú21 el último domingo son asaz expresivos.

Se puede apreciar, por ejemplo, que uno de los picos de la voluntad de emigrar entre los peruanos fue en los años en que el extremismo homicida de Sendero Luminoso campeaba en el país, durante el primer gobierno de Alan García (1989-1991), que además nos había hundido en una hiperinflación descontrolada.  

Otro pico fue durante el año final del gobierno de Alejandro Toledo (2005), cuando se vivió una inestabilidad política que generaba toda clase de resquemores entre los inversionistas y en el mercado laboral, pese a que la economía se estaba reencaminando.

Volviendo al presente, el Perú se encuentra otra vez en una situación crítica, con lo que la curva migratoria ha comenzado a elevarse. Cada vez son más peruanos que sueñan con hacer maletas algún día y marcharse del país.  

No es difícil colegir las razones. Estamos en una parálisis económica ante la que las autoridades del país no atinan a dar una respuesta eficaz, o al menos esperanzadora, creíble. Lo que tenemos, en cambio, es un cruce de denuncias e investigaciones sobre corrupción que infestan tanto al Gobierno como al sistema de justicia y al Congreso de la República.

Pero además de unas tasas de crecimiento económico tan pálidas e insuficientes para las necesidades de la población, la creciente ola delincuencial se ha constituido en el principal motivo de angustia para los peruanos. Y para no pocos las crisis en los poderes del Estado se reflejan en el descaro y la impunidad con que actúan las bandas criminales en el campo o en la ciudad. No resulta nada extraño, entonces, que más de la mitad de los peruanos encuestados por Ipsos (57%) haya respondido que quiere irse del país.  

El coctel envenenado parece completo: crisis económica, desgobierno e inseguridad ciudadana. Así a cualquiera le provoca decir adiós.