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¡Ahora!… que aún perfuma el recuerdo
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Este 2019 ha ido mal, pero hicimos fiesta y estuvo bien, ya verá usted. En economía las vacas flacas están de vuelta y en política el daño por corrupción ha sido enorme. No sabemos cuánto tiempo tomará recuperarnos. Además, siguen las desgracias de siempre: aunque hay presupuesto, las ciudades azotadas por desastres naturales aún no pueden ser reconstruidas, los servicios públicos están al borde del colapso y la pobreza mantiene capturados a millones de peruanos. En medio de todo eso hicimos los Panamericanos.
Entonces fuimos todas las sangres: el poema “Mi Perú” de Marco Martos recitado en todas las lenguas del país; himno nacional danzado con mímicas para sordomudos; marinera con arpa, que fue a la vez guitarra y cajón, y a caballo, pero esta vez la amazona montada y el chalán a pie; de las religiones, un pago a la tierra como liturgia inicial, los dioses de todas las culturas haciendo pasaje para la antorcha olímpica y un pebetero que era la custodia de la hostia católica sobre el intihuatana inca; y los pueblos antiguos recibiendo a las migraciones española, japonesa, china, africana, todas trayendo sus potajes para armar la gran mesa de estos días.
Postales de pasado mezclado de presente: en una misma pasarela peruana las arpilleras, los trajes de la Diablada, los vestidos de las fiestas andinas y la alta costura de moda y, como telón musical, el “Cóndor pasa” a violín eléctrico por Pauchi Sasaki; todas las marineras integradas en un Perú dibujado por amancaes dorados; todas las danzas haciendo de primer coro a Gianmarco que nos hizo cantar a capela “Contigo Perú”; Chabuca que fue más que letra y Juan Diego que fue más que voz, cantándole en dúo al Perú “Bello durmiente”; y, fuera de programa, todos haciendo barra: ¿cómo no te voy a querer?, si eres el Perú bendito que me vio nacer.
Pero lo más valioso fue redimir desprecios. El Perú profundo fue finalmente reivindicado. Exhibimos con orgullo sus danzas y sus vestidos. Pero hubo más: sus melodías de cumbia andina, sus letreros iridiscentes para brillar en la oscuridad y sus carretillas de emprendedores para crear empleo donde no lo hay, fueron lo que elegimos para mostrar al mundo quiénes somos hoy. Por eso estuvo bien la fiesta, porque recuperamos la memoria de saber quiénes fuimos y nos reconocimos sin complejos como somos. Recordar así sirve para tomar valentías de las epopeyas y sabidurías para enmendar sus atrocidades. Con eso se puede construir futuro. ¡Feliz 2020!, con la esperanza en nuestra propia historia.
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