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Libertad irresponsable
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“La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto”. La frase es del Premio Nobel de Literatura, y ganador de un Oscar, el irlandés George Bernard Shaw.
Otro Premio Nobel (Economía), Friedrich Hayek, dijo lo mismo: “Libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y la responsabilidad de elegir; también significa que debe enfrentar las consecuencias… La libertad y la responsabilidad son inseparables”.
Y el gran líder religioso (y político) Mahatma Gandhi dijo: “Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos”. La misma idea dicha por tres pensadores desde perspectivas muy distintas.
La libertad es un principio que todos reclaman y del que pretenden apropiarse: de los liberales a los comunistas, de los socialistas a los conservadores, de los mercantilistas a los populistas. Todos invocan la libertad como la base de sus pensamientos y líneas de acción.
Pero es fácil distinguir entre quienes invocan la libertad como auténtico principio de quienes la invocan como mero eslogan. La auténtica libertad implica asumir todas las consecuencias de nuestras decisiones, incluso las que no nos gustan. Los que la citan como eslogan, en cambio, plantean una libertad irresponsable en la que alguien venga a protegernos de lo que decidimos y nos salve de las consecuencias de nuestros errores.
Libertad sin responsabilidad es lo que promueve el Congreso cuando pretende que la gente no pague las obligaciones que asumió libremente, lo que Vizcarra pretende cuando amenaza con expropiar a quien no acepte sus condiciones; como es irresponsable el ladrón que, pistola en mano, exige que “le donen” la billetera ajena bajo apercibimiento de recibir un disparo.
También lo es el exigir libertad de expresión amenazando (implícita o explícitamente) a quien no piense como uno (como se hace irresponsablemente en Twitter) con ser apedreado colectivamente si es que no se es “políticamente correcto”, donde lo “políticamente correcto” es fruto de una intolerancia caprichosa y no de una discrepancia constructiva y dialogante.
Es curioso cómo los que promueven la libertad irresponsable reclaman, por ejemplo, que no se es libre frente a un supuesto monopolio empresarial, y que para ello quieren dejar nuestras decisiones en manos de un monopolio de poder, llamado Estado, que puede, sin competencia real ni potencial, decidir cuándo podemos salir de nuestras casas o cuántos miles de pasos burocráticos, o “corruptocráticos”, tenemos que cumplir para reiniciar una actividad económica.
Finalmente, los monopolios empresariales enfrentan la entrada de competidores como límites a su poder, salvo, claro está, la complicidad del Estado para crear barreras que impidan esa competencia, mientras los defensores de la “libertad irresponsable” pretenden dejarnos en manos del monopolio del poder del Estado al que, en nombre de la libertad, colocan en posición privilegiada para expropiarla.
Como dicen Shaw, Hayek y Ghandi, eso es inmoral. Todos quisiéramos que nos liberen de nuestros errores. Pero ello no justifica convertir la libertad en un falso regalo en el que no asumimos las consecuencias de lo que decidimos. Es dejarnos sin opciones para escoger y decir que ello nos hace libres. Algo parecido a decir que para ser realmente inteligente hay que quitarnos la facultad de pensar.
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