La reciente victoria electoral de los extremistas alemanes de AfD (Alternativa Para Alemania) en las regiones orientales de Sajonia y Turingia marcan el zenit de una onda antimigratoria europea. Es cierto que AfD (un partido que huele a nazi) es un animal político muy distinto a los derechistas duros de VOX, Meloni y Le Pen, pero definitivamente su triunfo va a impactar en la agenda política europea. Por lo pronto, incluso en España —normalmente muy “blanda” en términos migratorios— ya se está percibiendo un cada vez mayor rechazo a la migración ilegal, básicamente contra la árabe y negra africanas (no se percibe eso con la migración hispanoamericana, a pesar de que esta ha crecido mucho en el último lustro), con un sesgo antimusulmán. Incluso partidos españoles muy moderados como el Partido Popular están tomando posiciones cada vez más duras y el mismo gobernante socialista Pedro Sánchez hizo hace poco una breve gira implorante a países africanos emisores de migrantes. Mucho de esto tiene que ver con el éxito relativo de Meloni para bloquear el ingreso de ilegales a Italia, lo que ha desviado mucho del tráfico ilegal de migrantes a España. Y ya no solo es el cruce por el Mediterráneo, sino por las peligrosas aguas del Atlántico hacia las islas Canarias.
Las cosas como son: quien parió a AfD fue la ex primera ministra germana Angela Merkel con su insensata decisión de 2015 de permitir el ingreso de más de un millón de refugiados sirios, iraquíes y afganos, todos musulmanes. Es cierto que existen otros factores (malestar por la economía, cierto desgobierno en la disímil coalición tripartita gobernante, el reciente atentado islamista de Solingen, la simpatía por el autoritarismo en la excomunista RDA), pero básicamente intentar asimilar esa inmensa masa inesperada, tan distinta culturalmente, es lo que ha originado una reacción que ha alimentado a AfD. No sería de extrañar que la Unión Europea vuelva otra vez a las fronteras internas y se incrementen las deportaciones.